No hay consenso social en España sobre lo que significa ser -o no- un pijo. No va exactamente del dinero, no va exactamente de la pose, no remite sólo a un clan familiar ultrasolvente, con influencias y prestigio social, pero es a la vez todo eso y un puñado de detalles más que se empujan entre sí: un brillo especial en la melena, una dentadura reluciente, finura en las formas, quizá un suéter color pastel sobre los hombros, pánico a mancharse, a excederse en sus pasiones, a mostrarse incómodamente humano, o, mejor dicho, asequible. Un pijo cocina una epifanía dentro: él -o ella- se lo merece todo, ha sido elegido, esto es lo que hay, siempre hubo clases, la vida es jerárquica, ¿ahora te enteras? La vida, bien mirada, puede ser una barra libre.
El pijo es pitiminí, es mírame y no me toques, el pijo calza distancia -con amabilísimo esnobismo, porque el buen pijo es bienqueda- para que no se le confunda con el populacho. El pijo nace y muere siéndolo, es un espíritu perenne, un gen arrebatado: el pijismo no te lo quitas ni con agua caliente, se lleva en la lente de la mirada, en un zapato que siempre parece recién estrenado, en la química entre el perfume caro y la piel hidratadísima, en la relajación gestual, en esa manera encantadora de no tener nunca prisa.
El pijo ha nasío’ pa ganá. Siempre tiene la razón: no puede ser de otra forma. El pijo se empeña, se encabezona, hace pucheritos, se encapricha, tiene ocurrencias -las hace pasar por negocios, pero es jugar por jugar- y luego, una vez consumados, olvida rápido sus propios deseos feroces. Una característica inesquivable del pijo es que no se esconde: digamos que no se puede ser pijo en secreto. Un pijo, si no alardea, cuanto menos, luce. Y luego, tras el exceso, trata de hacerte sentir que el raro eres tú, que su vida es de lo más normal.
La mejor forma de saber qué es un pijo es encontrarte con uno, y entonces las pinceladas descriptivas, vagas, opinables, se condensan en una verdad redonda y obvia que te estalla en la cara. Al pijo lo reconoces, sin titubeos. Por eso España sabe que Tamara Falcó, que ha estrenado esta semana en Netflix su polémico documental La marquesa -no se habla de otra cosa en la red-, es pija. Es más: la hija de Isabel Preysler y el marqués de Griñón encarna el gran arquetipo de la pija española.
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Tiene el linaje y la cuenta corriente, pero también algo más: ¿es en la voz, es en la elección de las palabras? ¿Por qué Falcó narra su vida capítulo a capítulo -desde su sueño de montar un restaurante efímero en el castillo de papá a sus desfiles a la verita de Carolina Herrera, pasando por su espectacular fiesta de 40 cumpleaños- tan pijamente que parece autoparódico? ¿Realmente existe una ‘forma de hablar’ pija, una risa, un vocabulario, o no deja de ser un arquetipo cómico exagerado y sin sustento?
Así hablan las pijas
Cuenta a este periódico María del Carmen Méndez Santos -profesora del área de Lingüística de la Universidad de Alicante- que así es: “La sociolingüística es la que se encarga de estudiar cómo habla la gente. No todas las personas hablamos igual, nuestra forma de hablar está condicionada por nuestras circunstancias personales, y a eso es a lo que se le llama ‘idiolecto’. Depende de tus experiencias, de tu formación, de tu familia, de tus amigos…”, relata.
“Pero, a su vez, también existen formas de hablar ‘grupales’ que identifican a un colectivo. Igual que existe la jerga de los periodistas, existe la jerga de los pijos. En cualquier caso se trata de una forma de hablar especial que no practica gente de fuera del grupo: así se diferencia el endogrupo del exogrupo. Esta forma de hablar consigue que tú te sientas parte de algo. Da sensación de equipo, de unidad”, explica Méndez Santos.
Hay maneras de hablar condicionadas por la clase social, por el nivel socioeconómico, por el nivel de estudios, por la identidad de género, por la religión, la ideología o la edad, pero lo cierto es que la pertenencia a un determinado grupo también se performa. “Hay interpretación aquí, hay pose, hay afectación. Se actúa para imitar aquello a lo que uno quiere parecerse socialmente siguiendo un estereotipo”, alicata.
