Clarín filósofo
El calor sentimental de las ideas
13 junio, 2001 02:00Cuando, cien años después, los Artículos completos de Clarín estén al alcance del público (gracias a Ediciones Hobel), el lector podrá encontrar en ellos, como en los Ensayos de Montaigne, parcelas de buen sentido, granos de sabiduría para sazonar o condimentar, con humor o con seriedad, cualquier cocido o cualquier salpicón intelectual.
He aquí un bálsamo de sabiduría clariniana para matizar picores en momentos de fiebre.
"( ...) Hay en los estudios de erudición salidas abundantes para el prurito intelectual y de publicidad que aqueja a nuestra época; las medianías y aun las nulidades doctas y trabajadoras, asiduas en el afán de procurarse un pedazo de fama, más perecedera de lo que ellos se figuran, encuentran ancho campo en revistas y bibliotecas y archivos y sociedades científicas, en colegios y universidades, para satisfacer sus apetitos a veces inocentes; y es más, de estos esfuerzos casi anónimos, de este montón de sabiduría gris resulta a la larga algo bueno, un elemento que ayuda en alguna parte al verdadero sabio, al inventor verdadero, al hombre científico, de pensamiento original y fuerte". (Selección de Y. Lissorgues)
Venía de lejos ese afán clariniano por el calor de las ideas y su pragmática. Primero fue voz de la libertad y del libre examen, ayudando a secularizar el poder espiritual en la España posterior al sexenio revolucionario (1868-1874). Después (1881-1892) pasó a ser un incansable regenerador de la cultura nacional, abriendo las ventanas a los cuatro vientos del espíritu, y terminó, sin descuidar la implicación social de las ideas (sus trabajos y sus días en la "Extensión Universitaria" ovetense así lo atestiguan), en el exacerbado espiritualismo finisecular, que traduce -mediante el fragmentarismo y la interrogación, el monólogo interior y la pasión autobiográfica- el anhelo de idealidad (la verdadera actitud moral ante la vida) en la radical necesidad -casi enfermedad- de vivir para el alma, desde la convicción del carácter central que la muerte tiene en cualquier pensamiento que se precie de serlo. Por eso postula un destino utópico, el porvenir espiritual del racionalismo armónico, tanto en la esfera de la propia personalidad como en "el sacerdocio de servir eficazmente a sus semejantes", según describe en 1890.
Anudando su aventura intelectual queda el pensamiento crítico regeneracionista, que labora en pos-lo dice el texto más emblemático de su ideario, el Discurso de apertura del curso académico 1891-92 de la Universidad de Oviedo` del "edificio espiritual de la futura España regenerada, resucitada, mediante una educación y una enseñanza inspiradas en el ideal más alto, pero llenas de vida moderna". Las invariantes de su discurso filosófico, político y moral le situaban en una trayectoria nacida en Feijoo y Jovellanos en el siglo XVlll y que encontró en su maestro, don Francisco Giner de los Ríos, al hombre extraordinario para catalizarla e impulsarla. Alas pertenece por derecho propio al linaje que Américo Castro definió en 1919 como el de los intelectuales que sintieron "con más acuidad el dolor ante el atraso español", sin que ello implique un nacionalismo alicorto o un patriotismo ciego e irresponsable. Alas no era un cosmopolita que prescindiese de la patria, pero tampoco un patriota antes que todo, porque veía en ello una manifestación del egoísmo más irreductible.
De ahí que en plena crisis del 98 pudiese escribir que "más que España amo yo al mundo, y más que a mi tiempo a toda la historia de esta pobre, incesante humanidad que viene de las tinieblas y se esfuerza, incansable, por llegar a la luz. Las cosas constantes, fundamentales, son las que más interesan, las que más valen". La utopía clariniana trascendía los límites nacionalistas: su horizonte estaba en la Humanidad, su punto de partida en texto de Krause y Sanz del Río, Ideal de la Humanidad para la vida, y su historia en el yunque incesante del trabajo intelectual que Alas aprendió de Giner.
