Tras la muerte del dictador Franco, el intenso abrazo entre Rafael Alberti y José María Pemán simbolizó la liquidación de las dos España a garrotazos del cuadro de Goya. La Monarquía de todos enterraba las tres guerras civiles del siglo XIX y la más atroz de todas en el siglo XX. Dolores Ibárruri, Pasionaria, se sentó en la presidencia del Congreso de los Diputados, tras las elecciones generales. Se hacía realidad la España que defendió desde el exilio Don Juan III y que significaba la devolución al pueblo de la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil.
Joaquín Pérez Azaústre, poeta de intenso temblor lírico, novelista de éxito reiterado, ocupa hoy lugar relevante en nuestra República de las Letras. Acaba de publicar El querido hermano (Galaxia Gutenberg), un relato novelado en el que condensa en los hermanos Machado la España fraternal.
Estamos ante un libro importante por su alcance histórico y su alta calidad literaria. En las postrimerías de la guerra incivil española, Manuel, que vive en la zona nacional, decide viajar a Francia para visitar la tumba de Antonio, fallecido de tristeza en el país que muy poco tiempo después sería devastado por la ocupación nazi.
Estamos ante un libro importante por su alcance histórico y su alta calidad literaria
A Manuel Machado, la guerra incivil le sorprende en Burgos. Un artículo miserable de Mariano Daranas incendia a los falangistas que lo encierran en la cárcel. No lo fusilan porque interviene su gran admirador, José María Pemán, un hombre bueno que con el tiempo se convertirá en el mejor articulista de la historia del periodismo español.
Elegidos académicos de la Real Academia Española, ni Antonio Machado ni Miguel de Unamuno pudieron leer sus discursos de ingreso. Manuel Machado, sí. El 19 de febrero de 1938 en el Palacio de San Telmo de San Sebastián se celebra el acto tradicional. Contesta a su discurso Pemán que sólo era académico electo, pero que todo valía en el desbarajuste de la guerra. Machado luce un frac que consiguió tras una gestión de Sainz Rodríguez. La prensa de la dictadura critica el discurso porque Manuel citó a Baudelaire, a Rimbaud, a André Gide, “los poetas a los que, con Verlaine, en cuyo hotel vivió y no por casualidad, más debe Manuel la voz de su poesía”.
En el comienzo de 1939, Machado viaja a París, luego a Colliure para rendir su amor fraternal ante la tumba de Antonio. Pérez Azaústre relata minuciosamente el viaje y lo engrandece con los recuerdos de la vida que ambos hermanos disfrutaron juntos en España y en Francia. Piensa en Leonor Izquierdo, el amor de Antonio en Soria, y en su hija Leonor Machado. Habla de Ricardo Calvo y Juan Ignacio Luca de Tena. Eugenio D’Ors, Rosales, Ridruejo salpican las páginas de la novela. También Amado Nervo y Rubén Darío, que le regaló un mechero, y facilitó en su día un viaje familiar aportando 100 francos.
Piensa Machado en el general Cabanellas, que predijo: “a Franco ya sólo la muerte lo arrancará del poder”. Se refiere a un Oscar Wilde que miraba a Antonio desde sus ojos tristes, que aprendió a vivir de rodillas tras La balada de la cárcel de Reading y que afirmaba: “las llamas de Antonio en sus ojos no se apagarán nunca”.
Se refiere Manuel a la absenta, el licor de Baudelaire, pues sin ese diablo verde no habría poesía simbolista, no habría modernidad, ni música sangrienta en las flores del mal ni desgarro en las sombras interiores del ser. Menciona luego a Pío Baroja y a la compra por parte de Verlaine de un arma, en Bruselas, para disparar dos veces a Rimbaud, “antes de poner fin a su amor de leopardos”. “La música del verso de Antonio –escribió su hermano– va en su pensamiento”. Contempla después una fotografía de La Lola se va a los puertos, el gran éxito de los dos hermanos en el Teatro Fontalba, con Lola Membrives.
Recuerda Manuel a Juan Ramón Jiménez, elogia a José María Pemán y enaltece la sonrisa de Franco. Desdeña a Pilar de Valderrama que era una “calienta braguetas”. Y se estremece cuando le explican cómo el 22 de febrero del 39 muere Antonio Machado, cómo sacan su cuerpo de la habitación en la que agoniza su madre, Ana Ruiz. Concluye así Pérez Azaústre este relato en el que se abrazan las dos Españas, los dos hermanos Machado, la España fraternal que derrota a la España fratricida.