Hay momentos en los que la vida te susurra al oído, con esa voz de terciopelo que tienen los atardeceres de otoño, que tal vez no hiciste bien en correr tanto. Que quizás los relojes no eran tan importantes, ni las urgencias tan urgentes, ni los destinos tan lejanos. Pero ya es tarde.
Apuré el paso, porque así me enseñaron. Porque la existencia parecía una carrera donde el que se detiene es arrastrado por la corriente de los que siguen avanzando. Y corrí. Dios sabe que corrí. No quise ser el que se quedara atrás, el que mirara desde la barrera cómo el mundo se le escapaba de las manos. Pero, sin darme cuenta, en algún recodo del camino, el tiempo y yo dejamos de caminar juntos.
Y un día lo descubrí.
Fue en un gesto mínimo, casi insignificante. Tal vez fue en la manera en que mis dedos
buscaron una llave en un bolsillo que ya no existía. O en el reflejo de un escaparate que me devolvió un rostro que, aunque conocido, no era el mío. Quizás fue en una voz que creí reconocer en la distancia, pero que, al volverme, pertenecía a otra boca, a otra historia, a otro tiempo que ya no era el mío.
Entonces supe que me había quedado atrás.
Que mientras yo apuraba el paso, la vida tomó otro desvío, una calle diferente, una
bifurcación en la que no nos pusimos de acuerdo. Que lo que yo creí ganar corriendo lo
había perdido en la prisa. Que los momentos que ignoré por llegar antes a un lugar ya no podían ser recuperados.
Y allí estaba yo, de pie en medio de una ciudad que ya no me pertenecía, escuchando
risas que ya no reconocía, buscando en los rostros de los transeúntes a los amigos que
un día estuvieron y que, sin despedirse, tomaron trenes a destinos donde ya no sé
encontrarlos.
Quizás de eso se trata todo esto. De entender demasiado tarde que no es la velocidad lo que nos hace avanzar, sino la conciencia del camino. Que las pisadas que dimos en la arena no pueden desandarse, y que, al final, no es el mundo el que nos deja atrás, sino nosotros quienes, en nuestra absurda carrera, nos olvidamos de vivir en el tiempo que nos toca.
Apuré el paso. Y me quedé parado en el tiempo.