Donald Trump vuelve a la Casa Blanca.

Donald Trump vuelve a la Casa Blanca. Tomás Serrano Reuters

EEUU

Trump tira de populismo para "recuperar el sueño americano" y "revertir la traición" de sus predecesores en la Casa Blanca

El discurso de investidura se basó en la soberanía del “pueblo” frente a la del estado, el odio como nexo de unión y las apelaciones constantes al imaginario MAGA con veladas amenazas a sus vecinos incluidas.

Más información: El discurso íntegro de Donald Trump tras su investidura como presidente de Estados Unidos, en español

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Dios, patria y pueblo. Sobre esos tres ejes tan reconocibles vertebró Donald Trump su discurso de investidura como 47º presidente de los Estados Unidos. Fue la suya una alocución destinada casi en exclusiva al movimiento MAGA que le ha llevado hasta la Casa Blanca por segunda vez y con pocas referencias concretas a asuntos económicos, más allá del anuncio de un plan eléctrico nacional que permitirá explotar todos los recursos naturales posibles. En palabras del propio Trump, “el oro líquido bajo nuestros pies nos hará más ricos”.

Por lo demás, aranceles a los demás países, como prometió en campaña, y ahorro del estado para beneficiar a los ciudadanos: “Se acabó subir impuestos a los estadounidenses para hacer ricos a otros países: vamos a subir impuestos a los otros países para hacer ricos a los estadounidenses”, afirmó.

Las referencias económicas prácticamente acabaron ahí. Al parecer, la inflación bajará con Trump, aunque no explicó cómo. El resto fue un discurso lleno de grandilocuencia –su primera frase fue un contundente “en este momento empieza la era dorada de los Estados Unidos”– y dirigido a sus votantes más excéntricos. Hubo sitio para agradar a los antivacunas –“devolveremos a sus puestos a los miembros del ejército apartados por no querer vacunarse y evitaremos que nuestros soldados vuelvan a formar parte de un experimento social”–, para los ultranacionalistas –“América volverá a ser respetada en todo el mundo”– y, sobre todo, para los millones de desencantados con la política de Washington; origen, según ellos, de todas sus penurias.

En unas palabras propias de otras épocas, Trump, que inicia el quinto de sus posibles ocho años en la Casa Blanca y que ha formado parte del “establishment” económico y social estadounidense toda su vida, enfrentó constantemente al “gobierno” de Washington –corrupto, ladrón, santuario de criminales, instigador de persecuciones judiciales…– con el “pueblo” como verdadero origen del poder de la democracia. En una nueva exageración, declaró que iba a “devolver la libertad de expresión a los estadounidenses” y dejó claro que, a partir de ahora, en Estados Unidos solo habría dos géneros: “masculino y femenino”.

Calificó su elección como “el mandato de revertir la traición de décadas y devolver al pueblo su libertad” y aseguró que el viaje para “recuperar nuestra república” no había sido fácil, en alusión al intento de asesinato que sufrió el 13 de julio de 2024 y en el que, según el propio Trump, Dios intermedió para salvarle la vida y permitirle que volviera a hacer a América grande (“Make America Great Again” o “MAGA”).

El Golfo de América y las amenazas a Panamá

No fue esa la única referencia a Dios en su discurso, lo cual le dio un punto mesiánico del que carecía el primer Trump y que nunca había formado parte del imaginario ideológico del multimillonario. “No olvidaremos a nuestro país, a nuestra constitución ni a nuestro Dios”, dijo en un momento dado, en un giro que queda algo raro en alguien condenado por pagar el silencio de una actriz porno tras haber tenido relaciones sexuales con ella mientras estaba casado con la actual primera dama.

En cualquier caso, Trump ya no hablaba por boca propia, sino en nombre de su movimiento. Así hay que entenderlo. La consagración de la “nueva América” por la gracia de Dios se concretó en el odio a lo extranjero. Las referencias a la inmigración fueron todas, como era de esperar, negativas. Anunció un plan de emergencia nacional en la frontera de México, defendió las devoluciones “en caliente” y afirmó que lo que se estaba produciendo era una “invasión” y que, como Comandante en Jefe, su deber era mandar ahí al ejército, cosa que hará en los próximos días.