"Ser pijo se 'performa', es una actuación: se imita aquello característico del grupo al que uno quiere pertenecer"
“La RAE dice que el ‘pijo’ es una persona que por sus modales o su lenguaje manifiesta afectadamente gustos propios de una clase social adinerada. Por eso te digo lo de la ‘performance’. Se puede actuar como un pijo sin tener mucho dinero. Existe el habla pija igual que existe el habla choni, son conceptos creados culturalmente. Al pijo español lo definen muy bien los chicos de Carolina Durante en su canción Cayetano”.
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El pijismo fonético
Ahí, como ella misma indica, se habla de devotos del golf que no tienen contacto con la realidad social de la mayoría del país, nenes forrados de marcas, muy educados, cómodos navegando en sus conversaciones frívolas, sobre temas muy particulares -no al alcance de todo el mundo-. “Pero no todo es la ropa. Hay elementos lingüísticos y fonéticos”, alerta. Y aquí entra en juego Aaron Pérez, que es lingüista y fonetista, concretamente fonetista forense: “Como lingüistas no decimos ‘esto está bien o mal’, simplemente caracterizamos y analizamos la realidad lingüística, en este caso el sociolecto de Tamara Falcó. Su estilo fonético nos da mucha información”, reconoce.
En primer lugar destaca la “cualidad de voz”, esto es, cómo se modula la voz que caracterizamos como pija. “Hay dos elementos principales en ella: la nasalidad, que es algo que podemos detectar enseguida -son voces muy nasales-, y luego tiene un toque de lo que en inglés se llama ‘cracking voice’, es decir, ’voz crujiente’. Sucede cuando se relajan mucho las cuerdas vocales y suena un ‘ajjj’ al cambiar de una frase a otra. A Tamara se le nota mucho”, analiza.
“Su voz, además, es muy aguda, roza los 300 hercios más o menos. Se suele decir que los hombres tenemos unos 100 hercios, una voz más grave, y las mujeres, alrededor de los 200 hercios. Es un poco maniqueo y binario, pero así está establecido. En los niños no se distingue el género y manejan unos 300 también: por eso cuando gritan casi duele. Podemos decir que la voz de Tamara es casi infantil, extremadamente aguda, lo que se corresponde también con el clásico tono de voz con el que se ha imitado a las pijas”.
El estereotipo anda solo. “En cuanto a consonantes, lo que más destaca es su ‘ese’. A esto se le llama ‘ápice alveolar’, ¿por qué?, porque la punta de la lengua entra en contacto con los alveolos, que son las zonas rugosas que hay encima de los dientes incisivos. Es una ‘ese’ muy común en País Vasco. A nivel perceptivo es muy estridente, tiene mucha sonoridad, y con su voz aguda se multiplica el efecto de la estridencia”, alega. “Tamara habla de forma bastante hipoarticulada, muy característica de las pijas. Lo vemos en Carmen Lomana, por ejemplo: se trata de un habla absolutamente relajada, donde los órganos fonadores apenas se tocan. Es como si se hubieran puesto un relajante muscular en los labios, como si tuviesen los labios recién operados”, evoca.
"Tamara habla de forma bastante hipoarticulada, muy característica de las pijas. Lo vemos en Carmen Lomana"
“Tamara es muy coarticulada, esto es, habla muy rápido, y eso hace que muchos sonidos tengan tanto contacto entre sí que apenas se distinguen. Es el timbre oscuro de sus vocales, característico del habla pija: la ‘a’ y la ‘o’ se parecen”, clausura.
El léxico pijo: o sea
“En el documental, Tamara no dice ‘chef’, sino ‘shef’, porque ‘chef’ le suena muy bruto”, retoma Méndez Santos. “Y en una vuelta, en una pirueta total, pronuncia ‘megashic’ en vez de ‘megachic’. Los anglicismos son comunes entre las personas pijas. Es cierto que cualquier persona bilingüe puede saltar con naturalidad del español a otro idioma, mezcla palabras y no pasa absolutamente nada, pero Tamara lo exagera ante los demás, lo infla por una cuestión social, y usa siempre lenguas de prestigio. Por ejemplo, en su fiesta de cumpleaños, su primera reacción es decir “whaaaaat?” y eso que ahí no estaba hablando con nadie. Dice ‘oh, my goodness’ o ‘engagement’, o ‘dame los tips’. Es un exceso de plurilinguismo de postureo, para transmitir que tienes ese estatus y esa capacidad socioeconómica del pijo”, apunta María del Carmen.
