Tras diez años de espera, Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) publica al fin la segunda parte de sus memorias, La pobreza (Galaxia Gutenberg), en las que vuelve a la inmediata posguerra, a los años cuarenta. Tenía entonces catorce años y trabajaba desde las cinco de la mañana cargando carbón en la caldera de un banco, en jornadas de diez, doce horas, que incluían los domingos. Huérfano de padre desde que apenas tenía un año, el futuro Premio Cervantes 2006 aprendió a leer en el único libro que había en su casa, un poemario escrito por su padre (Otra más alta vida).
Pregunta. Vuelve en este volumen a los años 40, los de la posguerra y la pobreza, pero ¿cómo marcó su vida, y de paso a todo el país?
Respuesta. Tiene razón, hablo de mi pobreza, pero desgraciadamente no solo de la mía, porque la mía se hizo llevadera, sino de la de todo un país, de una España sumida en la miseria no solo en los bienes subsistenciales sino también de los existenciales. Fuimos despojados de toda una manera de estar en la vida para malvivir en una sociedad vigilada siempre, siempre oprimida. Si a eso le sumas las cartillas de racionamiento, las colas para un bollo de pan o algo de leche… Y las mujeres, apaleadas con frecuencia por los grises, por alborotar un poquillo, qué te voy a contar. Y la desesperanza, ese estar rodeado de sospecha, de delatores, de venganzas y de miedo. Y no podías decir nada, porque la posibilidad de cambio era siempre a peor. Lo malo es que el problema de nuestra posguerra no está agotado, aunque se haya atravesado, e intentado olvidar. Quedan aún demasiados fantasmas, demasiado dolor.
P. Comienza el libro diciendo que vuelve a buscarse en el olvido: ¿se ha encontrado en estas cuatrocientas páginas?
R. Bueno, no deja de ser una frase. Creo que es una manera de hablar, no sé si excesiva, porque, quizá por fortuna, gran parte del pasado se escurre por las cañerías del olvido, claro, vas perdiendo los detalles y eso es una forma de olvido también.
P. También escribe que teme el encuentro con lo que necesita conocer: ¿cómo ha sido ese viaje por sus recuerdos, por su vida?
R. Bueno, es una escritura que no ha surgido en función de un proyecto previamente diseñado sino que dejé que saliera como me lo pedían las circunstancias, el momento o la capacidad de memorizar y evocar. Hay en el libro ciertamente una voluntad de reencuentro con el que pude ser aquellos años, pongamos, desde el 40 al 70, desde que era un chiquillo. También retrato algún malestar, algún recuerdo convertido en olvido quién sabe por qué, a lo mejor un psicoanalista nos lo decía, porque tenemos unos mecanismos defensivos que nos ayudan a olvidar lo que nos duele. Yo estoy en una edad muy avanzada y ya no me encaro conmigo mismo por el ajuste de cuentas verdadero que pudiera haber, sobre todo conmigo mismo.
Memorial de ausencias
P. El libro es también una suerte de inventario de desaparecidos, de amigos muertos... ¿Peca de nostalgia? ¿A quién echa más de menos?
"Al final del libro me digo que esto ha sido todo, pero que es poco, prácticamente nada. Y que estoy cansado"
R. Claro, claro que siento nostalgia por los ausentes, mi pasado son estas desapariciones. No tengo amigos coetáneos, no me quedan ya. Sólo permanece este vaciamiento poblado únicamente de una sospecha mía de que hubo algo que me separó o me impidió estar donde tenía que estar o con quien tenía que estar. He intentado encontrarme en ese piélago de desapariciones, aunque solo fuera para reconocerme culpable de algo. Si lees la última línea del libro verás que lo confieso y me digo que sí, que esto ha sido todo, pero que es poco, prácticamente nada. Y que estoy cansado. Y que sigo sin saber qué era aquello, qué fue todo. Porque no, no lo he averiguado. Eso sí, la escritura del libro ha tenido un valor de catarsis y me siento mejor.
