Otorgado por la revista El Cultural desde hace catorce años, el Premio Valle-Inclán es el galardón más prestigioso de la escena española. El nombre del ganador de esta XIV edición se dará a conocer, como ya es tradición, al final de una emocionante cena durante la cual, y mediante el sistema Goncourt, se van eliminando, entre plato y plato, a los 11 finalistas. El premiado de este año se unirá a una lista que ya integran Juan Echanove, Angélica Lidell, Juan Mayorga, Nuria Espert, Francisco Nieva, Carmen Machi, Miguel del Arco, Carlos Hipólito, Concha Velasco, Aitana Sánchez-Gijón, Ernesto Caballero, Alfredo Sanzol y Magüi Mira, ganadores en los años anteriores.
Presidido por el jurista y dramaturgo Antonio Garrigues Walker, el jurado de esta edición del Premio Valle-Inclán ha estado formado por el académico de la RAE y presidente de El Cultural, Luis María Anson; el redactor jefe de Cultura de El Mundo, Manuel Llorente; el abogado y periodista José María García-Luján; la directora de RNE, Paloma Zuriaga; el empresario teatral Enrique Cornejo; el periodista de TVE Antonio Gárate, presentador de La hora cultural del Canal 24 Horas; los productores de teatro Mariano Torralba y Robert Muro; la periodista colaboradora de El Cultural y editora, Liz Perales; el crítico y poeta Jaime Siles; el periodista y poeta Jesús Fonseca y la escenógrafa Ana Garay.
Estos son los 12 autores, actores y directores que competirán este año por el Premio Valle-Inclán: José Sacristán, Andrés Lima, José María Pou, Emilio Gutiérrez Caba, Ana Zamora, Pepe Viyuela, María Adánez, Ernesto Alterio, Verónica Forqué, Israel Elejalde, Alberto Conejero y Julia de Castro.
José Sacristán, por Señora de rojo sobre fondo gris
La interpretación de José Sacristán en Señora de rojo sobre fondo gris en el Bellas Artes quedará para los anales. Una lección magistral de interpretación que brindó en la piel del pintor que ideó Miguel Delibes para filtrar literariamente el duelo originado por la muerte de su mujer, Ángeles de Castro. Sacristán lo encarna con la derrota en el gesto, sin concesiones sensibleras y con un punto redentor de ironía, incluso de humor. Este naufragio íntimo, expresado con una verdad que temblaba en su voz, ha sido además su despedida de los escenarios. Le vamos a echar de menos.
Andrés Lima, por Shock (el cóndor y el puma)
Andrés Lima llevó al escenario circular del Valle-Inclán (CDN) este atrevido y vertiginoso montaje basándose en La doctrina del Shock, de Naomi Klein. La eficaz puesta en escena de Shock (el cóndor y el puma), con textos del propio Lima, Mayorga, Cavestany y Boronat, sacaba a la luz algunas de las atrocidades de las dictaduras de Videla en Argentina y de Pinochet en Chile. Un hito del teatro documental. "Busco que el público se emocione, que sienta rabia, que llore, pero que quiera verla a la vez", señalaba Lima a El Cultural.
José María Pou, por Moby Dick
Si el cine nos dio un Ahab con Gregory Peck, el teatro nos ha dado a José María Pou, que interpretó al inmortal personaje de Herman Melville con una fuerza capaz de reventar con su mirada a la esquiva y satánica Ballena Blanca. La electricidad del tándem Lima-Cavestany dio vida en Moby Dick a una criatura que además de locura exhibió sensibilidad, lirismo y una actitud existencial sin precedentes en nuestros escenarios. Pou puso toda la carne en el asador. Literalmente.
Emilio Gutiérrez Caba, por Copenhague
¿Puede un actor valer más por lo que no dice en el escenario que por lo que dice? Sí, porque lo demuestra Emilio Gutiérrez Caba en Copenhague, la obra de Michael Frayn en la que, bajo la dirección de Carlos Tolcachir, interpreta al físico Niels Bohr. Su histórico encuentro en 1941 con Werner Heisenberg (Carlos Hipólito) ha pasado a la historia por las muchas interrogantes que ambos dejaron por las calles de la capital danesa. La contenida sofisticación de Gutiérrez Caba nos mostró, una vez más, la grandeza del teatro (y de la ciencia).
Ana Zamora, por Nise
Ana Zamora sigue obrando milagros. Sin su concienzudo empeño, muchos autores del rico patrimonio dramatúrgico español seguirían durmiendo el sueño de los justos. Jerónimo Bermúdez entre ellos. De él ha rescatado en La Abadía dos piezas, Nise Lastimosa y Nise Laureada, que recrean la fascinante (y cruenta, y brutal…) historia de Inés de Castro, noble gallega emparentada con los reyes de Castilla. Su matrimonio con el príncipe Pedro de Portugal generó un enredo palaciego que acabó en crimen de estado. Un alegato contra el abuso de poder que Zamora bordó en escena con su rigor e imaginación habituales.