"Tamara exagera los anglicismos ante los demás, los infla por una cuestión social, y usa siempre lenguas de prestigio"
“Usa ‘mega’ y ‘súper’ por encima de sus posibilidades: los intensificadores son muy del habla pija. En cualquier caso, no hay un rasgo en concreto que te convierta en pijo, es el pack de todos. Mira, por ejemplo, los diminutivos, tan empleados también por Tamara. En el reality dice ‘copita’ o ‘chaquetita’, o ‘machacadito’. Le gusta el ‘holi, mami’. Esa ‘i’ se caracteriza como pija. En el primer capítulo, su compañero dice palabras como ‘coño’, pero ella no entra en eso, prefiere ‘jopetas’, ‘jopelines’, o ‘jo’”, subraya. Sus expresiones predilectas son “qué fuerte”, “o sea” o “¿sabes?”. “No dice ‘por favor’, dice ‘porfa’. Acorta palabras y todo, en su conjunto, se percibe como pijo”.
Explica la experta que “las comunidades suelen abandonar ciertas expresiones cuando ya se usan mucho fuera de su propia comunidad y dejan de ser especiales, o bien cuando éstas se popularizan y estigmatizan, como el viejo ‘te lo juro por Snoopy’ de los pijos”. Avisa María del Carmen de que sería un error pensar que conocemos el nivel cultural de Tamara Falcó sólo por su forma de hablar. “Claro que hay una relación entre el nivel socioeconómico y el cultural, porque en muchos casos tu formación depende de tener quien te pague los estudios, pero también hay otros accesos a la cultura. O quizás puedes tener más acceso que otras personas pero no aprovecharlo”, chasquea. “En un ‘reality’ como éste, donde Tamara está performando, está actuando, no es ella en su vida diaria, no puedes juzgar si tiene mucho léxico o no, pero sí se ve cierta riqueza de vocabulario”.
Vocabulario activo y pasivo
Aaron indica que “existe un vocabulario activo, que usamos de manera consciente o que nos sale cuando hablamos, y uno pasivo, que es el que entendemos”: “Los estudios de riqueza de vocabulario son complejos, porque no va sólo de cuántas palabras usas, sino de cuántas sabes, y cuántas reconoces, y en qué contexto”, expresa. “Los seres humanos usamos de 3000 a 5000 palabras con frecuencia, pero tampoco tiene sentido usar palabras cultas al tuntún, porque suena pedante. Hay un vocabulario frecuente y es del que tiramos más. Me juego la mano a que Tamara ha leído muchísima literatura y está muy especializada en según qué temas, como la moda o la decoración, porque maneja sus jergas y eso le da su identidad lingüística”, dice María del Carmen.
La experta insiste en la idea de que “hay una herencia rancia del machismo” que consiste en “banalizar ciertos temas por asociarlos a lo femenino, como el de la moda”: “¿Quién decide qué disciplina es más valiosa? Hay muchos tipos de cultura”, lanza. Y así es. Aunque no está de más recordar que, en el primer capítulo, cuando Tamara entra a un evento, su asesora de comunicación la aconseja: “Sólo sonríe. No hables”. Como curándose en salud.
Miguel Sosa, vocabulista, no está de acuerdo con la visión de María del Carmen: cree que Falcó sí que adolece de “pobreza léxica”, pero que no es “exclusiva suya”: “Es un proceso. Oirás y leerás mucho que el lenguaje se empobrece, pero yo lo que digo es que nos empobrecemos nosotros. Al diccionario le da igual qué palabras usas y cuáles no. Y el acceso a la lectura es universal. Es más: mis hijas tuvieron acceso en casa a muchos más libros que yo en casa de mis padres. Contamos con una red de bibliotecas enorme en toda España. No creo que la depauperización del lenguaje tenga que ver ya con lo económico. Tamara tiene acceso a unas bibliotecas envidiables y ya ves”, apunta.
La conducta pija
No sólo por la boca vive -y muere- el pez. ¿Qué dicen de Tamara sus gestos? Nos ayuda a desentrañarlos Cristian Salomoni, experto en comunicación no verbal y y director del IIAC (Instituto Internacional de Análisis de la Conducta). Lo primero que llama la atención de ella es su gestualidad, muy vivaz: mueve mucho las manos, como insigne pija. “A Tamara Falcó o la amas o la odias, tiene un club de fans y muchos admiradores, pero a la vez muchos haters. Algunos piensan que es una niña pija y otros la ven como una chica espontánea. Y eso es sencillamente por cómo comunica. La comunicación forja la base de si una persona nos cae bien o nos cae mal, y es importantísima cuando conocemos a alguien si queremos generar una buena impresión”, desarrolla.