Hijo del 68, gracias al aprendizaje krausista en la Universidad Central (1871-75) emancipó su pensamiento de joven liberal católico hacia la dignidad de la conciencia personal como eje de cualquier reflexión. En la gimnasia krausista del espíritu aprendió a echarse, por su cuenta, al mar de la filosofía, forjando un pensamiento sentimental, en el que tal y como escribió en una página autobiográfica de 1889, "el cálculo sentimental sigue bajando cuando ya se ha acabado la sonda que oscila en la incertidumbre oscura". eopoldo Alas, gracias al magisterio krausista y a los estímulos de lo que él llamaba los "pensadores artistas" (San Pablo, Fray Luis, Goethe, Leopardi, Hugo, Carlyle, Renan, Zola, Tolstoi, etc.) quiso bajar a beber al fondo de las ideas, que es el abismo del que arrancan sus reflexiones sobre la muerte, lo divino, la tradición, el cristianismo, etc., temática que según Azorín -el escritor de la generación siguiente que mejor lo comprendió cabía en "un espiritualismo indefinido, un spinozismo vago y profundo".
Alas se convirtió en el mejor maestro de ese aprendizaje. Desde su interés vivo y amoroso por las ideas mismas; desde su pensar sentimental de fondo ético, de tendencias resueltamente espiritualistas, afirmadas en la irrenunciable conquista de la realidad, transitó con más intensidad que ningún otro intelectual español por unos tiempos (el fin-de-siécle) en los que, a la par que censuraba la pobreza espiritual de sus contemporáneos, era capaz de afirmar el espíritu nuevo, que como escribe en Cartas a Hamlet (1896), "no consiste en pretender haber descubierto que se puede saber lo que tampoco el positivismo sabía si se puede saber o no. Lo que el espíritu
nuevo cree haber descubierto es que no se puede vivir bien sin pensar en eso. La metafísica es, por lo menos, un postulado práctico de la necesidad nacional".
Desde su inquebrantable filiación krausista (de ahí su sátira de los krausistas afectados) y con el equipaje de la filosofía idealista (compartió a Guyau y Bergson y despreció a Nietzsche), abrió el pensamiento y la literatura española a la modernidad, con inteligencia e independencia, con melancolía e irritación, convencido -como su admirado Tolstoi-de la existencia (parafraseo a Isaiah Berlin en su magistral ensayo El erizo y la zorra a propósito del autor de Guerra y paz) "de las corrientes profundas, las raisons de coeur, que ellos no conocían por experiencia directa, pero ante las cuales -estaban convencidos- los artificios de la ciencia no eran más que una trampa, un engaño".
En el fondo, Clarín no compartía la escandalosa campaña de Brunetiére contra la ciencia moderna. La "bancarrota de la ciencia" era una vulgaridad que escondía "el desengaño de los que han ido a buscar allí lo que allí no podían encontrar", sostiene en una de las conferencias del 97 en el Ateneo madrileño. Mientras, se sentía sabedor de que la vida del alma debe desembocar en la otredad, en la fraternidad racional y sentimentalmente entendida.
Leopoldo Alas quiso agotar el campo de lo posible, "penetrar en el misterio para saber su destino, porque teme y quiere esperar ser feliz", según dice el personaje autobiográfico de su diálogo Jorge (1899). Frente a los sistemas filosóficos prefirió la continuada guerra de guerrillas del moralista, del pensador sentimental, en la que el sacrificio, la caridad y la fraternidad son metonimias del deber moral. En fin, hizo suyo, con autenticidad el verso de Píndaro que Paul Valery tradujo como paratexto inicial de Lecimetiéremarin (1920) y que Albert Camus empleó en 1942 para abrir Le Mythe de Sisyphe: "Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de los posible!". Era el evangelio de una conducta que sabía que la Historia es nuestro único medio vital.