Frans de Waal (1958; Países Bajos) es uno de los máximos expertos mundiales en el estudio del comportamiento animal. Como primatólogo, etólogo, biólogo y psicólogo, investiga desde su cátedra emérita en la Universidad Emory de Atlanta si los animales realmente tienen emociones y sentimientos. Él afirma que sí. También que la homosexualidad o la identidad transgénero en el reino animal son más habituales de lo que habitualmente se piensa.
De Waal afirma que muchas de las ideas y prejuicios sobre los roles de género son, en realidad, una construcción normativa impuesta por una sociedad obsesionada con la simplificación. También confiesa sin tapujos estar en sintonía con los principios de la Ley de Bienestar Animal propuesta por la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, que califica a los animales como "seres vivos y sintientes dotados de sensibilidad". El holandés la ve acertada, ya que según sus observaciones "los animales tienen y expresan sentimientos".
En su próximo ensayo, Diferentes (Tusquets Editores; lanzamiento 7 de septiembre), Frans de Waal pretende demostrar sus polémicas teorías sobre sexualidad y género al establecer un paralelismo entre los comportamientos de los chimpancés y los bonobos, su especialidad, y los del hombre y la mujer.
¿Cuánto pueden enseñar los primates a los seres humanos sobre sexo, género y relaciones sociales? ¿Existe una división biológica clara entre los comportamientos de los machos y las hembras en el reino animal? ¿Son los chimpancés violentos y agresivos por naturaleza? ¿Hay condicionantes biológicos que puedan predecir el comportamiento humano, la agresividad y la territorialidad? ¿Es la impulsividad sexual mayor en las mujeres que en los hombres, o es justo al revés?
"Creo que muchas de las discusiones sobre género de hoy se enfocan en la cultura, en la educación, en la socialización, en cómo la sociedad quiere que expresemos el género", relata a EL ESPAÑOL | Porfolio el científico holandés. "Pero para conseguir respuestas necesitamos introducir la biología en el debate, porque el género también es un fenómeno biológico. Por ejemplo, la homosexualidad no es inusual en los primates: hay individuos femeninos que actúan como machos, o machos que actúan como hembras. Este tipo de observaciones pueden enriquecer las discusiones de género".
Pregunta.- En su nuevo libro afirma que el concepto de promiscuidad masculina es poco acertado y que la mujer tiene los mismos impulsos que el hombre, o incluso más.
Respuesta.- El enfoque tradicional en biología (y en la propia sociedad) es plantear que los machos tienen unos impulsos sexuales fuertes y las hembras son más pasivas y receptoras. Pero esa idea de monogamia femenina está desfasada. Tenemos evidencias de que en todo tipo de animales, incluidos aves y primates, las hembras son proactivas sexualmente y buscan nuevas parejas fuera de sus círculos habituales. Incluso las aves que son consideradas monógamas tienen huevos que han sido fertilizados por diferentes machos.
P.- Aplicando esas ideas al ser humano, ¿cree que vivimos engañados por una serie de patrones culturales construidos sobre conceptos de género erráticos?
R.- Hay personas que tienen visiones demasiado simplistas sobre el género, como que sólo hay mujeres y hombres, que unos aman a los otros, y ya está. Pero se equivocan, porque en el cóctel de la vida existe una enorme variabilidad. Los biólogos estamos acostumbrados a lo que se conoce como 'variabilidad individual', es decir, que dos árboles de la misma especie no sean iguales. Sin embargo, a la sociedad humana le gusta apretujar a todo el mundo en pequeñas cajas. Y cuando alguien escapa a la norma o surgen variables, como los bisexuales, nos frustramos porque no sabemos dónde encajarlos.
P.- Entonces el diagnóstico es 'enfermos de simplificación'. ¿Qué nos enseña el reino animal?
R.- Queremos una sociedad simple con expectativas simples. Por eso es importante mirar a los primates y analizar su comportamiento. Tenemos dos familiares cercanos, los chimpancés y los bonobos, de los que podemos aprender: los primeros son más masculinos y tienden a establecer vínculos entre ellos, mientras que los segundos son eróticos, pacíficos y sus comunidades están dominadas por hembras. Es interesante que haya parientes animales en los que podamos reflejar nuestro comportamiento.
P.- ¿Están nuestros comportamientos e impulsos condicionados de alguna forma por nuestro género?