P. Hablando de desapariciones y de catarsis, ¿cree que el tiempo y los lectores han sido justos con los poetas que ocupan parte del libro, los del grupo Espadaña? ¿Y con la poesía social?
R. Fueron coetáneos míos, incluso eran algo mayores mientras yo estaba tratando también de ser alguien en la poesía. La gente de Espadaña tuvo su lugar en la historia de la literatura y de la poesía, no hay que preguntarse si es justa o injusta; salvo esas figuras que pueden ser realmente grandes y que sobreviven a todos los olvidos, a todos los demás se les apunta en la pequeña historia, pero no hay mucho recuerdo, no hay mucho restablecimiento del poeta. Estaba Victoriano Cremer, un interesante poeta; Eugenio de Nora, que pudo ser más interesante todavía pero que en el libro explico que él mismo sabía que no había cumplido su proyecto poético, lo semiabandonó. Pero no son solo estos, estos estaban en semicercanía.
P. ¿Y alguien que fuera especialmente maltratado?
R. La gente no se acuerda ya de un excelente poeta, mejor poeta que persona, a mi juicio, que fue Leopoldo Panero. Panero padre (ahora si hablas de Leopoldo Panero todos piensan en el hijo) pasó de ser filocomunista, muy amigo de César Vallejo, y de salir del Penal de San Marco con suerte, para convertirse en poeta del régimen. Y era un excelente poeta aunque como persona no lo valoro mucho. También ocurre que España en eso es bastante única: aquí no ocurre, como en Latinoamérica, que la gente venere como si fuera un santo a un poeta como César Vallejo, los que le han leído y los que no, es impresionante, te habla de él cualquier mujer que está vendiéndote una frutecilla en la calle… Eso no ocurre en España, simplemente quizá porque nadie tiene la estatura de Vallejo, pero sí los hay notables y sin embargo hay más olvido que memoria de todos ellos.
Poesía y revolución
P. Es sabido que siempre ha descreído de la poesía social. ¿No confía en la rebeldía liberadora del lenguaje y los poemas?
"Los versos se convirtieron en instrumentos revolucionarios, como un panfleto o un mitin, pero ocurre que la naturaleza de la poesía es otra"
R. No, la poesía no tenía ciertamente posibilidad de utilidad revolucionaria porque es un instrumento radicalmente subjetivo y las circunstancias a revolucionar son de carácter objetivo, es decir, económicas, subsistenciales, estructurales. Por ejemplo, en los años 50 los poetas sociales defendían una poesía crítica, reivindicativa, que se decía social, también sus consecuencias y sus derivaciones naturales tenía un valor poético de crítica y de querer crear un instrumento social. Y yo disiento de eso, porque lo normal es que desde la inmediata posguerra, y estoy pensando en los primeros poetas sociales, en Celaya, los versos se convirtieron en instrumentos revolucionarios pero con la misma pulsación lingüística que puede tener un panfleto, un mitín, o algo por el estilo. Ocurre que la naturaleza de la poesía es otra: no son palabras juntas pero sí hay una genética de la poesía comienza en un entendimiento del imaginario que surge en impulsos , incluso rítmicos, con una lógica que nada tiene que ver con la lógica discursiva o expositiva. Los poetas sociales y sus continuadores, sus epígonos, mayores y menores, creo que confundieron el fin con los medios y el fin se comió a los medios, dejaron de hacer poesía verdadera, aunque algunos lo hicieron con bastante dignidad.
P. ¿Y César Vallejo, al que siempre admiró?
R. Y no solo a Vallejo, en España hay gente, una mujer a la que estimo mucho, la mejor de las nuestras, Angela Figuera, pero son los menos… Los demás se desmedularon, y sí, la poesía tiene un valor de resistencia, de oposición al poder sí, pero que lo tiene fundamentalmente en la propia naturaleza de su lenguaje. Es decir, que César Vallejo no hizo una poesía social solvente, fuerte, por la temática, sino por la enorme vanguardia, la inimaginable vanguardia harapienta que había en su propia manera de hablar. La resistencia y la crítica se daba en la naturaleza del lenguaje. Yo tiendo a pensar que la resistencia está en que la poesía sea Otro lenguaje, y al ser un lenguaje otro se opone ya a los lenguajes establecidos.
