Torrejón de Ardoz
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Víctor Parro es uno de esos científicos eminentes que prefiere mirar por el microscopio antes que ponerse delante de una cámara. Razones, sin embargo, no le faltan para entregarse en cuerpo y alma a lo mediático, ya que sus investigaciones, tan apasionantes como relevantes en el campo del estudio de la vida más allá de la Tierra, podrían contribuir a cambiar la astrobiología tal y como la conocemos. Es uno de los primeros espadas de España en lo referente a la investigación de Marte.

Es editor asociado de Astrobiology, una de las revistas científicas más relevantes del mundo destinada a investigaciones sobre el origen, la evolución y el futuro de la vida en el universo. También miembro de la red NfoLD de la NASA, el programa de la agencia estadounidense que pone en común las investigaciones de los científicos más importantes del mundo en su gesta por desarrollar estrategias, tecnologías y misiones para detectar signos de microorganismos en otros planetas y lunas, como Marte, Europa (luna de Júpiter) o Encélado (luna de Saturno).

No es baladí entonces que este doctor en Ciencias y experto en microbiología dirija, desde hace cinco años, el Centro de Astrobiología (CAB), un organismo público de investigación asociado a la NASA y dependiente del INTA y del CSIC. Desde Torrejón de Ardoz, en Madrid, él dirige a un equipo de 200 astrónomos, astroquímicos, geólogos planetarios, biólogos e ingenieros que tratan de comprender mejor no sólo la vida en el universo, sino los eventos clave que la formaron, desde el Big Bang hasta la formación de seres complejos, pensantes y sintientes.

Fachada del Centro de Astrobiología, en las instalaciones del INTA en Torrejón de Ardoz (Madrid).

Fachada del Centro de Astrobiología, en las instalaciones del INTA en Torrejón de Ardoz (Madrid). Laura Mateo E. E.

El doctor Víctor Parro durante la visita de EL ESPAÑOL al Centro de Astrobiología, dependiente del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

El doctor Víctor Parro durante la visita de EL ESPAÑOL al Centro de Astrobiología, dependiente del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Laura Mateo E. E.

"Intentamos comprender el origen de las galaxias, cómo los entornos galácticos afectan a su vez a las estrellas que tienen planetas y cómo esto puede afectar a su habitabilidad", explica Parro en conversación con EL ESPAÑOL. "Somos líderes en investigaciones relativas a proyectos que, por ejemplo, involucran el análisis de nuevos datos del telescopio espacial James Webb. Tenemos equipos centrados en comprender las estrellas súper masivas, o cómo la química ha sido capaz de alimentar a los planetas y, a su vez, dar lugar a otras químicas más complejas que han generado vida".

Esa es la parte densa, la teoría. En la práctica, el Centro de Astrobiología que coordina Parro brilla por su versatilidad. Por ejemplo, los investigadores del CAB colaboran en el desarrollo del espectrómetro Raman Laser Spectrometer (RLS) para la segunda fase de la misión ExoMars de la Agencia Espacial Europea, cuyo lanzamiento está previsto para 2028.

El instrumento RLS, construido en INTA, ha sido añadido al rover ExoMars, llamado 'Rosalind Franklin', para analizar los minerales de la superficie marciana y buscar posibles signos de vida pasada o presente. El CAB también ha desarrollado sensores como SOLID, el cual, a través de un chip con 200 anticuerpos, similares a un test de Covid, es potencialmente capaz de detectar partículas afines a la vida en muestras de polvo marciano (se ha probado con éxito en muchos ambientes de la Tierra, incluida la Antártida).

Otro de los grandes logros del CAB fue el desarrollo de REMS, el primer instrumento científico desarrollado por investigadores e ingenieros españoles en llegar a Marte, cuyo investigador principal fue Javier Gómez-Elvira. Mediante una red de sensores medioambientales colocados a bordo del rover Curiosity de la NASA, analiza la atmósfera y el ambiente del planeta rojo midiendo la temperatura del aire, del suelo, la presión atmosférica, la humedad relativa y la velocidad y dirección del viento, que, además de contribuir a los objetivos de la misión, ayuda a los científicos e ingenieros de NASA a planificar las misiones del rover y evitar daños en sus equipamientos.

