Ignacio Echevarría



A Francisco Rico le han llovido palos a consecuencia de la publicación, el pasado día 11, de un artículo contra la nueva ley sobre el tabaco ("Teoría y realidad de la ley contra el fumador", en El País). El profesor Rico, miembro de la Real Academia, es sobradamente conocido como para que nadie se llame a escándalo por sus maneras tajantes y perentorias, desdeñosas de toda corrección política. Sabedor sin duda de las reacciones que iba a suscitar, Rico tuvo la ocurrencia de añadir al final de su artículo un post-scriptum en el que declaraba: "En mi vida he fumado un solo cigarrillo". Por si el contenido del artículo no bastara, aquella apostilla vino a romper la caja de los truenos. La "defensora del lector" del diario no daba abasto para la cantidad de cartas de protesta que recibió. En muchas de ellas se denunciaba lo que para sus autores constituía un flagrante delito de falsedad -dado que, como no es difícil comprobar, Francisco Rico es un fumador empedernido.



"Mintió el autor del artículo?", se preguntaba con apuro la "defensora del lector" ("La impostura de un fumador", El País, 16 de enero), para la que "el hecho de que quien opina esté libre de conflicto de interés, es decir, que no tenga vínculo con la industria tabaquera o que no sea fumador", constituye "un refuerzo argumental" en las crispadas discusiones a que da lugar un asunto tan polémico.



Preguntado al respecto, respondió Rico, entre otras cosas: "Amén de darle al conjunto una nota de color, el post-scriptum quiere decir varias de las cosas que literalmente dice, y sobre todo otra no literal, pero obvia: que ‘J'est un autre' (Rimbaud), la escritura no es la autobiografía y ‘la verdad es la verdad dígala Agamenón o su porquero' (A. Machado). El post-scriptum me ha producido la triste satisfacción de comprobar lo que yo diagnosticaba: que la ley es una escuela de malsines. Porque casi todos los que se pronuncian contra mi artículo (entre muchos que lo apoyan) lo hacen buscando hurgar en mi vida y costumbres, espiando a mis amigos y buscando antecedentes incriminatorios. En mis argumentos apenas se entra".



Tampoco aquí se va a entrar en ellos, menos aún en la polémica en que intervienen. Este artículo apunta más bien a las reflexiones con que adereza el suyo -representativo de otros muchos que, en el mismo sentido, han saturado la Red- la "defensora del lector", quien después de hacerse un lío con las categorías de realidad, ficción, autobiografía y literatura (con una invocación a Juan Goytisolo, para colmo) concluye: "Lo que en principio parecía un simple error o un problema de expresión, se ha convertido en algo más importante: un asunto de verdad o mentira. Porque al final, lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito recurrir a una mentira para defender una verdad. Si el autor de un artículo de opinión puede permitirse faltar a la verdad haciéndose pasar por lo que no es y utilizar esa ficción-mentira como argumento de autoridad, ¿qué crédito podemos dar a la verdad que pretende defender?"



Resulta conmovedora tanta candidez.



Dado que el mismo Rico rehúsa explicitar el evidente juego de palabras de su post-scriptum, resultaría poco elegante hacerlo aquí. Importa más subrayar la cuestión que la "defensora del lector" plantea tan retóricamente: la de si una verdad lo es más o menos por virtud de quien la sostiene. Parece claro que no, por eso mismo que, por boca de Mairena, dice Machado en la cita traída por Rico: "La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero". Claro que Mairena añade a continuación:



"Agamenón. - Conforme."



"El porquero. - No me convence."



¿Por qué al porquero no le convence? Quizá porque intuye que la verdad, como escribe en algún lugar Sánchez Ferlosio (alumno aventajado de Mairena), es "una sucia invención de mandarines". Que fueron "los que inventaron la verdad quienes hicieron falaz a la palabra", cuyo dominio no es la verdad, sino la razón. ¿Y qué importa a la razón quién la sostenga, cuando son sus argumentos quienes se ocupan de hacerlo?



Por lo demás, y en contra de lo que tantos parecen postular -incluidos muchos periodistas, por sorprendente que resulte-, la opinión no se debe, como la información, a la verdad, pues discurre siempre sobre materias opinables, es decir cuestionables. Mal puede faltar a la verdad, por lo tanto, ni fingirla en modo alguno.



A la razón se debe solamente. Y si el porquero tienen la razón, la tendrá así sea él mismo Agamenón disfrazado de porquero.