Una historia nueva y radical de Norteamérica: el poder era de los indios y no del hombre blanco
El historiador Pekka Hämäläinen rechaza los mitos fundacionales y muestra cómo los nativos dominaron el continente durante siglos tras la llegada de los primeros europeos.
24 abril, 2024 10:10Los hechos en torno a la batalla de Little Bighorn (22 de junio de 1876) no ofrecen lugar a dudas: fue el mayor triunfo de los nativos de las Grandes Llanuras sobre el Ejército estadounidense, que vio cómo el 7.º de Caballería del coronel interino George Armstrong Custer era aniquilado. Una alianza de lakotas y cheyenes de Toro Sentado y Caballo Loco, que se oponían a trasladarse a una reserva y abandonar su vida en libertad, infligieron una derrota total a un país que se adentraba en la era moderna de lo corporativo, la ciencia y la burocracia.
Pero resulta más controvertida la interpretación del episodio bélico. Según el relato tradicional, este desastre, como el de una década antes en la llamada guerra de Nube Roja —conflicto desatado por la construcción de fuertes estadounidenses a lo largo de la ruta Bozeman—, se explica por las deficiencias del mando y la astucia de un enemigo que basó su éxito en un minucioso conocimiento del terreno. Es decir, fue una derrota excepcional.
Sin embargo, desde la perspectiva de los nativos americanos, no fue una anomalía, sino algo esperado: la culminación lógica de una larga historia de poder indígena en el norte de América. Así lo ve Pekka Hämäläinen, doctor en Historia por la Universidad de Helsinki y autor de Continente indígena, premiado ensayo que acaba de traducir al español Desperta Ferro y en el que presenta una historia diferente de América en la que desafía ideas fuertemente enraizadas, como la de que el colonialismo definió este vastísimo territorio y las experiencias de sus habitantes.
El investigador arroja luz sobre el crisol de tribus indígenas que durante cuatro siglos frenaron los proyectos expansionistas: "Desde el inicio del colonialismo en Norteamérica hasta los últimos triunfos militares de los lakotas, un sinnúmero de naciones nativas peleó con fiereza para mantener sus territorios intactos y sus culturas incólumes, así como frustraron las pretensiones imperiales de Francia, España, Gran Bretaña y los Países Bajos y, más tarde, de Estados Unidos".
En 1675, por ejemplo, los indios atacaron 53 asentamientos de Nueva Inglaterra y arrasaron 12 en un episodio de guerra total del que no se libraron mujeres, niños, animales y biblias. Tras más de siglo y medio de colonización, la imagen que tenían los europeos de Norteamérica era bastante reducida: los ingleses apenas conocían la costa atlántica y la bahía de Hudson, los españoles Nuevo México y Florida y los franceses el valle del San Lorenzo. Una centuria más tarde, en 1776, año de la declaración de Independencia de Estados Unidos, esas mismas potencias reclamaban la titularidad de casi todo el continente. No obstante, el verdadero poder y control recaía en los pueblos indígenas: no tenían miedo al hombre blanco.
[La gran odisea de los españoles para conquistar EEUU: épica y fracaso de las primeras expediciones]
"Una y otra vez, a lo largo de los siglos, los indios bloquearon y destruyeron proyectos coloniales y obligaron a los euroamericanos a aceptar los usos, la soberanía y el dominio nativo", explica Hämäläinen. "Esto es lo que muestran las fuentes históricas cuando separamos la historia de las Américas del relato histórico habitual, que da preferencia a las ambiciones, las perspectivas y las fuentes europeas".
A pesar de masacres como las de los pequot, quemados vivos por los colonos ingleses en 1637, y de otros proyectos crueles para someterlos, los indios plantearon una férrea resistencia basada en sus sistemas de parentesco y diplomacia, que les permitieron forjar alianzas estratégicas para oponerse de forma conjunta a los invasores. La más famosa de todas fue la Liga Iroquesa, la potencia dominante en el noreste de Norteamérica durante generaciones. Las mujeres de esta confederación descuartizaban los cadáveres de los prisioneros ejecutados y hervían los pedazos en calderos para que sus guerreros pudieran absorber su poder espiritual. "Buscaban desmantelar su 'nacionalidad' con el fin de reforzar la suya", detalla el historiador. "No llevaban a cabo tales ceremonias porque ansiaran la guerra, sino porque querían la paz".
Hämäläinen asegura que el poderío indígena alcanzó su punto álgido entre mediados y finales del siglo XIX, coincidiendo con la expansión estadounidense y el plan para borrar la soberanía de los nativos. Lo que parecía una tarea sencilla por la superioridad militar y logística se reveló una ardua lucha de desgaste. Los lakotas fueron un temible enemigo durante siete décadas gracias a su movilidad ecuestre, sus alianzas y su experiencia en el bloqueo de los planes del hombre blanco. Entre 1776 y 1877, cuando se puso fin a las guerras indias, EEUU había librado más de 1.600 choques bélicos oficiales con los nativos americanos. Sus líderes fueron arrinconados y sus antiguos sistemas de gobierno, sistemas, ceremonias, danzas y festividades fueron suprimidas o prohibidas.
"Mirando hacia el este desde el oeste norteamericano, la crónica de Norteamérica emerge como una única historia de decidida resistencia que mantuvo indígena gran parte del continente durante generaciones", resume el historiador. Su obra es una necesaria embestida a los mitos y a la narrativa tradicional de la construcción de la gran potencia de los tiempos modernos que devuelve al primer plano a los que realmente ostentaron el poder durante decenas de generaciones.