En noviembre de 1992, el ingeniero naval Jaime Oliver, al frente de su propia empresa, Oliver Design, voló a Florida en compañía de su hijo Íñigo. Creada dos años antes y con sede en Getxo (Vizcaya) los Oliver desembarcaron en el Boat International Show de Fort Lauderdale. Plagada de canales y de amarres hasta la puerta de las mismas casas, la localidad de Florida es conocida allí -y solo allí- como la Venecia de América.
Situada entre los condados de Miami-Dade y Palm Beach, en su stand de aquella feria internacional, Oliver recibió a una comitiva una hora antes de la apertura de puertas oficial del evento. El miembro más importante era Donald Trump. Poco después se le presentó quien dijo ser el secretario del multimillonario.
De entre toda la oferta norteamericana del inmenso salón náutico, el magnate había elegido la suya -europea y española- para diseñarle el megayate "más grande del mundo y el más bonito". Se lo detalló luego por carta el futuro presidente de los Estados Unidos que ahora ha impuesto aranceles al comercio, hace gala del 'Make America Great Again', y quiere que los norteamericanos compren coches made in Detroit.
Es así como dio comienzo la historia que desembocó en esa carta, reuniones en la Trump Tower de Nueva York, varios bocetos, un bautizo, en 170.000 dólares pagados por el trabajo de ingeniería... y que culmina ahora siendo presidente de los Estados Unidos y con la imposición de aranceles a los yates de lujo: impuestos por adquirir o vender lo mismo que intentó comprar en España, desde cero... y que no llegó a buen puerto debido a su delicada situación económica en aquel momento.
Lo de Trump y los barcos comenzó en 1988, cuando adquirió su primer megayate y lo llamó Trump Princess. Era de tercera mano. Se lo compró, por 29 millones de dólares, al sultán de Brunei, quien a su vez se lo había comprado a Adnan Khashogi, el magnate saudí, millonario, traficante de armas, y habitual de Marbella.
Construido en 1980 en Italia, Khashogi lo había llamado como su hija: Nabila. Le costó 100 millones de dólares de la época. Era tan imponente que incluso llegó a aparecer en una de las películas de la saga Bond en 1983. En concreto, en la última protagonizada por Sean Connery, otro habitual de la Marbella dorada.
Bandera de conveniencia
Desde que el ahora presidente estadounidense lo adquirió en 1988 hasta que lo vendió, en 1991, el Trump Princess navegó con la bandera de Bahamas. "Eso es lo que se llama una 'bandera de conveniencia' porque [Trump] lo compró a través de una sociedad radicada allí", cuenta el director de una histórica gestoría náutica de Marbella (Málaga), testigo de la exuberancia de aquel imponente yate cuando estaba en manos de Khashogi.
"Llevaba esa bandera para pagar menos impuestos, porque al ser de ese enorme tamaño, si navegase bajo bandera estadounidense habría pagado muchísimos impuestos. Ahora querrá hacer 'America Great Again', pero desde luego eso en su momento no le importaba".

El primigenio 'Trump Princess', que vendió en 1991, navegando con la bandera de Bahamas. E.E.
Aquel barco le duró tres años. Trump se lo vendió por 20 millones de dólares al príncipe saudí Al Waleed Bin Talal. Las vueltas de la vida los unió veinticuatro años después, en diciembre de 2015. Ambos tuvieron una pelea en Twitter, ahora X, tras uno de los anuncios electorales del entonces precandidato republicano. Pidió prohibir a todos los musulmanes el ingreso a Estados Unidos.
"Usted es una vergüenza no sólo para el GOP (Partido Republicano), sino para todo Estados Unidos", dijo en su cuenta de Twitter el príncipe Alwaleed, presidente de Kingdom Holding, dirigiéndose a Trump. "Retírese de la carrera presidencial de Estados Unidos, ya que nunca va a ganar", añadió. A las tres horas Trump respondió por la misma vía. "El bobo Príncipe @Alwaleed_Talal quiere controlar a nuestros políticos estadounidenses con el dinero de papá", dijo. "No va a poder hacerlo cuando yo sea elegido", añadió.
El contexto
Para contar la historia del yate de lujo español que quiso Trump, hay que remontarse a ese 1992 y a las volteretas del destino. Contexto: el magnate norteamericano se estaba divorciando de su primera mujer, Ivana, y faltaban dos meses para que el mundo viera su cameo en 'Solo en casa 2. Perdido en Nueva York' con Macaulay Culkin en el Hotel Plaza, del que era propietario. Ese noviembre, desde su casa de Palm Beach se dirigió a esa feria de embarcaciones náuticas, y se enamoró de los diseños de Jaime Oliver.
