Sasha, el leñador ucraniano aplastado en plena guerra que ha vuelto a andar en Toledo
Cinco meses en el Hospital de Parapléjicos de Toledo le permiten caminar sobre muletas ortopédicas después del estallido de dos vértebras cuando Putin invadió su país.
24 febrero, 2023 02:44Un árbol cayó sobre Aleksander dos semanas antes de la invasión de Putin y le reventó la espalda. Fue operado de urgencia en Kiev pero ya no había camas de hospital para su improbable rehabilitación. Ucrania las reservaba para heridos del frente. Su tío Vasil, albañil en España, pidió ayuda a su jefe, Antanás, lituano. Antanás, sin conocer de nada al accidentado, fletó una autocaravana y entró en la Ucrania en guerra a por él. Lo sacó del país, atravesó Europa y lo ingresó en el Hospital de Dénia (Alicante). Diagnóstico: estallido de dos vértebras en la región lumbar. Aleksander nunca volvería a andar.
Un año después, este campesino de Bucovina da sus primeros pasos, ayudado de ortopedia, en su casa de Dénia y recorre las calles con su silla motorizada mirando el mar tras el que sobrevive su familia bajo las bombas rusas.
Un trío de ases
“Ahora puedo decir que empiezo a mejorar. Estoy aprendiendo a vivir con lo que tengo. Mi espalda está rota, pero sigo vivo, tengo a mi hija al lado, a mi familia allá, que me espera, y amigos como Antanás, al que le debo la vida”, cuenta Aleksander Kurindash, de 47 años, mientras apura su café largo en un bar de la dársena de Dénia.
Antanás Raugala, de 49 años, lituano, el hombre que lo rescató de Ucrania sin conocerlo, sigue siendo su mayor apoyo en Dénia. La amistad entre estos dos hombres es a prueba de misiles. Precisamente, la amenaza del ejército ruso es lo que les une. Eso y los lazos establecidos en una epopeya compartida de 4.000 kilómetros. Antanás vuelve a hacer de intérprete un año después para EL ESPAÑOL. Llama cariñosamente “Sasha” a Aleksander: “Dentro de un mes termina su rehabilitación pero mientras haya guerra no puede volver a Ucrania. Imagínate una evacuación de urgencia en sus condiciones”, traduce con un cremaet sobre la mesa.
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Elina, la hija mayor de Aleksander, ha cumplido los 21 años en Dénia, al lado de su padre. En el momento en que una ambulancia fue a por él a su granja en las inmediaciones de Chernovcy (300 kilómetros al sureste de Leópolis), supo que no lo dejaría sólo. Lleva 11 meses en Dénia, aprende el idioma y ha empezado a trabajar en restauración. “Es una ciudad divertida, un poco loca, con un buen clima, pero quiero volver a Ucrania en cuanto eso sea posible”.
En una granja de Bucovina, región natural entre Ucrania y Rumanía, su madre Svletana y sus dos hermanos de 5 y 16 años los están esperando. No han podido venir a verlos todavía.
Transnistria y los rusos
El 24 de marzo del año pasado Aleksander ingresó en el hospital de Dénia procedente de Ucrania y comenzó a recibir rehabilitación "para evitar complicaciones asociadas, controlar el dolor y mejorar la espasticidad (rigidez) de sus piernas". Una vez estabilizado, era necesario enviarlo a una unidad especializada. Había dos opciones: el hospital La Fe de Valencia o el Centro Nacional de Parapléjicos de Toledo. Este fue el elegido.
El día que Aleksander ingresó en Toledo, el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lamrov, anunció “el inicio de la segunda fase de la operación especial en Ucrania: la liberación completa de las repúblicas de Donetsk y Lugansk”. Uno de los generales rusos, Rustam Minnekayev, fue más preciso: “Esta segunda fase incluye la conquista de todo el sur de Ucrania y el establecimiento de un corredor hasta Transnistria, ante la evidencia de que la población de habla rusa está siendo oprimida”.
Un apunte sobre Transnistria. Es la región independentista del norte de Moldavia, una estrecha franja en la que vive medio millón de personas de habla mayoritariamente rusa al suroeste de Ucrania. Se independizó en 1990 tras el colapso de la Unión Soviética, pero la ONU sigue reconociéndola como parte de Moldavia. Su gobierno es prorruso y cuenta con varios miles de soldados bajo asesoramiento de Putin. La inestabilidad que supone Transnistria para Moldavia, uno de los países más pobres del continente, dificulta su entrada en la Unión Europea, solicitud que firmó el pasado mes de marzo.
Mientras Aleksander comenzaba su rehabilitación en Toledo, varios sabotajes y atentados ocurrieron en Transnistria. Fuentes ucranianas los atribuyeron a ataques de falsa bandera propiciados por Rusia para justificar una invasión, de forma parecida a lo ocurrido en el Donbas y en Crimea en 2014. Aunque la primera ministra moldava, Natalia Gravilita, se ha mostrado contraria a la entrada de su país en la OTAN, expertos internacionales no descartan la invasión de Moldavia como uno de los objetivos más o menos confesables del ejército ruso.