Su discurso nacionalista coqueteó con el imperialismo al desafiar a Panamá –“recuperaremos el Canal”, afirmó– y a México –“el Golfo de México pasará a llamarse Golfo de América”–. No hubo referencias explícitas a Canadá ni a Groenlandia, aunque sí un misterioso “expandiremos nuestros territorios” como parte del “Sueño Americano” que va a vivir sus mejores días con él como presidente. En clave interna, sorprendió su agradecimiento a asiáticos, latinos y afroamericanos, especialmente en este último caso, justo el día en el que se recuerda al reverendo Martin Luther King Jr., cuyo sueño prometió cumplir.

El Capitol One de Washington, lleno de seguidores de Donald Trump.

El Capitol One de Washington, lleno de seguidores de Donald Trump. Amanda Perobelli Reuters

El aplauso a los rehenes liberados

En materia de política exterior, Trump tampoco fue explícito, aunque sí enfatizó que quiere ser recordado como un “pacificador” y dejó claro que “América volverá a ser respetada de nuevo, no nos dejaremos intimidar y volveremos a ser una nación independiente”. Es difícil saber a qué se refería con esta última afirmación, pero puede que fuera un mensaje a Volodimir Zelenski o incluso a Benjamin Netanyahu, en el sentido de que no podrían seguir influyendo en las decisiones de Estados Unidos, que pasarán a tomarse únicamente en beneficio propio.

De Rusia y de Putin no dijo ni palabra. Sí dejó caer que Biden había gastado mucho dinero en proteger las fronteras ajenas en vez de defender las propias y volvió a culpar al gasto en “guerras ajenas” de los problemas para resolver las emergencias nacionales, como el Huracán Helene, que asoló Carolina del Norte, o los recientes incendios que han dejado sin casa a tantísima gente en Los Ángeles. Tampoco habló de Oriente Próximo salvo para celebrar la puesta en libertad de los rehenes israelíes por parte de Hamás este domingo, éxito que, por supuesto, se atribuyó, sin mencionar los meses y meses de negociación de la administración Biden.

De hecho, este fue el único momento en el que todos los invitados se levantaron a aplaudir, incluidos los expresidentes demócratas Bill Clinton, Barack Obama y Joe Biden junto a sus respectivas parejas y exvicepresidentes. En la cara de Biden se dibujó una media sonrisa de incredulidad ante la ausencia de agradecimiento alguno a su trabajo. El público, mayoritariamente blanco y ruidoso, aplaudió a rabiar cada intervención de su líder con gritos más propios de un estadio de fútbol americano.

La lucha entre el liberalismo y el proteccionismo

Todo el discurso populista, dedicado a los mecánicos y a los trabajadores de a pie, con su “ahora os vais a poder comprar el coche que queráis” tras prometer acabar con los automóviles eléctricos y con todo lo que suene a ecologista o a “woke”, chocaba con la compañía que el nuevo presidente eligió para la puesta en marcha de su segundo mandato: Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg destacaban entre la multitud de cargos políticos. También acudió el CEO de Tik Tok, Shou Zi Chew. Cuatro de los hombres más ricos del planeta, con larga experiencia en la contratación de inmigrantes –Musk, de entrada, es sudafricano y llegó con uno de los visados que Trump pretende eliminar– y cuyos proyectos tecnológicos han ido siempre encaminados a “globalizar” y no a encerrarse en la autarquía.

Ese desgarro entre el liberalismo tradicional del Partido Republicano y el proteccionismo voraz de MAGA explotará tarde o temprano, pero de eso tocará ocuparse más adelante. De momento, digamos que Trump cumplió con lo esperado, lo cual tampoco es la mejor noticia del mundo. En vez de apelar a la unión de un país dividido en dos –Trump dijo que ganó el voto popular “por millones” y no es que fuera del todo falso, pero, en realidad, fueron solo dos–, se arrogó el mandato de iniciar una “revolución del sentido común” basada en acabar con todo lo construido por las administraciones anteriores.

Ungido por sus aliados millonarios, por la voluntad del pueblo y por el propio Dios, Trump inicia sus cuatro años de mandato con una serie de órdenes ejecutivas que pretenden poner el país del revés. Un país, según el nuevo presidente, sumido en una decadencia a la que él va a poner fin en primera persona. Un país lleno de delincuentes, inmigrantes ilegales, inflación desmedida y pobreza por todas partes. El mismo país que él gobernó durante cuatro años, no tan lejanos, sin que por ello se atribuya responsabilidad alguna en el supuesto desastre.