Cine

Lo mejor de los Hermanos Marx

Sus grandes películas, desde el jueves 22 de febrero en DVD con El Cultural

15 febrero, 2007 01:00

Fotograma de 'Un día en las carreras'

El próximo jueves 22 continúa la Filmoteca de El Cultural con la entrega, por sólo 7,50 euros, de los DVD de Copacabana y Amor en conserva, los dos primeros títulos de la colección que en esta ocasión recoge la mayor parte de la filmografía de los geniales Hermanos Marx. Son un total de 13 películas que harán las delicias de los amantes de la alta comedia. El escritor y crítico Jorge Berlanga analiza la trayectoria del trío más desternillante de la historia del cine y analizamos las películas título a título.

No cabe duda de que si existe un marxismo de carácter universal, no es otro que el del humor de los Hermanos Marx. Iconoclasta, absurdo, paradójico y genial. No envejece con el tiempo y sigue divirtiendo con igual frescura disparatada según pasan las generaciones. Es la elegancia en la falta de respeto, la risa sinvergöenza, el delirio en la cotidianeidad, la vuelta a la sartén de las normas sociales, el ingenio afilado en los diálogos y el desmadre en las formas. Con sus películas recuperamos la libertad infantil que permite al adulto dinamitar todas las normativas y convencionalismos que le encorsetan. Con la oxigenación hilarante de la surrealidad. Los Marx eran una familia numerosa con escasos posibles, emigrantes judíos de origen germánico en Brooklyn, con un padre sastre que los usaba de maniquíes para hacer sus costuras, pero tenían una excepcional madera de artistas, gracias sobre todo a su madre, Mabel, una mujer con inquietudes escénicas que les hizo aprender música desde su más tierna infancia. Harpo se decantó por el arpa, Chico por el piano y Groucho por la guitarra. Por el barrio también andaba un niño prodigio que le daba de maravilla a las teclas llamado George Gerswhin.

Groucho y su hermano mayor Gummo, junto a Mabel O’ Donnell, comenzaron en 1907 a cantar en espectáculos de vodevil bajo el nombre de ‘Los tres ruiseñores’. Al año siguiente Harpo se convirtió en el cuarto ruiseñor. En 1910 el grupo se amplió con la madre y la tía Hannah, convirtiéndose en ‘Las seis mascotas’.

Sin darse cuenta, en sus actuaciones empezaron a improvisar gags cómicos que tenían una carcajeante respuesta en el público, lo que les hizo evolucionar poco a poco incluyendo números dialogados hasta crear pequeñas comedias musicales. Groucho hacía de extravagante profesor alemán y sus hermanos de alumnos díscolos. Llegando los años veinte, el grupo ya había formado su personalidad y triunfaba en los escenarios con el nombre de ‘Los cuatro hermanos Marx’. El escritor Al Shean les ayudó a crear sus personajes característicos. Groucho se pintó un grueso bigote con betún y adoptó un extravagante andar a zancadas con cigarro puro en mano, Harpo se puso una peluca roja, tocaba una bocina y hacía de mudo. Chico hablaba con un falso acento italiano que copiaba de unos vecinos, y Zeppo usaba ademanes juveniles de gentil galán.

Sátira de vanguardia
Utilizaban un nuevo estilo de sátira de vanguardia, con un humor ácido que desbarataba las costumbres de la alta sociedad y su hipocresía. Eran la anarquía sin límite haciéndose posible en las tablas. Entregados a un brillante espectáculo de libertinaje y una natural capacidad para la improvisación, como cuando a Harpo le dio por perseguir a una chica del coro alentado por los comentarios impertérritos de Groucho, una costumbre que se repetiría en futuras películas. Los nombres artísticos de los cinco hermanos fueron acuñados por el monologuista Art Fisher durante una partida de póquer. Julius se llamó Groucho por su carácter gruñón (‘grouchy’). Milton pasó a Gummo por su obsesión por los zapatos con suela de goma. Leonard se convirtió en Chico por su costumbre de hacerse pasar por italiano. Arthur se volvió Harpo por sus evidentes dotes para el arpa, y Herbert fue Zeppo porque nació cuando volaban los primeros zeppelines.