R.- Creo que somos biológicamente distintos. Una de las cosas que describo en mi libro es que las jóvenes hembras primates están muy unidas a los bebés, y cada vez que hay uno cerca tienen el impulso de querer sostenerlo. Si les dan muñecos, se apegan a ellos. A veces cogen troncos o rocas y los tratan como si fueran peluches o bebés. El instinto de maternidad es universal, también en las hembras de primate, mientras que a los jóvenes machos les gusta hacer simulacros de peleas y combatir. Ambos sexos se preparan para una vida adulta muy distinta: ellas para cuidar de la prole; ellos para competir con otros machos.
P.- Pero uno de los mitos que desmonta en Diferentes es que, precisamente, no siempre se cumplen los roles de género. Existe esa "variabilidad individual".
R.- Eso es. Uno de los mitos es que los machos (o, aplicado a los humanos, los hombres) son mejores líderes, pero no podemos asegurarlo en el caso de los primates. En todas las sociedades de primates tenemos hembras de alto rango destinadas a ser lideresas. Si tenemos en cuenta el ejemplo del reino animal, no se puede afirmar que el liderazgo, por ejemplo, sea una característica masculina. ¡La gente no tiene ni idea! Se creen que hay un macho gigante que domina la comunidad de simios y que le dice a todo el mundo lo que hacer, pero la mayoría de sociedades de primates no funcionan de esa forma.
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P.- Históricamente el hombre ha sido dominante. ¿Al seguir ese patrón cultural hemos traicionado nuestra propia naturaleza?
R.- Los hombres han creado una sociedad patriarcal en parte por culpa de las posesiones. Si tienes tierras, edificios, dinero, y quieres transferirlo más a tus hijos en vez de a tus hijas, acabas perpetrando un sistema de dominación masculina. Ha sido así desde que empezamos a acumular posesiones, pero debemos recordar que muchas sociedades prehistóricas no tuvieron una división de género como la que sí hubo después. Si miramos la historia, los hombres son más fuertes físicamente, así que para las mujeres ha sido difícil objetar algo si había órdenes impuestas por ellos. Pero las circunstancias socioculturales cambian, y las razones para el patriarcado probablemente se debiliten en favor de un aumento del poder político femenino.
P.- ¿Existe una 'moral' humana?
R.- Siempre pienso que la moral tiene bloques de construcción. Es una idea que planteó el filósofo David Hume: la moral se basa en sentimientos básicos que se erigen sobre emociones simples. La empatía, muy presente en los simios, es una de las más importantes. Sin la empatía no se puede elaborar un sistema moral, ya que logra que nos interesemos por los demás. La empatía, el seguimiento de ciertas normas sociales, el deseo de justicia, la justificación, el razonamiento, la toma de decisiones colectivas; todas esas piezas son esenciales para erigir una moral humana. Es un sistema muy complejo, pero está diseñado sobre la base de esa psicología primate, mucho más simple, que ya conocemos.
P.- La teoría dice que el ser humano es violento por naturaleza... ¿Pero estamos realmente predestinados biológicamente para la guerra?
R.- La agresividad del ser humano se ha exagerado siempre. En antropología, la mayoría de los escenarios evolutivos humanos plantean un futuro en el que hemos desatado la guerra y eliminado a los demás, pero me parece desproporcionado. El ser humano ha desarrollado numerosas sociedades pacíficas y experimentado largos periodos de paz. Siempre vamos a los extremos: cuando somos malos, podemos ser perversos (ahí tienes el genocidio), pero cuando somos buenos, podemos llegar a ser mejores que cualquier otro animal gracias al altuirsmo. Tenemos una naturaleza conflictiva en la que se encuentra un amplio tornasol de posibilidades. Yo lo veo como potenciales positivos o negativos. Los humanos podemos ser muy violentos bajo ciertas circunstancias, pero no creo que lo seamos por naturaleza.
P.- ¿Cuál es el origen de la violencia?
R.- Parte del problema se encuentra en la territorialidad. Generalmente la violencia se dirige a personas que no forman parte del grupo. El género también es importante. A veces incluso pueden influir conflictos religiosos o ideológicos. Pero creo que el verdadero problema es que somos normativos: tenemos normas sobre cómo debemos comportarnos, así que si nos desviamos de esos patrones nos volvemos infelices o nos señalamos unos a otros. Además, somos una especie lingüística, por lo que nos gusta poner etiquetas. Creemos que somos racionales, pero no actuamos así. Un ejemplo: el cambio climático. No lo estamos enfrentando de forma racional, sino que somos reacios a ver la realidad.
P.- Usted asegura que los primates desarrollan empatía. Entiendo, entonces, que los animales tienen emociones y pueden llegar a expresarlas.