“Si Putin llega hasta allí –pensó Aleksander en su cama de Toledo- tendremos a los rusos a 50 kilómetros de la granja”.
Milagro en Toledo
Cinco meses ha estado nuestro hombre en el Centro de Parapléjicos de Toledo mientras ha durado su tratamiento de vértebras lumbares. Veía todos los días los noticiarios españoles por televisión, pero no los entendía debido al idioma. Prefería informarse de la guerra directamente por las redes ucranianas o por su familia. A los tres meses ingresó otro compatriota, y su situación vital mejoró. Su amigo lituano Antanás lo visitó en un par de ocasiones. En uno de los encuentros cada uno enarboló la bandera de su país.
Un momento importante fue cuando Aleksander vió como conseguía erguir de nuevo su cuerpo, con ayuda ortopédica, después de medio año de postración obligatoria y posturas sedentarias. “Siempre pensé que lo consiguiría –asegura-. Confiaba en mis músculos, tenía fe”.
La mañana de otoño en la que, por fin, el campesino ucraniano pudo abandonar el Centro de Toledo, Vladimir Putin ordenaba la movilización de 300.000 reservistas para apuntalar la invasión en su país.
En su pequeña aldea natal, ha habido ya dos muchachos muertos en el frente. Svletana, su mujer, lo tiene diariamente al tanto de los acontecimientos. Los misiles han sobrevolado en varias ocasiones su región camino de objetivos en torno a Leópolis, pero por ahora la guerra –salvo algún apagón de la red eléctrica- no se deja notar en la pequeña granja dedicada al cuidado de cerdos, pollos y vacas. “Mi mujer y mi hijo de 16 años se encargan de todo. Ella es muy brava y él se está haciendo un hombre con mi ausencia”.
Un leñador entre pescadores
Cuano Aleksander volvió a Dénia, una planta baja de alquiler le esperaba en el antiguo barrio de pescadores. Esa es ahora su nueva casa. Su hija, Elina, trabaja en un restaurante. Su tío Vasil viajó con él a Elche para comprar la silla motorizada con la que recorre las calles con agilidad sorprendente. Las muletas ortopédicas las deja para pequeños recorridos en la casa. Sale a pasear todos los días. Llueva o haga frío.
“¿Invierno? ¿Qué invierno? Lo mejor de esta tierra es su clima”, y muestra un video de la pequeña granja familiar en Ucrania cubierta por un metro de nieve.
No tiene más que agradecimientos para Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Dénia, el personal del Hospital y una de las dos asociaciones de refugiados de su país. En la comarca hay unos 600 inmigrantes ucranianos, la mayoría por causa de la invasión rusa. Prácticamente, la misma proporción que en toda España: en torno al 0,4 por ciento de la población.
Esta tierra fue acogida para muchos de ellos desde el mismo 24 de febrero de 2022, cuando comenzó la invasión. De hecho, en el Hospital Marina Alta nació el primer bebé de España procedente de aquella oleada de exilio. Ocurrió el 11 de marzo y su madre, Mariia, lo bautizó Volodimir, como el presidente Zelenski.
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Agradecimiento a Zelenski
Aleksander Kurindash es de creencia católico-romana, como, en general, lo es la población ucraniana que perteneció al antiguo Imperio Austro-húngaro y al Reino de Polonia. Se muestra pesimista sobre un alto el fuego inminente. “Esta guerra va a durar –y mira con pesimismo hacia el mar, el mismo mar que baña las costas de su país- Zelenski no puede aflojar ahora, porque si lo hiciera, si dejara que Rusia se quedara el Donbas y Crimea, estaría reconociendo que los muertos han sido inútiles desde el primer momento”.
Cree que uno puede discrepar de su presidente en detalles pequeños, “pero cuando te invaden, agradeces que esté ahí, tomando decisiones difíciles, agradeces que pudiendo haberlo hecho, no se haya ido del país cuando se vió venir todo”.
Sobre la ayuda militar que Ucrania está recibiendo de los países occidentales, Aleksander se muestra satisfecho, pero Elina, su hija, no tanto: “Nos gustaría recibir más armas de Europa, como está haciendo Estados Unidos”.
El leñador ucraniano al que le cayó un árbol encima todavía recibe dos sesiones de fisio a la semana un año después. Dentro de mes y medio finalizará este ciclo terapéutico. Sobre su vuelta a Ucrania prefiere no aventurar nada. “Poco a poco. Día a día”.
Es un hombre recio, de poco gesto y mucha reflexión. Cada vez que sale a la calle prende una bandera ucraniana en su peto del chándal. Fuma cigarrillos con la mirada en los mástiles de los barcos. Ese enjambre vertical es un bosque de palos muy distinto al de los abetos de su tierra. Hace un año uno le rompió la espalda. Ahora, a cuatro mil kilómetros de distancia, pasea, descansa…y espera, como todos, el fin de esta locura.