Detalles del interior del Centro de Astrobiología (CAB), con una referencia a la película 'Marte' de Ridley Scott.

Detalles del interior del Centro de Astrobiología (CAB), con una referencia a la película 'Marte' de Ridley Scott. Laura Mateo E. E.

Ciclos diarios de temperatura en el cráter Jezero en Marte medidos con el instrumento MEDA.

Ciclos diarios de temperatura en el cráter Jezero en Marte medidos con el instrumento MEDA. Europa Press CAB-INTA

"Desde 2012 recibimos, gracias a REMS, datos casi diarios de los sensores ambientales del rover. Hemos registrado temperaturas en invierno de –90 ºC a –100 ºC por la noche y de –30 ºC o –40 ºC durante el día. El verano marciano roza temperaturas de 5-10 grados, lo cual está muy bien desde el punto de vista de comprensión de la habitabilidad de Marte. Los vientos suelen ser de 20-25 metros por segundo (72-90) lo más y ráfagas 45 m/s >160 km/h. También detectamos la dinámica del polvo en la atmósfera y las presiones relativas".

El éxito de REMS generó en su día la suficiente confianza en el equipo del CAB como para que siguieran contando con ellos para otras misiones de la NASA, como la InSight. Con ella, Estados Unidos coordinó en 2018 el lanzamiento de un lander estacionario (una nave espacial que desciende y se posa sobre la superficie de un cuerpo astronómico) que llevaba adherido el instrumento TWINS, una estación meteorológica similar a REMS que registraba la temperatura y dirección y velocidad del viento.

"En la misión Mars2020 contribuimos con un instrumento más complejo, MEDA, dirigido por José Antonio Rodríguez Manfredi, esta vez a bordo del rover Perseverance", recuerda con orgullo el doctor Víctor Parro. "Lo operamos todos los días desde febrero de 2021. Gracias a ello, fuimos el único país del mundo en tener tres estaciones medioambientales operativas simultáneamente en la superficie de Marte, todas ellas made in Spain. Fue un hito, porque hasta entonces nunca se había conseguido".

PREGUNTA.– ¿Qué relación guarda el CAB con la NASA?

RESPUESTA.– Nacimos casi a la par que el Instituto de Astrobiología de la NASA (NAI), de la mano del fundador del Centro de Astrobiología, Juan Pérez Mercader. Estamos asociados y colaboramos activamente. Al poco de comenzar, tuvimos grandes programas, como el Proyecto MARTE, donde hicimos varias perforaciones en la Faja Pirítica Ibérica para entender las profundidades y la vida extremófila que ahí se desarrollaba; seguidamente participamos en la misión Mars Science Laboratory (MSL), donde lideramos el instrumento REMS que está operativo en el Curiosity, así como en el TWINS del InSight y el MEDA que va en el Perseverance, y que está en Marte desde 2021.

Túnel de viento marciano en el que se simula la velocidad y dirección del viento de Marte. Se emplea para calibrar los sensores de los instrumentos españoles REMS y MEDA que hay en el rover Curiosity (desde 2012) y en el Perseverance  (desde 2021) de NASA.

Túnel de viento marciano en el que se simula la velocidad y dirección del viento de Marte. Se emplea para calibrar los sensores de los instrumentos españoles REMS y MEDA que hay en el rover Curiosity (desde 2012) y en el Perseverance (desde 2021) de NASA. Laura Mateo E. E.

Víctor Parro frente a una maqueta del rover durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Víctor Parro frente a una maqueta del rover durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Laura Mateo E. E.

P.– Hace años hubo un boom mediático en el que todo el mundo hablaba de Marte; hoy parece haber quedado en un segundo plano. ¿En qué punto se encuentran las investigaciones más recientes?