R.- Los animales tienen emociones y las expresan, igual que los humanos, a través de su fisiología, su cerebro, su comportamiento, sus expresiones faciales, sus sonidos. Las emociones viven en la mente y siempre involucran al cuerpo. Si alguien dice que está emocionado pero nada cambia en su voz, en su color, en su temperatura, en su corazón, no confiamos en esa persona. La emoción siempre implica que existan cambios corporales. Lo mismo ocurre en los animales: una rata que se aterra ante la presencia de un gato tiene las patas y la cola frías.
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Igual ocurre con los humanos: cuando tenemos miedo, la sangre abandona parte de las extremidades y se ponen las manos y los pies fríos. La fisiología es similar, y los procesos cerebrales prácticamente iguales. Así que sí, creo que los animales tienen emociones. Hay algunas especies, como los perros, los primates y los elefantes, que muestran un abanico emocional muy vasto. La pregunta más compleja, no obstante, es si sienten realmente esas emociones, porque los sentimientos humanos sólo se conocen mediante el lenguaje. Mi respuesta es que si nuestros cerebros son tan parecidos, sí que deben sentirlas.
P.- En España se acaba de aprobar la Ley de Bienestar Animal. Defiende, literalmente, que "los animales son seres vivos dotados de sensibilidad", además de "seres sintientes". ¿Es un reconocimiento acertado?
R.- Justo participé hace unos días en un paper de Science que hablaba sobre la capacidad sintiente de invertebrados como el pulpo, los insectos, los cangrejos, las langostas y otros animales. La gente dice que no sienten dolor, que sólo responden a ciertos estímulos, pero tenemos evidencia de que también tienen sensibilidad y pueden aprender de experiencias dolorosas. Eso sólo se puede hacer si hay sentimientos. Un perro, un elefante o un toro sienten. ¿Significa eso que no podemos comer animales o recluirlos? No exactamente, sino que hay que tener en consideración cómo se los trata. ¿Se puede hacer mejor? Si la respuesta es afirmativa, que suele ser el caso, deberíamos.
P.- Me imagino que defender esta idea le ha causado problemas entre los colegas científicos más escépticos.
R.- Por supuesto, especialmente en los 90. Empecé a hablar de empatía en los animales, pero en ese momento nadie quería escuchar que los animales pudieran gozar de algo así. La empatía requiere que puedas entender la mente del otro, imaginar cómo se siente. Ahora vemos la empatía de otra forma.
P.- En Política chimpancé (1982) usted comenzó analizando el comportamiento agresivo de los animales, sus impulsos violentos, y después decidió volcarse en el lado opuesto, en la empatía, en la cooperación, en el perdón, que culminó en Pacificación entre primates (1989). ¿Qué descubrió que cambiase su visión del reino animal?
R.- Cuando era joven estudiaba la reconciliación de los chimpancés. Tras pelear, se suelen reunir para abrazarse y consolarse. Eso me resultó muy interesante. Sin embargo, un día uno de los machos con los que solía trabajar fue asesinado por otros dos, algo terrorífico. Era un macho alfa muy agradable y me afectó profundamente. Así que decidí estudiar más los conceptos reconciliación y el comportamiento pacífico de los primates, que son claramente importantes, ya que si tras una pelea esos resortes de paz no funcionan la situación puede desembocar en tragedia. Decidí enfocarme más en la empatía, en la cooperación, en la reconciliación, en el comportamiento de los primates, y es lo que he hecho desde entonces: estudiar cómo cooperan, cómo manejan el conflicto y cómo lo atajan.
P.- ¿Cómo se mide la inteligencia de un animal?
R.- Se les debe presentar una nueva situación o problema que requiera una solución. Entonces se ve con qué rapidez lo resuelven. Algunos lo hacen probando alternativas constantemente hasta que tienen éxito; aprenden de sus resultados repitiendo diferentes patrones hasta dar con el acertado ideal. Pero luego hay otros animales, como los elefantes, los primates o los delfines, que ven el problema, lo evalúan y llegan a una solución.
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La inteligencia se mide según la capacidad que tienen de enfrentarse a nuevos problemas, porque todos pueden resolverlos, hasta las hormigas, pero la medición se mide en base a su creatividad para hacerlo. Los primates, en ese aspecto, son geniales: los chimpancés y los bonobos pueden planear y utilizar herramientas en diferentes localizaciones para lograr sus objetivos.
