Donald Trump y su esposa Melania, en el baile organizado para su investidura en Washington.

Donald Trump y su esposa Melania, en el baile organizado para su investidura en Washington. Daniel Cole Reuters

EEUU

Trump descoloca a China con una montaña rusa de guiños diplomáticos, críticas y amenazas comerciales

La presencia del vicepresidente Han en la ceremonia de inauguración y la llamada telefónica a Xi del pasado viernes contrastan con el discurso sobre el peligro que supone Pekín para Estados Unidos.

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Cuando hace unas semanas salió publicado que Donald Trump había invitado formalmente al líder chino, Xi Jinping, a su ceremonia de inauguración muchos observadores no pudieron ocultar su cara de sorpresa. Normal. A fin de cuentas, el círculo del nuevo presidente pasó el 2024 ignorando el cortejo de la diplomacia china, que previendo su victoria buscaba tender puentes a toda costa, y cuando tocó seleccionar qué gente iba a ocupar los diferentes puestos en su gabinete, Trump escogió a varias personas convencidas de que China es la principal amenaza de Estados Unidos.

De modo que no son precisamente pocos quienes han entendido el gesto de la invitación como una señal. O, mejor dicho, como un cambio de actitud. Quizás Trump ha recapacitado y prefiere entenderse con China. O, si no entenderse, establecer una cierta sintonía. Máxime cuando a muchos líderes del mundo, incluidos aliados históricos de Washington, no les llegó invitación alguna. Además, aunque Xi Jinping declinó asistir –envió a su vicepresidente Han Zheng quien, por cierto, se vio con J.D. Vance– sí llamó para felicitar. La conversación fue definida por Trump como “muy buena para ambos países”.

Y, por si todo lo anterior fuese poco, está lo de TikTok; la red social china prohibida hace unos días por el Congreso al considerar que, pese a su apariencia inocente, es un activo que el gigante asiático estaría utilizando para perjudicar los intereses de Washington. Al conocer la decisión Trump anunció que la revertiría –temporalmente– dando así tiempo a TikTok a maniobrar y adaptarse a las exigencias de los legisladores (vender la mayoría de la compañía a una empresa norteamericana). Dicho y hecho.

A la luz de todo lo expuesto, pensar que en Pekín cunde el optimismo no sería particularmente descabellado. Que el nuevo líder de Estados Unidos, alguien que lleva años declarando que eres un peligro, se dedique a ofrecer semejantes ramas de olivo coincidiendo con su regreso a la Casa Blanca invita a imaginar una élite política china más relajada que hace meses.

Pues según Rebecca Choong Wilkins, una de las corresponsales de Bloomberg en Asia y una experta en las dinámicas gubernamentales chinas, nada más lejos de la realidad. Lo que impera ahora mismo entre las autoridades del país asiático, dice, es la cautela. Entre otras cosas porque, entre rama de olivo y rama de olivo, o entre gesto y gesto, el nuevo presidente ha amenazado con recuperar el control sobre el Canal de Panamá –cedido en 1979 por Jimmy Carter– y asumir el control de Groenlandia –una isla tutelada por Dinamarca– argumentando que hay que poner freno a la influencia china –que ha definido como una “amenaza” para la seguridad nacional– en ambas regiones.

Y luego está el asunto de los aranceles a los productos chinos. Una medida que, amén de perjudicar seriamente a la economía de ese país, podría desembocar en una guerra comercial a escala global. Durante su campaña electoral, y también después de ganar las elecciones, Trump fue sugiriendo porcentajes (uno de los más repetidos ha sido el del 60%) ante el aplauso de buena parte del Partido Republicano y, por supuesto, de sus seguidores.

De hecho el martes, un día después de recibir al vicepresidente chino en el Capitolio, Trump volvió a repetir la amenaza. Esta vez incluyendo a otros afectados: México, Canadá y la Unión Europea. “Es muy, muy mala con nosotros y tendrá que pagar aranceles para compensarlo”, comentó en alusión a esta última. “Es la única manera de conseguir que la relación se torne justa”.

Esa especie de montaña rusa en la que se alternan los guiños diplomáticos con las amenazas comerciales, las buenas palabras con las malas, es lo que convierte a los altos cargos chinos en personas harto escépticas. “Es una señal de la política impredecible y abiertamente contradictoria que deberán enfrentar”, explica Wilkins. “Para Xi Jinping el reto se encuentra en si China podrá utilizar esa propensión a la inconsistencia en su propio beneficio”.

Por lo pronto, desde Pekín han decidido jugar a lo mismo: una de cal por aquí y otra de arena por allá.

Por un lado, el ex jefe de gabinete de Xi Jinping y alto cargo del Partido Comunista de China, Ding Xuexiang, ha transmitido en el Foro Económico Mundial que se está celebrando estos días en Davos un mensaje de apertura y conciliador. Ha asegurado que su país no busca ningún superávit comercial y que está más que dispuesto a importar productos y servicios competitivos y de alta calidad con tal de equilibrar la balanza.

Por el otro, el Ministerio de Comercio chino ha anunciado una investigación en torno a los subsidios destinados a los fabricantes de chips estadounidenses. En concreto, ha dicho que investigará a la empresa matriz de Tommy Hilfiger y Calvin Klein. También acaba de añadir cuatro empresas estadounidenses a su lista de entidades no confiables.

“En Pekín saben que Trump puede cambiar de actitud en un instante”, sentencia Wilkins. “Y se están preparando para hacer lo mismo si se da el caso”.