R.– Precisamente uno de los objetivos de la misión Mars 2020 es que el rover Perseverance de la NASA tome muestras del cráter de Jezero en Marte mediante un sistema de perforación. Toma testigos de roca y sedimentos y los guarda en cánulas selladas herméticamente que serán recogidas en una misión posterior para traerlas a la Tierra y analizarlas al detalle en los laboratorios.

P.– ¿Qué tiene de particular ese cráter?

R.– Se sabe que hace 3.500 millones de años estuvo inundado de agua. Si la vida tuvo opción de desarrollarse allí, deberíamos ser capaces de encontrar restos de actividad biológica. Allí se ha encontrado material orgánico, pero eso es pura química del carbono, la cual existe en los cometas y en muchos meteoritos que han caído en la Tierra desde el espacio. Es decir, el material orgánico no necesariamente es biológico.

P.– ¿No existen riesgos de traer potenciales organismos biológicos a la Tierra que puedan dañarnos de algún modo?

R.– La misión Mars Sample Return de la NASA quiere coger muestras y traerlas a la Tierra. No obstante, por precaución y protección planetaria, deben ir a laboratorios de seguridad biológica nivel 4, que es el de mayor nivel que existe. Hay que ser precavidos, mantener la seguridad, como cuando se estudia el virus del ébola. Además, debemos abrir esas muestras en entornos aislados, ya que en un laboratorio normal, al entrar en contacto con el aire, pueden contaminarse, y entonces no estaríamos seguros de si lo que encontramos es marciano o terrestre.

P.– ¿Qué hace a Marte tan especial para albergar vida?

R.– Marte es el candidato ideal porque se sitúa en una 'zona de habitabilidad' similar a la Tierra. Ambos planetas tuvieron un origen similar y comparten geología. Marte tuvo agua abundante hace 4.000 millones de años, unas condiciones aptas para la vida incluso antes que la Tierra, ya que está más alejado del sol y se enfrió antes. Sabemos también que hace 3.900 millones de años hubo un gran bombardeo meteorítico que posiblemente envió desde Marte mucho material a la Tierra. Quizás la vida se originó en Marte. No lo sabemos. Pero, si eso fue así, debería haber restos de ella refugiados en ambientes del subsuelo marciano.

Equipo de XPS (espectroscopia de fotoelectrones de rayos X) para la caracterización química de superficies. Entre otros estudios, nos ayuda a entender procesos químicos relevantes en química prebiótica.

Equipo de XPS (espectroscopia de fotoelectrones de rayos X) para la caracterización química de superficies. Entre otros estudios, nos ayuda a entender procesos químicos relevantes en química prebiótica. Laura Mateo E. E.

Detalle del SOLID, el aparato que podría permitir la detección de vida a través de muestras.

Detalle del SOLID, el aparato que podría permitir la detección de vida a través de muestras. Laura Mateo E. E.

P.– ¿Existen otros potenciales candidatos?

R.– Las lunas Europa, de Júpiter, o Encelado, de Saturno. Las dos lunas tienen un gran océano de agua líquida debajo de una costra de hielo. El agua líquida es un requisito imprescindible para la vida. A lo mejor existen océanos ricos en biodiversidad. Puede ser que sólo haya vida microbiológica o, quién sabe, algún tipo de fauna. Es algo que podremos averiguar en el futuro, y de hecho se está investigando, para la década de 2030. Es entonces cuando llegarán dos sondas, la Europa Clipper de la NASA y la JUICE (Explorador de las Lunas Heladas de Júpiter) de la Agencia Espacial Europea. Nos darán nuevos datos sobre la posible habitabilidad del interior de estas lunas.

P.– El CAB ha analizado mejor que nadie las condiciones de habitabilidad de Marte. ¿Es posible desarrollar allí colonias humanas?

