Terminé de leer, hace unas horas, Una aventura griega, un libro de viajes de María José Solano, que me ha provocado una vez más, para mi satisfacción, lo que se llama “la paradoja del lector”. El lector entra a leer el texto de Solano con las ganas de trotar con suavidad sobre las páginas hasta alcanzar la velocidad de crucero y mantener ese ritmo hasta el final del libro.
Pero no suceden así las cosas: el lector, al al alcanzar el galope de la lectura se da cuenta que el texto lo mantiene hipnotizado a un ritmo que él, el lector, trata incluso de manera inconsciente de ir frenando. ¿Por qué? Porque no quiere terminar de leer el texto, no quiere terminar el viaje generoso que la escritora le está brindando, una experiencia que ha de vivirse más lentamente, una lectura que ha de ser lenta y sensorial, un gusto inesperado.
Sentí curiosidad intelectual por Una aventura griega cuando leí que el viaje a Grecia no era para hacer hacer turismo y luego contar por escrito lo vivido, sino que el objetivo único de la aventura mostraba con claridad que su viaje a Grecia era producto de la fascinación intelectual —una profunda suerte de amor platónico— que le habían provocado las lecturas de los libros un escritor británico de la mitad del siglo XX: Patrick Leigh Fermor, que había vivido muchos años en la tierra de los dioses, los héroes, los filósofos y los poetas, él mismo un legendario aventurero que llegó a conocer la historia, la leyenda, la mitología y, por supuesto, la literatura clásica de Grecia.
[Patrick Leigh Fermor, el hombre que pateó desde Londres hasta Constantinopla]
La aventura literaria de Solano en Grecia está narrada con una solvencia y serenidad apasionantes que cautiva al lector más relación a las lecturas del entretenimiento. Sucede que en estas páginas de Solano se aprenden muchas cosas, lo que al día de hoy, y con la cantidad de bazofia editorial que se mueve en el inmenso mar de las porquerías mercantiles, no deja de ser un milagro de primer orden.
De ahí que haya sentido “la paradoja del lector” desde el principio del viaje hasta el final. Porque el texto es todo un descubrimiento estrictamente literario, de modo que abandonen toda esperanza de encontrar el tesoro los diletantes y voluntariosos que leen para que les entre sueño y poder dormir tranquilos. El ritmo acompasado del texto es una melodía griega completa, Theodorakis incluido, Sófocles en guiños y señales, Durrell acechando en las esquinas de cualquier página.
Al mismo tiempo, y lo repito, se aprende. Quienes amamos las literaturas clásicas griega y latina sabemos del placer interminable que nos provoca Grecia, sus guerras, sus pueblos, el Peloponeso, Agamenón, Troya, Aquiles, Fedra… Y María José Solano paso a paso descubriéndonos esos tesoros nunca olvidados de la gastronomía, las costumbres, la idiosincrasia griega, la geografía mediterránea, el vino, la música, el baile…
[Escritores en marcha y novelas viajeras]
Y el gran Patrick Leigh Fermor apareciendo en carne y hueso, mientras la escritora nos cuenta de sus libros, sus aventuras eróticas, amoríos, amores, una sola noche, las casas donde vivió, los gustos que mantuvo vivos durante su larga y enloquecida vida griega.
Capítulo a capítulo, Solano va descubriendo el tesoro del viaje, Penélope esta vez corriendo por las tierras griegas tras Ulises. Hilo a hilo, la escritora conjuga tres historias en cada uno de los capítulos de Una aventura griega: su propio viaje a la búsqueda del alma del fantasma inglés que quizá no encuentre; la historia de la Grecia que va visitando y, finalmente, la presencia firme de Fermor y su locura aventurera, intelectual y literaria.
La historia de su vida, sus mujeres y, sobre todo, sus libros, sus novelas, sus libros de viaje, sus criterios sobre la vida, la sensualidad de sus amores aquí y allá. Penélope escritora que lee las historias del amor de su vida y se alonga hasta más allá del abismo de Ítaca nadando el Mediterráneo de los dioses hasta encontrar a su hombre. El viaje, pues, es una historia de amor vislumbrada desde la lectura, el destino que une a Solano y a Fermor con Grecia.
[Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia]
No veo defectos en este libro de María José Solano. Al contrario, el orden del relato y su estructura me parecen un gran acierto. La historia contada por la escritora es, sin duda, un viaje por la Grecia legendaria en la que debemos entrar con suavidad y leer con calma, hasta que se produzca la “paradoja del lector” ese vértigo que parece un juego fascinante mientras aprendemos lo que ya sabíamos, en muchos casos, y sabemos lo que se nos cuenta pro primera vez.
Léanlo con tranquilidad. No es un libro para lectores que leen rápidamente en vertical. Es para una tribu de lectores que el libro se merece, para lectores de verdad, de esos que Octavio Paz decía, hace ya mucho tiempo, que ya no hay muchos.