P.- ¿Los animales tienen sexo por placer, como los humanos, o siempre actúan mediante impulsos reproductivos?
R.- En los bonobos, que son los más parecidos al ser humano dentro del mundo de los simios, la actividad sexual se realiza entre machos, hembras, individuos que son muy jóvenes o especímenes que están ya preñados, así que no siempre existe un objetivo reproductivo. En muchas especies el sexo sí que tiene que ver con la reproducción, pero en otros casos hay algo más. Por ejemplo, el comportamiento sexual de los bonobos se usa para resolver conflictos, estrechar lazos, felicitarse los unos a los otros, dominar al otro, y no siempre tiene una finalidad reproductiva.
P.- En su nuevo libro habla también de cómo la homosexualidad es algo habitual entre animales.
R.- Sí, en muchos animales hay actividad entre miembros del mismo género. En algunas especies, como los bonobos, es común la bisexualidad. La homosexualidad está presente en prácticamente todas las especies, aunque tiene que ver con el deseo de estrechar lazos, resolver conflictos o felicitarse. En el caso de las hembras de bonobo, ellas demuestran una compenetración tremenda, dominan colectivamente a los machos, crean pequeñas hermandades y el sexo les sirve como cemento. La homosexualidad exclusiva sí que es rara, y creo que en los seres humanos también es así: muchas personas que se consideran homosexuales no lo son exclusivamente. Eso responde sólo a una minoría.
P.- ¿Hay comportamientos intolerantes hacia la homosexualidad en el mundo animal? ¿Genera estigma en los especímenes que van a contracorriente?
R.- Esa es la parte interesante. Los individuos que se desvían de la norma, como un macho que no se comporta como un macho, son muy bien aceptados. Por eso el ser humano es verdaderamente fascinante en su nivel de intolerancia: al ser demasiado normativos, decimos: 'Así es como te tienes que comportar, y si no lo haces no gustas'. Pero eso no pasa en los primates: ellos aceptan a los individuos como son. Los intolerantes somos nosotros.
R.- ¿También se dan casos de animales que tienen una identidad transgénero, comportamientos que no se corresponden al sexo con el que nacen?
R.- En mi libro describo a una chimpancé, Donna, que se comporta como un macho. Desde joven actúa así, y hasta de adulta guarda numerosas similitudes con ejemplares macho: hombros anchos, cabeza grande y comportamientos masculinizados. De hecho, se relaciona más con ellos y, a pesar de todo, está perfectamente integrada.
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R.- Por tanto la identidad trans tiene un referente biológico.
La identidad transgénero, en mi opinión, es biológicamente corriente, ya que empieza muy joven en la vida, a los 4 o 5 años. Un estudio reciente realizado en Estados Unidos demostró que sólo un 2,5% de aquellos jóvenes que se consideran transgénero cambia de idea más adelante. Es un porcentaje muy bajo. Son persistentes en sus creencias, por mucho que la sociedad quiera cambiarlos. No sabemos qué es, si genético u hormonal, pero estamos seguros de que tiene una explicación biológica.
P.- Jane Goodall hablaba de que los primates tenían rituales inexplicables. Bailaban danzas cuando llovía o cerca del agua de las cascadas. ¿Es un disparate hablar de una dimensión espiritual animal?
R.- Conozco esas historias, que los animales pueden ser influenciables por el entorno como algunos sonidos, patrones de agua, pero no creo que eso implique creer en fuerzas supernaturales. No creo que sea algo estúpido, pero es meramente especulativo.
P.- Un día mencionó que debíamos pensar más como animales que como ángeles. ¿Ha tenido problemas con movimientos religiosos?
R.- Justo hoy voy a dar una charla en una iglesia de Atlanta a la que acudirán entre 100 o 200 personas. Les voy a mencionar a Darwin. Incluso aquí, en el sur de Estados Unidos, la gente no es del todo reacia a escuchar este tipo de teorías. No espero problemas. Soy bastante tolerante con las preguntas, aunque nunca se sabe.
P.- A propósito de su respuesta. ¿Puede un biólogo que estudia la evolución de las especies creer en Dios?
R.- Los científicos pueden ser religiosos si no son fundamentalistas, y no pueden serlo en el sentido de que afirmen que las Sagradas Escrituras son verdad. Más allá de eso, los científicos pueden ser religiosos y creer que ciertas cosas predicadas por Jesús pueden merecer la pena.
P.- Imagino que desechaste hace tiempo la idea creacionista de Adán y Eva
R.- No apoyo demasiado esa serie (risas).