R.– Marte no es habitable pero tiene potencial de serlo si se establecen refugios. Es decir, la exploración humana es posible, y es solo cuestión de tiempo y esfuerzo que lo hagamos. Las preguntas que hay que hacerse son: ¿cuánto esfuerzo estamos dispuestos a hacer y para qué? ¿Es un interés por la exploración espacial desde un punto de vista científico, político o se haría para explotar sus posibles recursos? No es descabellada la idea de montar, como ha mostrado el cine, una colonia de humanos. Es, sencillamente, costoso. La clave estaría en crear módulos de habitabilidad, similares a los de la Estación Espacial Internacional, y aprovechar los recursos que hay –por ejemplo, el agua congelada– para utilizarlos en nuestro beneficio.

P.– Una de sus grandes contribuciones al campo de la astrobiología ha sido el desarrollo del programa SOLID, el Signs Of LIfe Detector. ¿En qué consiste?

R.– Es una suerte de 'test' que tiene 200 anticuerpos para detectar un número similar de sustancias o antígenos. Está diseñado para la búsqueda de vida microbiana de forma remota, a la espera de una oportunidad de misión o para analizar las muestras que vengan de Marte. Funciona introduciendo una muestra sólida, como suelo, roca molida, o polvo marciano en una celda de extracción que se cierra herméticamente con un pistón. Un generador de ultrasonidos confina la muestra en un pequeño espacio y, una vez está en posición, mediante ultrasonidos extrae cualquier compuesto orgánico biológico adherido a los minerales y lo libera a un medio líquido. El pistón sigue avanzando, pasa la muestra por un filtro y el líquido va a una unidad de análisis donde entra en contacto con un biochip de anticuerpos. Es como un test de Covid, solo que en vez de un anticuerpo tiene doscientos.

P.– ¿Qué implicaciones filosóficas cree que tendría hallar vida fuera de la Tierra? ¿Cómo afectaría eso a nuestra concepción de la Humanidad y nuestro lugar en el cosmos? ¿Sería un golpe para el antropocentrismo o una reafirmación de nuestra conexión con el universo?

R.– Sin duda sería una revolución del conocimiento. Ya tendríamos un segundo ejemplo que confirmaría la universalidad, en su sentido más amplio, de la vida. Nos indicaría que los elementos y principios básicos que la originan son comunes a otras partes del universo. Que la diversidad de formas de vida podría ser enorme y en múltiples estados evolutivos, con nuevos diseños y metabolismos impensables en la Tierra. En todo caso, todavía no habríamos resuelto el cómo y dónde se originó la vida. Si lo que encontramos es vida microbiana u otros organismos menos evolucionados, nuestra idea de la humanidad podría no cambiar demasiado, pero sí abriría aún más nuestras mentes y nuestras conciencias en el empeño de conocer el universo que nos rodea. Pero, sin duda, nada sería igual. Se agitarían los cimientos del antropocentrismo, sí, pero sólo para acomodarse en el nuevo escenario a la espera de contactar con otras civilizaciones, si las hubiera.

P.– ¿Cree que es arrogante por parte del ser humano pensar que está solo en el universo? ¿O verdaderamente la estadística apunta a la unicidad humana?

R.– No creo que sea arrogante. Simplemente es la percepción que tenemos en función de nuestras capacidades y conocimiento. Hasta ahora, los únicos indicios que tenemos sobre la existencia de vida fuera de la Tierra son mínimos. Sólo podemos afirmar que la química de la vida basada en el carbono está ampliamente diseminada por el universo y que deben existir muchos planetas similares a la Tierra. Pero aún no podemos decir más. Los telescopios espaciales sin duda nos aportan y aportarán datos valiosísimos en los próximos años. No podemos afirmar que la Tierra sea la única con vida humana, pero, si tenemos en cuenta que le ha llevado 4.000 millones de años (casi 1/3 de la edad estimada del universo) generar especies inteligentes y con capacidades tecnológicas, es posible que no haya tantas 'Tierras', o, si las hay, estén en fases menos evolucionadas.