Wernher von Braun. Diseño: Rubén Vique

Wernher von Braun. Diseño: Rubén Vique

Entre dos aguas Ciencia

Expolios en arte y ciencia, una carrera por el progreso durante la II Guerra Mundial

  • En los últimos compases de la contienda, Estados Unidos y la URSS compitieron por reunir la mayor cantidad de recursos científicos de la Alemania derrotada. 
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El nuevo edificio de la Kunsthaus (Museo de Arte) de Zúrich acoge hasta finales de año una exposición, Eine Zukunft für die Vergangenheit (“Un futuro para el pasado”), centrada en una extraordinaria colección de obras de arte, y en su futuro destino, que el fabricante de armas Emil G. Bührle (1890-1956) reunió en circunstancias más que cuestionables, producto, sobre todo, de las ventas que sus propietarios, de origen judío en su inmensa mayoría, se vieron obligados a realizar, no necesariamente en primera instancia a Bührle, durante la dictadura de Hitler.

La fábrica de armamento que Bührle poseyó, la Oerlikon Bührle & Co., fue la mayor de Suiza, y se benefició de la posición de neutralidad helvética vendiendo armas, durante la Segunda Guerra Mundial, tanto a Alemania como a los Aliados.

De una manera extremadamente pedagógica, acompañada por algunas de esas obras o de reproducciones, la exposición de Zúrich explica tanto los orígenes, como la personalidad de algunos de sus propietarios originarios, así como las iniciativas para devolver las obras a sus antiguos dueños o a sus herederos, incluyendo las donaciones que el propio Bührle realizó al museo.

Pero no es de las apropiaciones de arte durante la Segunda Guerra Mundial, un asunto bien conocido, de lo que quiero tratar, sino de situaciones asimilables que también se produjeron en la ciencia. Un buen ejemplo en este sentido es la misión "Alsos", que el ejército de Estados Unidos montó en Europa cuando las fuerzas aliadas estaban invadiendo, en 1944, los dominios nazis, para obtener información de hasta dónde había progresado la ciencia germana -especialmente la física nuclear-, así como para capturar a científicos alemanes antes de que lo hicieran los soviéticos.

La misión estuvo encabezada por el físico de origen holandés, emigrado a Estados Unidos en 1927, Samuel Goudsmit, cuyo prestigio científico se debe a haber introducido, junto con George Uhlenbeck, el concepto de espín en la física cuántica.

En realidad "Alsos" no era sino una pequeña parte de un programa mucho más amplio: según iban penetrando en territorio alemán las fuerzas aliadas, equipos de expertos de los departamentos de Guerra, Estado y Comercio estadounidense visitaban todo tipo de instituciones germanas, entrevistando al personal, examinado procesos y productos, tomando fotografías y muestras y pidiendo documentos de valor militar y comercial.

Pero aquella idea inicial pronto se vio sustituida por un programa más ambicioso y menos relacionado con los desarrollos bélicos alemanes. Así, el interés de los técnicos estadounidenses se centró en prácticamente todas las áreas de la ciencia y la tecnología alemana de interés socioeconómico: túneles aerodinámicos, caucho y combustibles sintéticos, textiles, películas de color, tintes, equipos pesados, microscopios electrónicos, equipos ópticos, cerámica.

En la II Guerra Mundial, el interés de los estadounidenses se centró en la ciencia y la tecnología alemana

El secretario de Estado, George C. Marshall, cuyo plan de ayuda económica (puesto en marcha en 1948) tanto hizo para la recuperación germana, argumentó que semejante acumulación de información sería puesta a disposición del resto del mundo, pero en la práctica la mayor parte fue a parar al Gobierno, industrias y firmas estadounidenses, sin que las industrias alemanas recibiesen compensaciones.

La apropiación de recursos alemanes no se limitó a documentos o materiales, también lo fue de personas. Un caso particularmente destacado es el del ingeniero aeronáutico Wernher von Braun (1912-1977), personaje central en la dirección científica y técnica de la Estación Experimental que la Fuerza Aérea y de la Armada alemana construyó cerca de un pequeño pueblo, Peenemünde.

En el complejo de Peenemünde se construyeron los famosos cohetes V-2 que asolaron especialmente a Londres. El 3 de octubre de 1942 se lanzó desde allí con éxito el primer cohete -o, como diríamos ahora, misil- balístico experimental. En su momento de máximo esplendor, Peenemünde contó con un personal dedicado a tareas de investigación y desarrollo formado por unas 6.000 personas, de las cuales alrededor de 100 eran ingenieros; otras 6.000 eran trabajadores “normales”, entre ellos muchos forzados, procedentes o no de campos de concentración.

Von Braun tenía 27 años cuando comenzó la guerra en 1939. Era miembro del partido nazi desde 1937, además de pertenecer a las SS, donde alcanzó el grado de Sturmbannführer (equivalente al de mayor) en junio de 1943. Al término de la guerra, fue llevado a Estados Unidos donde terminó desempeñando un papel igualmente central en la construcción, por parte de la NASA, de los cohetes que con el Proyecto Apolo llevarían hombres a la Luna.

Von Braun cumplió con entusiasmo su trabajo tanto en Alemania como en Estados Unidos, ofreciéndonos de esta forma un ejemplo de la ductilidad -quizá maleabilidad sería en este caso una expresión más adecuada- política de los científicos, o, si prefiere, de un caso en el que el poder político prima sobre el científico.

Al igual que Estados Unidos, la Unión Soviética, alerta asimismo del valor de la ciencia y tecnologías germanas, también quiso beneficiarse de ellas. No tuvo tanto éxito como sus entonces aliados y futuros enemigos de la Guerra Fría, pero de todas maneras pudo aumentar su potencial nuclear humano con algunas valiosas adiciones, como la del barón Manfred von Ardenne, que tenía un laboratorio privado en Berlín y que había trabajado en la separación electromagnética de isótopos (su laboratorio fue desmantelado y transportado a la Unión Soviética).

También la de Gustav Hertz, que había recibido el premio Nobel de Física en 1925 por desarrollar procesos de separación de isótopos mediante difusión gaseosa, o la de Peter Adolf Thiessen, del Instituto de Química-Física Kaiser-Wilhelm de Dahlem, en las afueras de Berlín, que había sido uno de los que llamó la atención de Goring, en 1941, sobre la posibilidad de fabricar una bomba atómica. Von Ardenne y Hertz tendrían sus propios institutos cerca de Sukhumi, en el mar Negro.

Y no se trató sólo de que las misiones de los distintos países tuviesen más o menos éxito en sus confiscaciones, sino que, al acercarse el final de la guerra la mayoría de los científicos se dirigieron conscientemente hacia el oeste tratando de evitar ser capturados por el Ejército Rojo. Los que terminaron engrosando el proyecto atómico soviético tomaron la decisión de no buscar a los ejércitos americano o británico por motivos ideológicos, o, simplemente, para trabajar en un país en donde la competencia científica sería menor. En realidad, nada nuevo en la historia de la humanidad, de las personas y de las naciones.