“Tamara tiene una peculiar personalidad que no deja indiferente a nadie: es sencilla, risueña, y simpática. Y de ahí su éxito. Es natural y se muestra tal y como es. Siempre sonríe, siempre está de buen humor, es una persona positiva y la alegría es una emoción contagiosa, nadie quiere estar con una persona siempre triste”, recalca. “Es un poco, digo yo, “la mejor amiga que todos queremos”: no tiene pelos en la lengua y te hace reír con algunas frases surrealistas, divertidas y algo locas que te dejan como… ‘¿qué?’”, guiña.
"Estoy seguro de que Tamara podía ser una actriz muy exitosa, de comedia, pero no sólo"
“Su forma de expresarse se ha convertido en su marca personal: reírse de sí misma, no acabar las frases, contradecirse. Cuando volvió de Estados Unidos, donde estudió comunicación, recibió muchas críticas por su forma de hablar, pero forma parte de ella”, insiste. “Yo creo que la gente la descubrió en MasterChef y se han dado cuenta de que no es sólo una niña bien con mucho gusto por la moda; es inteligente y es muy emprendedora. En MasterChef enseñó que es una persona que se ilusiona, que tiene una buena relación con todo el mundo”, esboza.
“Gracias a todas esas anécdotas que cuenta sin tapujos nos muestra su naturalidad y la de su familia; ya que siempre hemos tenido una imagen más fría de ellos en la prensa del corazón. Ejemplo: lo que pasó con su hermano Enrique abrazando la tele cuando Sabrina Salerno se sacó un pecho, o la relación de Ramona, la cocinera mítica de su casa, y su madre. Por todas estas dotes comunicativas estoy seguro de que podría ser una actriz muy exitosa, de comedia, pero no sólo”, concluye.
El papel social de la pija española
¿Qué papel representa una pija en la sociedad española? ¿Se la respeta, se la mira de forma aspiracional, se la envidia, se la desprecia? Lo desgrana el sociólogo Luis Miller: “El documental destaca los testimonios de amigos y familiares, pero lo curioso es que estos temas, al contrario de lo que podría parecer, no son los que más les importan a los españoles. En España no se está pendiente de lo afectivo, sino de las condiciones materiales, la salud y el trabajo”, revela.
“En Reino Unido y EEUU, sin embargo, lo que más interesa son los amigos y la familia, por eso este tipo de documentales están construidos en torno a eso, al estilo del de Kim Kardashian. En los países anglosajones estos productos se leen de forma aspiracional, pero en España, como hay poca movilidad social, eso no sucede: aquí tampoco hay reacción cainita porque se sabe que es algo que nunca vas a alcanzar, se consume simplemente como un cuento de hadas, como algo irreal”, dice.
“El documental está orquestado para generar sensaciones, especialmente negativas, que son las que generan más discusión pública. Pero sucede algo curioso: sabemos muy bien en España que la mayor transmisión de riqueza es de padres a hijos. Los ricos que conocemos lo son por su posición familiar, no se lo han ganado, pero al mismo tiempo, usan continuamente el discurso del esfuerzo, que es algo que también hace Tamara, vive en esa contradicción y se justifica una y otra vez: busca transmitir que está ahí por sus propios talentos, pero lo que hay detrás es exactamente lo contrario: no empezó a trabajar en un garaje a los 22 años”, ilumina el sociólogo.
¿De dónde viene esta culpa? “Es un triunfo del progresismo. En América no hay que justificar la riqueza ni las razones del éxito, ese exceso es propio de su cultura, pero en Europa tenemos otra mirada más progresista, con una importante intervención estatal que procura la redistribución y un mensaje muy claro de igualdad de oportunidades. Aquí se propone, al menos en el imaginario público, que las desigualdades se deban sólo a los talentos, habilidades y esfuerzos de cada uno. Es el Estado Social europeo, que hace sentir culpable al pijo actual. Tamara nos mira y nos dice: olvidaos de mis raíces… y mirad todo lo que he conseguido”.