Salt, el pueblo con 3 ediles de Vox donde el 75% de los nacidos son extranjeros: "Sólo votan españoles"
La comunidad inmigrante se queja de falta de representación, mientras los votantes del partido de Abascal temen a la creciente población extranjera.
28 mayo, 2023 02:12“Si es español, votará; y si no es español, no votará”. La frase de un hombre a su mujer paseando por la plaza mayor de Salt (Girona), entre corrillos de mujeres africanas cubiertas con hiyabs y otras ropas tradicionales, concentra en pocas palabras una de las problemáticas de esta conurbación de la capital de la provincia de cara a las elecciones del 28-M: de sus 32.517 habitantes, según el último censo de 2022, en Salt hay cerca de 24.000 mayores de edad, pero sólo 15.453 electores, según los datos de las elecciones municipales de 2019. En este municipio catalán, un tercio de la población mayor de edad no puede votar por ser extranjera, pese a llevar años viviendo en él.
En Salt, además, el 75,7% de los nacidos ya son de padre o madre extranjeros y sólo un 22,4% tienen progenitores españoles. Es el pueblo de España donde nacen más niños de origen foráneo. Los locutorios, agencias de giros, carnicerías halal y bazares pakistaníes dan buena cuenta de esta realidad a lo largo de sus calles. A día de hoy, de los 32.517 habitantes de Salt, 12.402 (38,14%) son de otras nacionalidades. Esto es poco más que uno de cada tres. Y la misma proporción se repite en el número de residentes en el municipio que no tiene derecho a votar.
“Estamos ante una anomalía democrática: no podemos expresarnos en las urnas por nuestro origen. Uno de cada tres no podemos votar”, denuncia Tarek Shrika, nacido en Marruecos e instalado en el municipio gerundense desde que tenía dos años, cuando vinieron sus padres. Shrika tiene ahora 27, y es la primera vez que puede votar. Además, concurre como cabeza de lista de En Comú Podem a la alcaldía de Salt.
“Tenemos un Ayuntamiento que no representa el sentir político de sus ciudadanos por un sistema que excluye a parte de ellos de la vida pública”, dice, en perfecto catalán, bajo una carpa de campaña en la plaza del pueblo. El joven lamenta que; en parte, por esta circunstancia, Vox cuenta con tres concejales en el consistorio de Salt. Es el único pueblo de toda Cataluña donde la formación que dirige Santiago Abascal tiene representación. “Con sólo 1.000 votos [1.117], la extrema derecha saca tres regidores, mientras que hay miles de migrantes que no pueden elegir a sus representantes”, se queja Shrika.
Además de los tres ediles de Vox, el ayuntamiento de Salt lo componen siete regidores de ERC (2.493 votos), el partido que gobierna; cinco del PSC (1.722 votos), cuatro de Junts (1.447 votos) y dos de la CUP (778 votos). En Comú Podem, el partido por el que se presenta Shrika, tan sólo obtuvo 263 votos en los comicios de 2019, quedando fuera del pleno. En total, de 15.453 electores, participaron 8.768 (56,74%).
Voto inmigrante
La implicación de Shrika en la política activa vino por un ofrecimiento de los comunes a encabezar su lista. Él, llamado por la aportación simbólica que tendría en Salt un candidato de origen marroquí, aceptó: “Para mí era importante representar la diversidad de orígenes que hay en el pueblo”, asegura a EL ESPAÑOL.
El joven, de hecho, es el único candidato de origen extranjero que se presenta a las elecciones del domingo en Salt. “En el consistorio hay 21 concejales y ninguno es de origen migrante, cuando el 45% de la población de Salt, tenga nacionalidad o no, es de origen extranjero. Es como si no hubiera mujeres en el ayuntamiento”, dice.
Además, Shrika ha querido erigirse como una voz política por los derechos de los migrantes en un pueblo donde las tensiones raciales han sido, históricamente, de las más fuertes de toda la comunidad autónoma. “En Salt siempre ha habido tensiones racistas y xenófobas”, dice Shrika.
“La extrema derecha, antes con Plataforma per Catalunya (PxCat), y ahora con Vox, lleva 12 años agitando el cocotero. A mí me han llamado ‘moro de mierda’ una infinidad de veces, me han montado protestas en frente de casa… Pero ya no es eso: es que la policía me detenga por mi origen étnico de forma rutinaria o que, cuando voy a hacer un trámite al Ayuntamiento, me pregunten si voy a hacer el curso de inclusión del catalán. Lo que me pasa a mí, les pasa a muchos otros”, prosigue.
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Las perspectivas de voto de Shrika sobre la comunidad migrante, sin embargo, son confusas. Para empezar, porque un tercio de ésta no puede votar. Es el caso de Musa Jawca, un senegalés de 50 años que trabaja como mozo de limpieza en uno de los numerosos mataderos de la zona. “Llevo en España desde 2006, primero en Torroella de Montgrí (Girona), y luego en Salt. Me gustaría votar a los socialistas, porque son los que hacen más cosas por los inmigrantes. Pero si no tienes nacionalidad, no puedes votar”, dice Jawca, que está haciendo los trámites para obtener la ciudadanía española.
Quienes sí pueden hacerlo son Ami y Suku, ambas de 20 años. Nacieron en Salt y estudian un grado medio. La primera es de origen gambiano; la segunda, de origen marroquí. “No debería ser así”, dicen sobre que los extranjeros no tengan derecho a voto. “Cualquier persona con NIE [número de identificación de extranjeros] tendría que poder votar. ¿Acaso no pagan impuestos como todo el mundo?”, dice Ami. Ellas todavía no saben a quién votarán, pero aseguran que lo harán; sobre todo, por quien más represente los derechos de los migrantes.