P. Alude en La pobreza a la escritura de Kafka y dice que cuando escribe de dolor no se refiere al sufrimiento sino que es el sufrimiento, ¿qué es, como es la escritura de Gamoneda?
R. No llega a ser como la de Kafka, claro. Seguramente quisiera, pero eso no le pasa solo a Kafka, también a algunos poetas como César Vallejo, o San Juan de la Cruz, por irnos al otro extremo ideológico e incluso histórico. Cuando Kafka habla, y por eso es uno de los poetas, y subrayo lo de poeta aunque no escribiera poesía, alcanza un lenguaje objetivo no como un tema sino como una manera de vivir su propio drama existencial, su propia agonía cerrada, es decir, vivía las palabras porque las palabras eran su angustia, eran un lamento. Y nadie dice que un lamento sea una manera de fingir sufrimiento sino que es una emanación de ese dolor, es parte del propio sufrimiento. Pues aplica todo esto a Kafka. Su lenguaje expositivo, su fabulación cerrada, espantosa, disponía de un lenguaje de manera que cada acto de escritura era un acto de vivencia, de su drama existencial.
Nuevos proyectos
P. Y en su caso ocurre algo parecido también, salvando todas las distancias,….
R. Sí, muchas distancias…. Hay un estado pasional de la escritura para mí, no una actitud ornamental, desde luego, eso no me interesa en absoluto, yo tiendo a identificar mi sufrimiento y mi alegría, que algunas veces son mis propias palabras. Es una pelea.
"Me gustaría completar los proyectos que me quedan con plena libertad ideológica incluso biológica, como si pudiera rescatar al poeta que soy"
Abrumado por lo que le espera estos días de presentaciones y entrevistas, no le faltan al poeta nuevos proyectos, aunque algunos no estén “muy definidos todavía, más o menos son casi deseos más que proyectos”. Con todo, anuncia que lo primero que leeremos tras este volumen será “un pequeño anticipo que tiene bastante de reescritura, de reinsertación de viejos poemas en nuevos poemas, de intercambio que hago conmigo mismo. No tardando saldrá uno pero va a ser como si no saliera porque va a ser una edición de esas carísimas, de artista, con la particularidad con este lleva pinturas de un excelente pintor, Carlos Piñel, y el libro tendrá así como formato de medio metro”.
También acaricia el deseo de debutar como narrador: “Desde luego –comenta-, aunque ya tengo muchos años, y ya que no estoy convencido de que pueda ser Kafka, ni Vallejo, quisiera hacer por lo menos un libro de relatos. En realidad está empezado hace ya cuarenta años, pero será breve”.
Y tiene en marcha un nuevo poemario. “Para qué voy a especular, quizá luego la vida se encargue de interrumpir esos proyectos, porque estoy muy viejo. Me gustaría completarlos con plena libertad ideológica incluso biológica, como si pudiera rescatar al poeta que soy. Un libro breve, absolutamente libre, concertado con mi propia libertad y mi propio pensamiento, comprobar si soy un verdadero artista de la palabra. No sé si tendré tiempo ni si tendré capacidad. Sí, eso está por ver”.
P. Para terminar, ¿le interesan los jóvenes poetas? ¿A quiénes lee?
R. Me interesan mucho, los leo incluso con ansiedad, deseando ver establecidos unos rasgos de calidad y de conciencia poética. Yo espío en los nuevos y en los mejores, aunque, qué quiere, joven para mí es incluso Claudio Rodríguez, ahora tan olvidado... Pero no lo hago con exhaustividad, hago otras cosas. Tengo más cansancio que tiempo y más cansancio que facultades.