El prodigio de Karl Blossfeldt
Centro Cultural Conde Duque. Comisario: T. O. Immish. Conde Duque, 11. Madrid. Hasta el 23 de julio
El primer contacto de Karl Blossfeldt (1865-1932) con las artes aplicadas, ámbito en el que se desarrolló toda su carrera, tuvo lugar en un taller de fundición donde se hacían rejas y puertas adornadas con motivos vegetales. Esa visión de una botánica metálica quedó, a juzgar por las cualidades de su obra fotográfica, grabada en su imaginación para siempre. Blossfeldt es un artista a posteriori. Toda su vida estuvo dedicada a la docencia, sin que, al parecer, sintiera ninguna necesidad de considerarse a sí mismo como artista. Empezó a hacer fotos para Moritz Meurer, encargado oficialmente de renovar el concepto y el catálogo de motivos decorativos aplicados a la artesanía y la industria en la época de la Secesión. Con él viajó durante siete años por Italia, Grecia y el Norte de áfrica, en contacto con la flora y las formas del arte clásico. Pero, a pesar de que comulgaba con ese ideal clasicista y de que sus esfuerzos se dirigieran a establecer un paralelismo entre la botánica y la arquitectura, lo cierto es que sus creaciones fotográficas remiten no tanto a la antigöedad grecorromana como a una bárbara edad de bronce. A partir del modelo de los herbarios, transmutó la sustancia vegetal en algo duro y negruzco. La atención obsesiva al detalle botánico, la preferencia por las malas hierbas y la sorprendente constancia (se calculan más de 6.000 negativos) hacen de su obra algo excepcional.
Metódicamente, trabajaba sobre cartulinas negras o blancas, con una cámara construida por él y con métodos de sujeción básicos (a la vista en algunas fotos).
Sólo al final de su vida, con 63 años, recibió el reconocimiento que merecía. El galerista Karl Nierendorf expuso por primera vez sus fotografías en 1925, junto a un grupo de esculturas africanas (buena asociación), y en 1928 se publicó Urformen der Kunst (Formas originales del arte), libro con más de un centenar de huecograbados que tuvo gran éxito. Después vendría El maravilloso jardín de la naturaleza, en el año de su muerte, y póstumamente Prodigios de la naturaleza. Moholy-Nagy le incluyó en la influyente muestra Film und Foto (Stuttgart, 1929), Walter Benjamin le puso en los altares de la fotografía alemana, y fue admirado tanto por la Nueva Objetividad como por el surrealismo: en este momento se exponen en Londres algunas de sus obras en la exposición de la Hayward Gallery Undercover Surrealism, dedicada a Georges Bataille, quien utilizó las fotografías de Blossfeldt para ilustrar Le langage des fleurs. Bataille apreciaba precisamente la dimensión monstruosa que la revelación de la sexualidad (los órganos reproductores, las flores) y el crecimiento (los inverosímiles brotes) de las plantas adquieren en Blossfeldt.
La exposición, un tanto atípica, en el Conde Duque se ha presentado sin el aparato crítico ni la promoción que el acontecimiento habría requerido. Las obras expuestas, que bastan para un primer acercamiento, proceden de la colección Moritzburg de Halle, en proceso de remodelación y no del Karl-Blossfeldt-Archiv custodiado por Ann and Jörgen Wilde. No se nos informa de la fecha en que se hicieron las copias, en buena parte apagadas, con poco contraste, que no sacan todo el partido a las imágenes del artista. La selección insiste demasiado en los “ramilletes”, que en las publicaciones que preparó Blossfeldt merecen poca atención y que roban espacio a los imponentes, poderosos “retratos individuales” de brotes, flores y hojas que le han otorgado fama.