Estrellas en Broadway
En la década de los veinte eran ya las estrellas del teatro musical de Broadway, gracias entre otras cosas a su colaboración con el genial libretista George. S. Kaufman, que ayudó a definir para la posteridad sus personajes y estilo. Con éxitos como I'll say she is y, sobre todo, Los cuatro cocos y El conflicto de los Marx, cuya clamorosa popularidad estaba llamando a las puertas del cine, y allí estaba la productora Paramount para firmarles un contrato y convertirlas en películas.

Visto ahora, el primer cine de los Marx puede que fuera el más auténtico como reflejo de sus virtudes artísticas, el más surrealista, demencial e irreverente. El de la llegada delirante del capitán Spaulding a a la gran fiesta de El conflicto..., el de Harpo haciéndose pasar por Maurice Chevalier con gramófono a la espalda en Pistoleros de agua dulce, los chistes alcohólicos riéndose de la ley seca en el ambiente universitario de Plumas de caballo, o el desparrame contra las intrigas políticas y la inolvidable secuencia del espejo sin cristal entre Groucho y Chico en Sopa de ganso. Con la colaboración del magnífico director Leo Mc Carey y, sobre todo, de la fabulosa Margaret Dumont, la que vino a llamarse ‘La quinta hermana Marx’, ejerciendo siempre su papel de oronda millonetis ofendida y halagada por las groserías de Groucho. ("¿Está usted casada? ¿Cuánto dinero tiene? Respóndame primero a la segunda pregunta..."). Una época dorada de comicidad sin trabas, con guionistas salvajes reclutados en los lavabos de los bares, entre 1929 y 1933, reflejo de algún modo de unos tiempos de entreguerras en los que todo era posible y se podían permitir no dejar títere con cabeza.

Los desacuerdos monetarios con la Paramount llevó a los Marx a caer en manos del chico dorado de Hollywood, Irving Thalberg, que los condujo con la Metro a hacer una serie de películas de enorme éxito comercial que, si bien han quedado como títulos clásicos de la familia, desvirtuaban a ratos su espíritu iconoclasta, sobre todo con la inclusión de una historia romántica tirando a relamida y números musicales algo cursis que rompían la intensidad hilarante de la comedia. Una noche en la ópera, Un día en las Carreras y Una tarde en el circo responden más o menos al mismo patrón, sin dejar de tener momentos geniales gracias a la mecánica descacharrante de los hermanos. Podría decirse que El hotel de los líos, Los hermanos Marx en el Oeste y Tienda de locos responden a las horas más bajas del grupo, sin dejar siempre de ser geniales. Pero a base de repetirse comenzaron a notar el cansancio, que culmina en Una noche en Casablanca, donde tras reanudar todos sus clichés acabaron por cerrar el invento y separarse.

Una locura luminosa
Todavía hicieron algún intento como en Amor en conserva, pero el tiempo de la locura luminosa había pasado. Groucho interpretó algunos papeles testimoniales, como en Copacabana bailando junto a Carmen Miranda, pero al final dedicó su fama y cinismo a la televisión, triunfando con el programa concurso Apueste su vida. Harpo y Chico se dedicaron a vivir de las rentas. Rentas que aún siguen deleitándonos cada vez que vemos sus películas. De las que podemos también señalar sus buenos doblajes al español, con el absurdo de sus diálogos traducidos brillantemente por autores como Miguel Mihura ("La parte contratante de la primera parte es igual a la parte contratante de la segunda parte..."). Sin que nunca se nos queden antiguas en su eterna modernidad y sorpresa. Con ese humor capaz de reirse de todo que nos hace más libres y desmitifica a la humanidad solemne. Podemos también leer la autobiografía de Groucho, Groucho y yo, o Memorias de un amante sarnoso, para disfrutar una vez más de la calidad de su ingenio. Para, como él decía, salir de la nada hasta alcanzar la más alta de las miserias. Más madera.