Pepe Viyuela, por Esperando a Godot
Cumbre del teatro universal, Esperando a Godot se convirtió, gracias al Estragón de Pepe Viyuela, en una obra en la que la esperanza y el tedio se subliman a través del humor. Pocas veces se ha explorado este camino en la obra de Samuel Beckett, en el que, intuíamos, había algo más que la lógica llevada al extremo. Teatro del absurdo y directo en el que la presencia de Viyuela nos deja una profunda reflexión sobre la vulnerabilidad del ser humano y la sobreestimulación en la sociedad actual.
María Adánez, por Divinas palabras
Mari Gaila es uno de los papeles míticos de la escena española. Valle-Inclán puso sobre este personaje complejidad y pasión. No es fácil pasearlo por el escenario. María Adánez se nos presenta en la versión de Divinas palabras de José Carlos Plaza tierna, divertida, trágica, soberbia y sensual. Su Mari Gaila permeabiliza en el espectador y llega al patio de butacas con una intensidad insólita en esta obra cumbre del genio gallego que da nombre a nuestro premio. “Es una actriz llena de sensibilidad, algo que determina su trabajo”, señala Plaza.
Ernesto Alterio, por Shock (el cóndor y el puma)
Su capacidad para abordar cualquier papel y su enorme catálogo de registros convierten a Ernesto Alterio en uno de los intérpretes principales de este montaje (y de la escena actual), que requiere de su ímpetu y de su energía. El eco de algunos acontecimientos que contribuye a subir al escenario salpicaron la biografía de su familia, hecho que impone a su trabajo una mayor dosis de credibilidad. Ramón Barea, Natalia Hernández, María Morales, Paco Ochoa y Juan Vinuesa comparten la fuerza de Alterio, que parece plantar cara a aquellos dolorosos acontecimientos.
Verónica Forqué, por Las cosas que sé que son verdad
El tándem Bowell/Fuentes Reta volvió a demostrar su capacidad, profunda y emocional, para diseccionar los complejos lazos familiares. Cuando deje de llover conmovió por su realismo mágico en el fondo y en la forma. Y Las cosas que sé que son verdad ídem. Esta era, en cambio, más luminosa. Algo en lo que contribuía de manera crucial la gracia natural de Verónica Forqué, que, reivindicada aquí como actriz trágica, no dejaba de asomar una espontaneidad cotidiana que aportaba credibilidad a un montaje redondo.
Israel Elejalde, por Ricardo III
Encarnó al villano por antonomasia del vasto legado dramático de Shakespeare. Ese ser contrahecho, frío, acomplejado, fiero y resentido. Elejalde le otorgó carne y voz dentro de una montaje eléctrico, al más puro estilo de la factoría Del Arco y Kamikaze, con transiciones vertiginosas y guiños a la actualidad. La figura de Trump sobrevolaba su interpretación, alguien que se siente en su salsa cuando hay conflicto y se aburre en la paz. Alguien que ambiciona el poder pero no sabe muy bien qué hacer con él cuando lo tiene. Elejalde, sin embargo, le otorgó a su Ricardo III una humanidad inquietante: la que permitía mirar en nuestra conciencia y sentir por momentos el estupor del reflejo.
Alberto Conejero, por La geometría del trigo
Alberto Conejero es a pesar de su juventud una de las personalidad más notables de nuestras tablas. Su popularidad se disparó gracias desgarro sentimental y civil de La piedra oscura. Desde entonces, no ha parado de sumar, con reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura Dramática 2019. En La geometría del trigo, vista en el Valle-Inclán, se arrancó además con la dirección. Una apuesta redoblada que dio en la diana. Era un trabajo demasiado personal: su vuelta a Vilches (Jaén) su pueblo de la infancia y a su madre. Regreso a los olivares, las verbenas y el ala protectora maternal. Tiempo de inseguridades y sueños con humanísimos claroscuros.
Julia de Castro, por Exhalación: vida y muerte de De La Puríssima
Fue la despedida del personaje De La Puríssima, que ha hecho del erotismo, la picardía y la provocación de su estandarte artístico. Fue un sugerente compendio del viaje de Julia de Castro por los escenarios en estos últimos diez años, abarcando todos los géneros que ha versionado. Del cuplé y el jazz originales a la electrónica de su última etapa, pasando por el género chico. Una propuesta que alertaba de hipersexualización de la sociedad contemporánea y la paradoja de que de sexualidad se sigue sabiendo más bien poco. Valiente al señalarlo.