Ana Gironés con uno de sus productos estrella, la piña.

Ana Gironés con uno de sus productos estrella, la piña. Jorge Verdú

Gastronomía

Ana cambió los juicios por mantener una de las fruterías más antiguas de Alicante con 150 años: "Es sacrificado"

Gironés mantiene un apellido de vendedores que ha llevado fruta a las casas de los alicantinos a lo largo de tres siglos.

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Alicante
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Vender es un arte, y el Mercado Central de Alicante es una gran galería llena de manos expertas que llevan ofreciendo los mejores productos locales durante décadas. En algunos casos, continúan un legado centenario de comerciantes, como Ana Gironés, quien rodeada de bodegones de fruta mantiene un apellido que ha alimentado a los alicantinos en tres siglos diferentes a lo largo de 150 años.

Ana es la cuarta generación de fruteros. Su apellido ha servido fruta cultivada en la terreta a miles de alicantinos en diferentes mercados, pero siempre con producto de primera.

La bisnieta del precursor en la venta de fruta, su bisabuelo Santiago, cuenta a EL ESPAÑOL de Alicante la historia de este legado familiar que ocupa el puesto 309. Lo hace pasado el mediodía, cuando el tráfico se rebaja, ya que los clientes no dejan ni un respiro durante la mañana.

Piñas, calabacines, pepinos, tomates... los productos circulan sin cesar de unas manos a otras entre breves y variadas conversaciones. En medio de consejos y saludos, un cliente se deja una bolsa de fruta. Una compañera del puesto sale a su encuentro a la carrera, pero no hay fortuna.

Este es un día normal en el mercado, y Ana Gironés ya acumula unos cuantos en sus 25 años en el puesto. "No empecé muy joven porque trabajé como ayudante de procurador durante 20 años hasta que mi tío se puso enfermo y mi padre me pidió que me encargara del puesto hasta que se recuperara; y aquí estoy desde entonces".

Ana Gironés pesando una fruta.

Ana Gironés pesando una fruta. Jorge Verdú

Tras dos décadas en los despachos entró "de rebote" en el negocio familiar junto a Jaime, su marido, que trabajaba de electricista y tuvo que aprender junto a ella a marchas forzadas.

Gironés señala que le daba "mucho miedo" estar de cara al público por venir de una profesión en la que tenía que sacar mucho carácter. "Temía que una persona me rebatiera dos veces y le soltara una fresca, pero no fue así", indica.

Las clientas más antiguas, que habían conocido a su padre, fueron clave en esta adaptación. "A mí no me quería nadie cuando empecé porque nadie me conocía, pero ellas me dieron la oportunidad de entablar una conversación, de saber dirigirme a la gente", recuerda.

Ana y Jaime, su marido, en el puesto.

Ana y Jaime, su marido, en el puesto. Jorge Verdú

La frutera se acuerda de cuando había algo malo y nunca le echaban la bronca. "Me lo decían de buenas formas y me quedé al final con todas las abuelitas del mercado", añade.

Las comprensivas abuelas ayudaron, al igual que ver a su padre Santiago y abuelo Juan desde pequeña. Pero fue su bisabuelo quien comenzó la saga en la década de 1870 en el puerto y la Explanada.

Fruteros centenarios

Sus bisabuelos vivían en Montnegre, junto al río que comparte nombre y de donde vienen las patatas con denominación de origen. Allí tenían un caserío y se dedicaban a la agricultura y ganadería.

Empezaron a sacar el género del pueblo a las ciudades una o dos veces a la semana, a la Explanada y al puerto, y en una temporada muy corta a la calle Quintana.

De Quintana fueron a la calle Velázquez y, de ahí, su familia pasó al Mercado Central. "Antes, lo de la globalización no existía, entonces vendían productos de temporada: tomates, patatas, plátanos, que no eran normales porque imagínate lo que tardaban en llegar de Canarias".

Puesto en la calle Velázquez sobre 1948.

Puesto en la calle Velázquez sobre 1948. Cedida

Su abuelo continuó el legado y la máxima de "vender de lo bueno, lo mejor" en el Mercado Central, mientras que a su padre, con tan solo 12 años, lo mandaba a la calle Velázquez a vender en lo que era "un mercadillo al estilo del de Teulada, donde tenía que montar el puesto todos los días".

Sobre 1870 comenzó su bisabuelo, su abuelo en los años 20 y su padre sobre 1955. El camino de su progenitor estaba destinado, ya que de los seis hijos de sus abuelos, cuatro se dedicaron a trabajar en el mercado.

Puesto en el Mercado Central, en la plaza de las Flores, en la década en el año 1958 aproximadamente con el padre de Ana en el puesto.

Puesto en el Mercado Central, en la plaza de las Flores, en la década en el año 1958 aproximadamente con el padre de Ana en el puesto. Cedida

Antes de la reforma del Mercado Central, las frutas del apellido Gironés se vendían donde hoy se ubica la plaza de las Flores, siendo su padre quien regentaría el puesto 309 que mantiene Ana.

Fin del legado

Sin embargo, tras cuatro generaciones de vendedores de fruta, la frutera cree que será la última Gironés. "A no ser que sea una persona, que un sobrino mío se le vaya la pinza y quiera seguir, se acabará porque no tengo hijos. Así es la vida, es una etapa más", reflexiona.

Después de haber pasado por lo mismo que sus antecesores, comenta que es un trabajo "muy sacrificado pero da muchas satisfacciones" y agradece a su familia por su "excelente trabajo y por habernos transmitido tantos valores importantes para afrontar una vida feliz".

Ana pelando una fruta.

Ana pelando una fruta. Jorge Verdú

Lo que más valora de su oficio es "conocer gente, a las personas. Entablas una conversación sobre un producto y continúa en el tiempo hasta que se fideliza y hablas con Pepito sin importar a qué se dedica".

En Frutas Gironés son cuatro personas que comienzan a las 06:30 y acaban a las 15:30, jornada tras jornada en un trabajo que es "para gente a la que le guste".

Con todo, a Ana aún le quedan "muchos años por delante" y no descarta dejar el ya legendario puesto en manos de algún compañero que sepa mantenerlo al nivel que se merece.