El secretario de Trump, posteriormente, indicó que debían entregar al día siguiente un primer boceto del que tenía que ser el mayor yate del mundo. Oliver no se amilanó, trabajó arduamente, y al día siguiente los entregó. Poco después fue a buscarlos un chófer, se desplazaron a Nueva York, se alojaron en el Plaza "y al día siguiente el propio empresario nos recibió en la Trump Tower".
Directo al grano, allí incluso se debatió, en presencia de un broker, el coste del trabajo: por el anteproyecto ofreció 16 millones de pesetas, unos 170.000 dólares. Una vez construido, alcanzaría la cifra de 60 millones de dólares de la época. Hoy, y añadiendo el encarecimiento de los materiales, el coste de la vida y los aranceles que quiere imponer -entre un 20 o 25%- costaría muchísimo más de 100 millones.
Meses más tarde, y tras ver los primeros bocetos, Donald Trump les envió una carta. "Como ustedes ya saben, estoy interesado en la construcción de un yate de 420 pies (128 metros) que, una vez terminado, no sólo sea el más grande del mundo, sino también el más bonito".
"Homenaje a España"
Fechada el 9 de marzo de 1993, continúa explicando Trump que "obviamente, este yate debe ser construido con los más altos estándares de navegación. El diseño que me ha presentado es muy bonito, y de hecho creo que, de ser construido, sería un gran homenaje a todos los involucrados en el proyecto, incluido su país, España".

Detalle de la carta de Donald Trump remitida al estudio Oliver Design.
Trump no sólo quería diseño español. También quería construcción española. "Me gustaría obtener precios de tres astilleros en España sobre el coste de construcción y financiación de este yate. Si tal propuesta fuera aceptable para mí y se pudieran cumplir los criterios de diseño y los altos estándares, procedería con el proyecto".
Uno de los astilleros con los que se contactó fue con Astilleros Españoles, luego IZAR y hoy Navantia, para construirlo, dentro de su división de construcción civil. No en vano la empresa pública es la responsable de los tres yates 'Fortuna', de la Casa Real española, además de trabajar de manera habitual en reparaciones y mantenimientos de yates de otras realezas, como la británica o la saudí.

Vistas externas del 'Trump Princess' diseñado por Jaime Oliver. Oliver Design
De haberse llevado a cabo la construcción del barco de Trump en Navantia también habría habido otro giro del destino: si en 2018 Trump prorrogó el contrato con Navantia en el mantenimiento de los destructores del Escudo Antimisiles en la Base Naval de Rota, en 2020 la dejó fuera de un contrato de la US Navy, participado con otras empresas estadounidenses para construir en Maine 20 fragatas de misiles guiados.
Se le adjudicó, causando sorpresa en el sector, a Fincantieri Marinette Marine, una empresa de la compañía italiana Fincantieri. La filial tenía una sede en Wisconsin, un estado en el que Donald Trump ganó por tan solo un asiento a Hillary Clinton en las elecciones de 2016.
Oliver Design explica a EL ESPAÑOL que en la época que trataron con Trump "era un empresario de éxito": "Nos trató con respeto y pagó los honorarios del proyecto y ahora mismo cada vez me sorprende más su cambio de actitud y de pensamiento cuando ha entrado en política, lo cual no comparto en absoluto".
El presidente de los Estados Unidos tenía muy claro lo que quería: un yate estilizado y de líneas puras. Y de mayor eslora que aquel Nabila, que tenía 86. El resultado fue el anteproyecto de un barco de 128 metros con cuatro cubiertas, suites de lujo, piscina, jacuzzi y hasta un helipuerto.
En el bautizo
"Teníamos acceso total a él. Yo hablaba directamente con su secretaria y llegaba a llamarnos en plena noche, desde su teléfono particular, para comentar detalles muy concretos del diseño". Era su hijo, Íñigo, por su fluidez con el inglés, el que ejercía de interlocutor. Le enviaban los bocetos por fax, y dado su tamaño, lo hacían por tiras, que luego en Nueva York montaba el equipo del multimillonario.
