Ensayo

La España del exilio

Juan B. Vilar

15 febrero, 2007 01:00

Luis Cernuda, español del llanto y el exilio, retratado por Gregorio Prieto

Síntesis. Madrid, 2007. 495 páginas, 21’88 euros

La historia política de la España contemporánea puede contarse en gran medida a través de las oleadas de exiliados que se han ido sucediendo desde los tiempos de la Revolución Francesa hasta la muerte de Franco. Eso es lo que ha hecho Juan Bautista Vilar, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Murcia, en un libro que destaca por la amplitud de la documentación en que se apoya. Las referencias bibliográficas ocupan ochenta apretadas páginas e incluyen medio centenar de libros y artículos escritos por el propio autor.

En una obra relativamente breve que cubre un campo tan amplio son posibles dos opciones, o bien ofrecer una panorámica general en la que los casos individuales quedan necesariamente reducidos a muy breves referencias, o bien centrarse en algunos personajes significativos. Vilar ha elegido un camino intermedio, en el que la descripción de las grandes corrientes del exilio se ve animada por la inclusión de algunos retratos personales, aunque éstos aparecen sobre todo en los primeros capítulos, en los que presta atención a las andanzas de Teresa Cabarrús en la Francia revolucionaria, a las de Blanco White en los ambientes protestantes británicos o a las de Godoy en sus años de exilio. La historia que se narra en La España del exilio tiene por supuesto un componente trágico y el lector queda abrumado ante el número de españoles que tuvieron que abandonar su país debido a las luchas intestinas que marcaron nuestra historia durante más de siglo y medio. No todo fue sin embargo negativo, porque los exiliados realizaron una aportación importante a la vida económica y cultural de los países de acogida y en bastantes casos pudieron, a su retorno, difundir en España nuevas ideas adquiridas en el exterior.

Este segundo papel fue muy importante en el caso de los exiliados de comienzos del siglo XIX, que pudieron regresar pronto a su patria, no tanto en el caso de quienes se enfrentaron a un prolongado exilio en los años de la dictadura de Franco, muchos de los cuales no llegaron a regresar nunca. Llama la atención, en efecto, el contraste entre la actitud que hacia los exiliados tuvieron los gobernantes decimonónicos y la que luego manifestó Franco. El propio Fernando VII, quien no se destacó por su clemencia, consintió en sus últimos años el regreso y la rehabilitación de facto de muchos afrancesados, incluidos algunos que, como Javier de Burgos, contribuyeron de manera destacada a la reforma de la administración española. El general Espartero, derribado por un pronunciamiento en 1843 y exiliado en Londres, donde fue muy bien acogido por los gobernantes británicos, fue rehabilitado en 1848 y pudo regresar al año siguiente. Y en general, a lo largo del siglo XIX, no era difícil para los exiliados políticos beneficiarse de una amnistía.

Aunque Europa y sobre todo Francia fueron el destino de la gran mayoría de los exiliados de la guerra civil, las élites intelectuales marcharon en mayor número a América. Como es sabido, fue México el país que se mostró más generoso en la acogida y los exiliados españoles (Cernuda, Altolaguirre, Buñuel) jugaron un destacado papel en el impulso de la cultura mexicana, en campos como las ciencias, la medicina, el derecho y la literatura. Los Estados Unidos acogieron por su parte a un número de refugiados reducido, en torno a un millar, pero muy brillante, de tal manera que las universidades norteamericanas se enriquecieron con la docencia de personalidades como Américo Castro, Pedro Salinas y Jorge Guillén, el arquitecto José Luis Sert y el fisiólogo Severo Ochoa. En cambio la Unión Soviética, que hizo muy poco esfuerzo por acoger a los vencidos de la guerra española y recibió a poco más de cuatro mil españoles, entre ellos tres mil de los llamados niños de la guerra, abrió sus puertas a un elenco mucho menos prestigioso de intelectuales. Pero en conjunto la cultura española recibió un golpe durísimo al partir al exilio tan gran número de sus cultivadores, perdiéndose en parte los frutos del florecimiento cultural que el país había experimentado en el primer tercio del siglo.

La bibliografía sobre el exilio español es realmente abundante, tanto que la bibliografía básica de este volumen ocupa 80 páginas. Sólo en 2006 se publicaron El exilio republicano de 1939, de Vicente Llorens (Renacimiento); El exilio español, de Julio Martín Casas y Pedro Carvajal (Planeta); El exilio republicano de los españoles en Francia, de Geneviéve Dreyfus-Armand (Crítica); Exilio y creación, de VV. AA. (Univ. Granada), Los barcos del exilio, de Inmaculada Simón (Oberón) o Sólo una larga espera: cuentos del exilio, de Javier Quiñones (Menoscuarto).