Alejandro Magno vence a Aquiles en la batalla del relato
La editorial Siruela publica las gestas del rey macedonio en dos relatos bajo la edición y traducción de Carlos García Gual.
13 febrero, 2024 02:22Alejandro Magno murió en Babilonia (Mesopotamia) en el 323 a. C. preocupado por no haber conseguido ni la inmortalidad ni el cetro de un reino universal. Pero, por encima de todo, le desasosegaba que sus gestas épicas, especialmente la conquista de Persia, no fueran cantadas (ni contadas) por un cronista como Homero. Se desvelaba pensando que su leyenda no dejaría la huella que, gracias a la Ilíada, puso a Aquiles en lo más alto de la leyenda.
Alejandro Magno, sin embargo, como Atila, Carlomagno, Ricardo Corazón de León, El Cid o Arturo, pasó de la historia al mito prácticamente finalizado el último suspiro. Por eso no hay consenso en las causas de su fallecimiento. ¿Lo envenenó su copero o fue víctima de enfermedades como la pancreatitis, la malaria a el paludismo? ¿Fue herido de muerte?
Lo cierto es que las hazañas del último gran héroe del helenismo atrajeron a historiadores como Plutarco (Vida de Alejandro) o Flavio Arriano (Anábasis de Alejandro) pero también alimentaron algunas de las mayores fábulas que ha conocido la inteligencia humana, relatos destinados al consumo popular y desbordados por una imaginación capaz de hipnotizar a todo tipo de lectores. ¿Quién no se resiste a elevar el tono hagiográfico con un material como el que proporcionó el hijo de Filipo II de Macedonia y Olimpia de Epiro repleto de acción, arrojo, nobleza, generosidad, firmeza y valentía?
Hijo del dios Amón
Por esa sugestiva ruta, por donde caminan confundidos narración histórica y novela de aventuras, transita Vidas de Alejandro, dos relatos (el primero de Pseudo Calístenes, datado en el siglo III d. C., y el otro un anónimo del siglo XVII) que se publican juntos en la editorial Siruela con la escrupulosa edición de Carlos García Güal.
En sus páginas nos encontramos con el “más extraordinario y valeroso de los hombres”, que vino al mundo en el 356 a. C. Pseudo Calístenes refuta la tradición histórica señalando al rey egipcio y nigromante Nectanebo como padre del macedonio, que penetró en el lecho de Olimpia haciéndose pasar por el representante carnal del dios Amón.
El acecho de un felino
Crecería Alejandro –bajo el recelo y las sospechas de Filipo– hasta transformarse, según el relato de Calístenes, en un hombre con cabellera de león, ojos de distinto color (el derecho, de tonos oscuros, y el izquierdo, glauco), los dientes, aguzados, como de serpiente, y con una forma de moverse que imitaba el acecho de un felino (poco se acercó Robert Rossen en 1956 con Richard Burton en su versión cinematográfica, aunque lo mejorara después Oliver Stone en 2004 con un Colin Farrell más creíble).
Casi al tiempo de domar a su inseparable caballo, Bucéfalo, el rey macedonio inició su profunda formación, algo que marcaría su comportamiento ante sus tropas (solo bebía agua cuando ya lo habían hecho sus compañeros) o ante el enemigo (siempre dispuesto a facilitar el sincretismo). Tuvo formación en pedagogía, música, gramática, retórica y filosofía, contando con los mejores maestros de la época, encabezados por el gran Aristóteles. Alcanzó su grandeza gracias a su empuje y su precocidad.
Ganador de todas las batallas
A los 20 años fue rey, guerreó durante 12 y ganó, según estos textos de ensalzamiento, en todas las batallas. Calístenes llega incluso a hacer balance de su legado señalando que sometió a 22 pueblos bárbaros y 14 poblaciones griegas, fundando con su nombre 12 ciudades, entre las que se encuentra la Alejandría de Egipto, que entraría en la historia, entre otros motivos, por su famosa biblioteca y por albergar su tumba (saqueada después por emperadores romanos como Octavio Augusto, Pompeyo el Grande, Calígula y Séptimo Severo).
Pero donde alcanzan su mayor esplendor los relatos recogidos en Vidas de Alejandro es en el testimonio –en ocasiones alejado de la verdad– de las batallas. En el 334 a. C., antes de iniciar su campaña hacia la Persia de Darío III, Alejandro, espoleado por el oráculo de Gordión, que le empujaba a conquistar Asia tras deshacer el ‘nudo gordiano’ que sujetaba el carro real, arrasó Tebas y sometió a los díscolos atenienses, que, pese a las advertencias del cínico vagabundo y filósofo Diógenes, no quisieron abrir sus murallas al que sería en adelante su único rey.
El nudo gordiano
Estas victorias, que ya volaban hacia los oídos de Darío, sirvieron también de aviso a Roma, que se sometió sin resistencia. Así, atada y bien atada su autoridad en “casa” (dejando 50.000 soldados de guarnición en Macedonia) y desatado el ‘nudo gordiano’ que le franqueaba el camino hacia Asia, el macedonio cruza el Helesponto (hoy estrecho de Dardanelos) dispuesto a poner las bases de su reino universal.
Pronto empezarían las cartas entre Alejandro (medio habitual con el que “avisaba” a sus enemigos, según la abundante correspondencia que aporta Pseudo Calístenes) y el todavía omnipotente Darío. Tras la advertencia de la batalla de Issos (333 a. C.), Alejandro se haría definitivamente con Persia en el 331 a. C. en la de Gaugamela., donde exhibió su genio con la estrategia militar al vencer con un ejército mucho menor.
“Era muy grande la mesnada de los persas, hasta mil veces mil los caballeros y otros tantos los peones”, relata Calístenes. Al fin, viendo Darío que los macedonios vencían de nuevo en la batalla “perdió todo talante de mantenerse en aquel sitio y comenzó a huir, escoltado por cien valientes caballeros, y creedme que no se dio vagar hasta que estuvo en el Castillo de Persia bien guardado”.
Un sueño ingobernable
Alejandro terminó sus días en la seductora Babilonia, ciudad que conquistó con otra de sus destrezas de combate. Allí regresó después de derrotar, ya en el 327 a. C., al rey hindú Poros, que, en la batalla de Hidaspes, exhibió una fortaleza militar nunca antes vista (integrada por elefantes de guerra que Alejandro neutralizó con fuego).
Las heridas de esas campañas conducirían más tarde al triste final de nuestro héroe. Expiró cuando tenía 32 años y solo se prosternó ante la parca. Las muertes de su mujer Roxana y de su camarada Hefestión completan la trágica extinción de su mundo. Lo remataron los Diádocos, los violentos y ambiciosos caudillos que se despedazaron por heredar los restos del ingobernable sueño de Alejandro.