El empresario llamaba a horas intempestivas en España, sin mirar la diferencia horaria con Estados Unidos, para consultar las dudas que se le iban ocurriendo:
-¿Qué altura tiene la ducha?
-La que usted quiera, señor Trump.
Íñigo Oliver llegó a ser uno de los invitados al bautizo de Tiffany Trump, la hija que el magnate tuvo con su mujer de entonces, Marla Maples. Le regaló una toquilla de bautizo de Los Encajeros, la centenaria empresa vizcaína de ropa infantil clásica. Era de organdí, hecho a mano.
Les gustó tanto que se lo pusieron a la niña en la ceremonia y con él apareció en las fotos de la prensa internacional. Luego los Trump se convirtieron en clientes habituales de Los Encajeros y adquirieron mucha ropa de cama, como sábanas y toallas, para su residencia Mar-a-Lago de Palm Beach. La relación comercial se rompió cuando Trump se divorció de Maples y conoció a Melania.
Entre las anécdotas, Jaime Oliver recuerda que estando de visita en Palm Beach, Donald Trump le llamó a la habitación para invitarle a ir al cine. La sala estaba en la propia casa. "Allí estaba toda la familia, tumbados en unas butacas enormes, casi camas, con Trump en batín", relató el ingeniero naval, que en 2016 describió a Trump como "un hombre muy cercano y sencillo", aunque eso sí, "obsesionado" con que su yate fuera el más grande del mundo.
"Nos reunimos varias veces con él en la Torre Trump de Nueva York y también en su mansión de Florida, pero al final las deudas de su compañía terminaron por hundir el proyecto", detalló en 2016 Oliver, justo cuando Donald Trump era candidato por vez primera a presidente de los Estados Unidos.

Oliver, junto a Donald Trump en su despacho de la Trump Tower de Nueva York. Oliver Design
Porque "de pronto, se enfrió todo. Todavía no sabemos muy bien por qué" reconoció el ingeniero naval. Conocido por sus impulsos, tan sorpresivamente como encargó el mega-yate lo abandonó sin demasiadas explicaciones. No obstante, abandonar la adquisición coincidió con un delicado momento financiero. A principios de 1994 las deudas del emporio Trump, sus hoteles y casinos, alcanzaban los 3.500 millones de dólares, y también acumulaba una abultada deuda personal.
Aranceles e ¿IVA?
La historia, al albur de los últimos acontecimientos que han sacudido la economía mundial, cobra una nueva dimensión. Todo ello teniendo en cuenta que no es la primera vez que Donald Trump impone aranceles al acero, al aluminio y al sector naval europeo.
Chris Clemens, director comercial de Marina Marbella, explica a este periódico que en su primer mandato presidencial los impuso entre 2018 y 2021, hasta que entró Joe Biden. "Fue igual: a las embarcaciones y a las Harleys. Nosotros trabajamos con una empresa nortamericana, pero que fabrica en Polonia. Así que no estamos afectados por los aranceles".
También lo explica Alberto Cabrera, de Marbella Navega, quien incide en que hay muchas empresas navales norteamericanas construyendo en Polonia. Y añade que "un encargo y una adquisición como la que quiso hacer Trump con su mega-yate español no es muy común. Con esas esloras lo adquieren empresas, que es lo que haría al final de haberlo comprado".
Eso sí, "el IVA, del que tanto habla ahora para criticar a Europa, no lo paga. Si adquiere un yate nuevo, la factura va con IVA, pero se reclama y de devuelve, como extracomunitario que es. Incluso en operaciones entre países el IVA industrial es cero".
Por su parte, la Industria Náutica Europea (EBI) ya se ha opuesto firmemente a los aranceles, al advertir de enormes riesgos potenciales para las empresas de ambas orillas del Atlántico y para toda la cadena de valor. La industria náutica "está globalmente integrada, y Norteamérica y Europa son sus principales mercados".
Los aranceles "perturban las actividades empresariales, frenan el crecimiento económico y ponen en peligro el empleo, especialmente para las pequeñas y medianas empresas que constituyen la columna vertebral de la industria náutica".
"El sector de la náutica de recreo, con su sello único 'Hecho en Europa', está formado por más de 32.000 empresas y emplea directamente a más de 280.000 personas. Más del 96 % de las empresas del sector son pymes". Como Oliver Design, a quien Trump le encargó un barco que iba a llamar como aquel primero que tuvo. En él se rodó aquella mítica película de James Bond con un título profético: 'Nunca digas nunca jamás'.