Por estos días los analgésicos se han convertido en protagonistas de mis noches. Una pequeña intervención quirúrgica y el cuerpo se pone en alerta haciendo sonar las alarmas en forma de dolor. Entonces, los calmantes devienen los mejores de los aliados.
Creo que no tengo que convencerte de que los analgésicos son un pilar fundamental de la medicina moderna. Su capacidad para aliviar el dolor ha permitido mejorar la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo. Pero, ¿de dónde vienen y cómo actúan?
Un origen milenario
La búsqueda por aliviar el dolor se remonta a miles de años atrás. Las primeras civilizaciones ya recurrían a la naturaleza para encontrar soluciones a sus dolencias. De hecho, se dice que los sumerios, alrededor del año 5000 a.C., utilizaban la corteza del sauce blanco para reducir la fiebre y el dolor. Este remedio natural, con el tiempo, dio paso al ácido salicílico, precursor de la aspirina, uno de los analgésicos más comunes en la actualidad.
Progresando en el tiempo, en el antiguo Egipto del año 1500 a.C. se utilizaba el opio, extraído de la adormidera, para calmar el dolor durante las cirugías y los partos. Más tarde, en la época romana, el médico Galeno de Pérgamo popularizó el uso de extractos de diversas plantas para aliviar el dolor, incluyendo la mandrágora y la belladona.
Más, se tuvo que esperar hasta el siglo XIX para que la historia de los analgésicos diera un giro importante y esto fue posible por el desarrollo de la química. En 1853, el químico francés Charles Frédéric Gerhardt sintetizó por primera vez el ácido acetilsalicílico, más conocido como aspirina. A pesar de que se tuvo que refinar hasta llegar la aspirina de hoy, este descubrimiento revolucionó el mundo de la medicina, ya que proporcionaba un método efectivo y seguro para aliviar el dolor.
A partir de ese momento, la generación de nuevos analgésicos se convirtió en una carrera imparable que nos deja varias curiosidades. Por ejemplo, la morfina, uno de los sedantes más potentes, se deriva de la misma planta que nos da las semillas de amapola. También sabemos que el ibuprofeno, quizá el calmante mejor tolerado, fue descubierto por casualidad en la década de 1960 mientras se buscaba un medicamento para tratar la artritis. Por otra parte, la cafeína, presente en muchos analgésicos de venta libre, no solo ayuda a aliviar el dolor, sino que también puede potenciar el efecto de otros medicamentos.
En la actualidad, existe una amplia variedad de analgésicos disponibles, cada uno con sus propias características y mecanismos de acción. Entre los más comunes encontramos: el paracetamol muy eficaz para el dolor leve o moderado de cabeza, muscular o menstrual; los antiinflamatorios no esteroideos -- el ibuprofeno y el naproxeno-- que, además de aliviar el dolor, también reducen la inflamación y los opioides que son los más potentes y se usan para el dolor severo.
Ahora, ¿qué no debemos hacer?
Si bien los analgésicos son herramientas valiosas para el manejo del dolor, es importante utilizarlos con precaución y seguir las indicaciones del personal sanitario. Algunos aspectos a tener en cuenta son: evitar automedicarse, no exceder la dosis recomendada, no mezclar analgésicos y no consumir alcohol.
Es crucial tener en cuenta que los analgésicos son aliados poderosos en la lucha contra el dolor. Sin embargo, es perentorio utilizarlos de manera responsable y bajo la supervisión de un profesional de la salud para garantizar su seguridad y eficacia. Recuerda que el dolor es una señal de que algo anda mal en tu organismo, enmascararlo es silenciar una señal que debemos tener en cuenta.
Por cierto, la palabra analgésico proviene del griego antiguo y podría traducirse como ausencia de dolor.