Paco Ochoa, Juan Vinuesa, María Morales, Natalia Hernández y Ramón Barea en un ensayo de shock. Foto: Marcos GPunto
Andrés Lima estrena su versión escénica de La doctrina del shock en el Valle-Inclán. Centrada en los golpes de Estado de Pinochet y Videla, se apoya en textos de Mayorga, Juan Cavestany y Albert Boronat.
Entre sorbo y sorbo a su café con leche, desgrana detalles de un proyecto complejo que partió del voluminoso ensayo de la periodista canadiense, cuyas reflexiones le fascinaron y dieron pie ya en 2009 a un documental de Michael Winterbottom. Lo ha estado cocinando a fuego lento, como a él le gusta, durante un año plagado de talleres, entrevistas, ensayos... "La idea original era hacer un espectáculo que abarcara todo el libro, que va desde los experimentos del Cono Sur a la guerra de Irak, justificada con una mentira que hoy todos conocemos. Pero eran demasiadas cosas", confiesa. Klein, en efecto, analiza un amplio número de traumas históricos de las últimas décadas: las Malvinas, el 11-S, Tiananmen, el tsunami de Indonesia, el Katrina… Impactos brutales que noqueron países enteros. Bajo ese estado de aturdimiento, aduce Klein, permitieron el avance de las corrientes desrreguladoras en su territorio.
El lado siniestro del fútbol
Lima finalmente decidió concentrarse en Chile y Argentina, porque, a su juicio, sus ejemplos sirven para hacerse una idea completa de tan maquiavélico procedimiento. "No quería abrumar con datos al espectador, porque no soy un erudito en teorías económicas ni quiero serlo. Lo que realmente pretendo es ofrecer un espectáculo basado en la visión histórica humanista de Klein y en su certera crítica al capitalismo, a nuestra forma tan nefasta y violenta de organizarnos", señala Lima, uno de los fundadores de Animalario. Para armar la puesta en escena, el director madrileño se ha inspirado en el el espectáculo por antonomasia de esta época: el fútbol. Ha creado un espacio circular que semeja a un estadio con sus tribunas y sus fondos. En las paredes cuelgan pantallas (elemento brechtiano) que proyectarán fragmentos tratados del asalto al Palacio de la Moneda (puro espectáculo a lo Apocalypse Now), de los encuentros en el Despacho Oval entre Nixon y Kissinger donde decidían la suerte de Latinoamérica, de los goles de Kempes en el Mundial del 78 que permitió a los milicos blanquear la reputación de su régimen y, de paso, acallar los gritos de los represaliados con los de los enfervorizados aficionados albicelestes… La inspiración futbolera se justifica además con otro detalle siniestro: el Estadio Nacional de Santiago fue utilizado por la dictadura chilena como principal centro de detención y tortura.Lima quiere hacer que el público sienta el horror en sus carnes. Revivir la memoria emocional es su objetivo. Para ello cuenta con un reparto de primera fila. Seis actores que encarnan a más de treinta personajes. En ese baile de identidades se dan circunstancias tan desconcertantes como ver a Ramón Barea en la piel de Allende y la de Pinochet. Una alternancia brutal que emite un mensaje: no es tan difícil saltar de un lado a otro en la escala moral que distingue a los buenos de los malos. Ernesto Alterio también acomete un tour de force íntimo, pues al dar vida a Videla se le han removido inevitablemente algunos fantasmas familiares. Además, completan el elenco Natalia Hernández, Paco Ochoa, Juan Vinuesa y María Morales. Esta última protagoniza una de las escenas más reveladoras del montaje. Transmutada en Margaret Thatcher, acude al encuentro de un Pinochet varado en Londres por la orden de detención cursada por el juez Garzón. Es una especie de flash forward escrito por Juan Mayorga, que en su día alertó a Lima de la potencia dramática de esa entrevista, a cuyo término la Dama de Hierro expresó ante el mundo su apoyo al sátrapa chileno."Todo está apoyado en documentación. Todo existió y existe. Pero hacemos ficción. Buscamos la esencia". A. Lima
También participa en la faceta dramatúrgica otro antiguo colaborador de Lima desde los tiempos de Animalario, Juan Cavestany, que pone negro sobre blanco el diálogo del belicoso Kissinger con Nixon. Un trabajo que parte de la literalidad de los documentos desclasificados pero que reelabora literariamente al servicio escénico del Shock. Es el método que rige toda la pieza en realidad. Lima no reniega de la etiqueta ‘teatro documental' para describirla pero consigna algunos matices: "Todo está apoyado en documentación. Todo existió y existe todavía. Pero hacemos ficción. En algunas escenas se pierden las fronteras. Lo que buscamos es la esencia de lo que pasó, para entenderlo mejor".
Por su parte, Albert Boronat firma el capítulo dedicado a los Chicago Boys y a Ewen Cameron, el psiquiatra que empezó a utilizar el electroshock para lavar cerebros y dominar voluntades. Ese experimento destinado en principio para individuos concretos fue la referencia de partida para los impulsores de su aplicación sobre sociedades. Andrés Lima, a su vez, se ha encargado de lo concerniente al Proceso de Reorganización Nacional, ampuloso eufemismo empleado por los milicos para denominar su toma de control de Argentina. Un proceso violento que dejó miles desaparecidos.
Lima ha dudado mucho sobre cómo plasmar las torturas en escena. "Llevo años dándole vuelta a esto. Desde los 70 vengo viendo montajes donde aparecen torturas y siempre me han causado rechazo. Sólo la he visto bien tratada en One for the Road, de Harold Pinter. Es un texto muy inteligente aunque de difícil acceso". Él ha optado por la técnica de la descripción. "Y creo que funciona porque creamos el contexto para que los espectadores sepan lo que es sentirlas. El dolor se les causa en su imaginación. Quiero que entiendan sin aleccionar. Que estén dispuestos a que les cuente esta historia a pesar de su dureza. Busco que se emocionen, que sientan rabia, lloren pero que quieran verla a la vez, no que vengan pensando que van a pasar un mal rato. De la tragedia pasamos a la comedia a toda velocidad. Hay un disfrute cuando hacemos teatro que queremos transmitir".
@albertoojeda77