Mohamed y Driss, por su parte, llevan 23 y 24 años respectivamente en Salt. Ambos tienen orígenes marroquíes, visten con chilaba y regentan una tienda de electrónica en el centro del pueblo. Son parientes cercanos. Mohamed votará por primera vez, mientras que, para Driss, el domingo será la tercera ocasión. En conversación con este periódico, aseguran que tampoco han decidido su voto. “Lo meditaremos en familia y decidiremos todos a qué candidato votaremos”, declaran.
Bastión de Vox
En Salt, no hace falta irse muy lejos para encontrarse con la otra cara de su realidad electoral. En las mismas calles donde pasean el marroquí Shrika, el senegalés Jawca, las jóvenes de origen gambiano y marroquí Ami y Suku, o los marroquíes Mohamed y Driss; Isabel Durán, española de 61 años, vuelve a casa de hacer la compra: “La mitad de la gente estamos cagados de miedo”, asegura rotunda sobre al ser preguntada por la convivencia en el pueblo.
Durán llegó a Salt desde la provincia de Badajoz hace 38 años con su marido. Vinieron a buscar trabajo. Ambos forman parte de los 3.374 españoles que nacieron fuera de Cataluña y que hoy viven en el municipio. En la actualidad, con tres hijos, echa de menos la vida tranquila que llevaba en sus primeros años en el pueblo: “Antes se vivía más tranquilo. Hoy en día ya no bajo a tirar la basura por la noche ni salgo en verano a pasear por la calle”, asegura.
“A mí [los extranjeros] no me molestan, siempre que cumplan las normas. Si vienen a trabajar y a buscarse el porvenir, como hicimos nosotros, me parece bien. Pero, desde hace ya unos años, por las noches siempre hay gritos y pasan cosas”, lamenta. “Pensaba no ir a votar, pero voy a votar, aunque aún no he decidido a quién”, dice.
Por su parte, en una plaza cercana, Verónica P. y su hijo José M. N., de 40 y 19 años, respectivamente, tienen claro a quién depositarán su voto. Piden mantener su anonimato y sólo se dejan fotografiar de espaldas. La razón: votarán a Vox, y tienen miedo de que les señalen. “El racismo que sufrían los árabes se ha vuelto ahora contra nosotros. Por la noche no se puede salir; la policía no hace nada, porque les tiene miedo. Nos tienen odio por ser blancos”, afirma José M., quien asegura que ha sido víctima de robos e incluso una paliza en la que le rompieron la nariz entre varios jóvenes marroquíes.
José M. compartió aula en el instituto con chicos de numerosas nacionalidades. Con la mayoría de ellos, nunca ha tenido problemas. Tampoco con la población extranjera adulta que lleva más años instalada en Salt. “Pero, algunos, los más jóvenes, están todo el día en la calle y son peligrosos. Esto es un todo contra todos”, lamenta. “En mi trabajo tengo que pedirle la mochila a todo el mundo y, si se la pides a ellos, enseguida te insultan y te acusan de racista. Te piden un cigarro por la calle y se llevan el paquete entero. Si denuncias, es peor, porque luego te van a buscar y te machacan entre 10…”
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Su madre se expresa en el mismo sentido: “Tengo una hija pequeña de ocho años y no quiero que viva con esto. Roban móviles a punta de navaja, hay pase de drogas en la calle… Nos queremos mudar y estamos buscando piso fuera de aquí. Votaremos a Vox. Lo tengo clarísimo. Alguien tiene que hacer algo”, dice Verónica.
La colisión de estas dos realidades ha sido el cóctel perfecto para que Salt sea el único municipio de toda Cataluña donde Vox tiene concejales. En otros pueblos, la ultraderecha se agrupa en otras listas. Como en la mayoría de casos en la comunidad autónoma, los tres representantes de la formación derechista en Salt procedían de PxCat y cuentan con el apoyo de votantes como Verónica y José M. Su perfil es el de trabajadores que se instalaron en el pueblo procedentes de otras partes de España. Para ellos, Vox tiene apoyo porque los inmigrantes han generado una situación de tensión que ha llegado a límites insoportables.
Antonio, un jubilado que descansa en un banco frente al Ayuntamiento, le quita hierro al asunto: “Hace 40 años, había un sólo árabe y un sólo negro en el pueblo. Ahora, mira lo que hay. Hace 10 años sí que había muchos problemas, pero se han ido reduciendo. Los que han nacido aquí están más integrados”, dice.
A principios de la década de 2010, en Salt hubo una fuerte ola de criminalidad. En la actualidad, aunque ésta se ha reducido, el municipio registró en las últimas estadísticas del Ministerio del Interior, de marzo de 2023, 1.762 hechos delictivos, lo cual supone una tasa de 54,18 delitos por cada 1.000 habitantes, por encima de los 48,8 de la última media nacional.
El miércoles, a cuatro día de las elecciones y día en que se hizo este reportaje, es día de mercado en Salt. Españoles y extranjeros compran y venden como si no pasara nada, en una concordia envidiable que se aleja de los discursos de campaña. Éstos quedan para el fuero interno. Del mercado viene una mujer marroquí que acompaña del brazo a una anciana local. Es su cuidadora. Ambas sonríen pero rechazan hablar. "No queremos hablar de política", dicen.