Por qué Hu Jintao no pudo teñirse el pelo: más de 50 años de crímenes y purgas en el comunismo chino
En China, el color del pelo ha sido muestra del estatus social durante décadas. Cuanto más fuerte es el tinte, mayor expresión de juventud y poder.
23 octubre, 2022 02:50La primera semana de junio de 2015, en una audiencia televisada a todo el país por la cadena estatal CCTV, el exjefe de seguridad nacional, Zhou Yongkang, confesaba haber recibido sobornos y haber participado en redes de extorsión durante sus años en el Comité Central del Partido Comunista Chino, bajo el liderazgo por entonces de Hu Jintao. Además, habría filtrado secretos de Estado, reconociendo un delito de alta traición.
Sin embargo, no fue la admisión lo que realmente sorprendió al público congregado ante los televisores -Zhou llevaba casi dos años bajo investigación y había sido expulsado del politburó el año anterior- sino su aspecto: ese pelo blanco, sin rastro del tinte negro que siempre le había acompañado.
Era esa la manera del régimen de Xi Jinping de humillar al convicto. En China, el color del pelo ha sido muestra del estatus social durante décadas. Cuanto más fuerte el negro del tinte, mayor expresión de juventud, vigencia y poder. Cuando más canoso el pelo, mayor expresión de la decadencia del cuerpo y del rango en la sociedad.
Por eso, no parece casualidad que el propio Hu Jintao, un enamorado del tinte, tuviera que aparecer ante todas las cámaras desde el inicio el pasado fin de semana del XX Congreso del Partido Comunista Chino con todas sus canas a cuestas, muchas más que las de Xi Jinping, desde luego. ¿Era un intento de ridiculizarlo delante de todo el país? Probablemente.
Es cierto que Xi ya había aparecido en 2019 durante la reunión del Congreso Nacional del Pueblo con las sienes plateadas, señal de que el estatus del tinte se había acabado y empezaba el estatus único: ser Xi frente a todos los que no lo son, pero forzar ese cambio en una generación acostumbrada a las apariencias sólo puede entenderse como una manera de desposeerles en público antes de hacerlo en privado. Obviamente, la cosa no podía acabar ahí.
[El "socialismo perfecto" de Xi Jinping señala a Taiwán y busca apuntalar el liderazgo militar chino]
Humillación pública como recurso
Más allá de los gestos cosméticos, el pasado viernes, Xi Jinping tomó su sitio en el estrado e hizo un repaso a la evolución de China en los últimos años: el país había dejado atrás la adoración al dinero, la glorificación del individualismo y todos aquellos vicios exportados de Occidente que minaban la moral patria. Sin mencionar a su antecesor en ningún momento, el discurso masacraba su gestión en pocos minutos, dejando claro que el futuro sólo pasaba por un espíritu de comunidad en torno al Partido y una especie de vuelta a los orígenes del comunismo.
Menos de veinticuatro horas después, el hombre no mencionado, Hu Jintao, era expulsado del Congreso, delante de las cámaras de televisión y en medio de los numerosos clics de los fotógrafos, acompañado por un funcionario mientras torpemente intentaba asirse a su escaño. Jintao tiene 79 años y las imágenes no nos mostraban, más allá de las canas, su mejor versión física. A su lado, impertérrito, sólo un fugaz gesto de satisfacción que parece esbozarse en su cara, el propio Xi Jinping observaba la escena como si Hu no tuviera ya nada que ver con él ni con su partido ni con su país. El hueco que quedaba en el asiento a la izquierda del líder servía de escarnio para el hombre que lideró China de 2003 a 2013. Diez largos años.
Aunque las intenciones políticas del acto no están aún del todo claras es difícil no ver ahí una demostración de poder muy propia del comunismo chino desde sus mismos inicios. Una tendencia al canibalismo político probablemente importada de Stalin y sus famosas purgas y juicios-farsa con los que eliminó cualquier posible disidencia interna durante los años treinta y, de paso, mermó decisivamente a su propio Ejército y su capacidad organizativa.
Una tendencia exportada a su vez a Corea del Norte, donde se vivió una imagen similar en 2013, con la detención pública, también en pleno congreso del Partido Comunista, de Jang Song-thaek, tío de Kim-Jong Un, acusado de traición y condenado de inmediato a muerte. Xi no ha sido ajeno a estas prácticas a lo largo de estos años: como ya comentaba en 2015 el escritor chino Murong Xuecun, en un artículo publicado en el New York Times, "el Partido Comunista, bajo el mando de Xi, ha hecho de la humillación pública una auténtica obra de arte china, como nuestra mejor seda o nuestra mejor porcelana".
No se refería entonces Xuecun al caso Yongkang sino al arresto del empresario Charles Xué, magnate de las telecomunicaciones, expuesto en la televisión pública pidiendo los servicios de prostitutas. La periodista Gao Yu también fue detenido y obligado a confesar sus horribles crímenes (poner en duda la autoridad de Xi, básicamente) ante las cámaras. Más en secreto, Xi ha ordenado en los últimos dos años la detención y procesamiento del exministro de justicia Fu Zhenghua y de los comisarios Sun Lijun y Meng Hongwei, todos ellos involucrados en la llamada "Oficina 610", encargada a su vez de hacer las veces de policía política en los tiempos de Jiang Zemin y el propio Hu Jiantao.
La Revolución Cultural de Mao
Como se ve, la purga de los aparatos del Estado forma parte de la propia configuración del Estado chino desde su fundación como República Popular en 1949, cuando el Ejército rojo consiguió expulsar definitivamente a las tropas nacionalistas y las obligó a refugiarse en la isla de Formosa, también conocida como Taiwán. Siguiendo, como decíamos, los pasos de Stalin, Mao decidió que la mejor manera de perpetuarse en el poder era mediante la purga de sus compañeros.
Muy tocado políticamente tras los groseros errores del llamado Gran Salto Adelante, que provocó hambrunas por todo el país y la muerte de unas 30 millones de personas, Mao emprendió la llamada "Gran Revolución Cultural Proletaria", basada en los 16 puntos de su famoso "libro rojo", que exigía la fidelidad absoluta a su propia acepción del comunismo real.
La "Revolución Cultural" duró diez años, desde el "agosto rojo" de Tiananmén en 1966 hasta la muerte del líder supremo en 1976, y se distinguió por su crueldad, personificada en el gran purgador y sucesor propuesto de Mao, Lin Biao.
[30 años después de la masacre de Tiananmen: víctimas y verdugos siguen sufriendo]
La figura de Lin Biao y de su mujer Jiang Qing, verdadera inquisidora en el mundo cultural, es de las más tenebrosas del maoísmo. Biao sustituyó como ministro de defensa al prestigioso general Peng Dehuai, quien había luchado junto a Mao en la guerra de liberación nacional y había formado parte también del Ejército que combatió a los japoneses antes y durante la II Guerra Mundial. Peng, que llegó a ocupar el puesto de mariscal del Ejército Popular de Liberación, fue muy crítico con Mao por las consecuencias de su Gran Salto Adelante, y no sólo se vio apartado de su cargo, sino que vivió en carne propia una humillación parecida a la de Hu.
En arresto domiciliario desde 1959, cuando se escenificó su derrota frente a Mao en la Conferencia de Lushan, Peng fue llevado a Pekín en 1966 por los Guardias Rojos, el Ejército pretoriano de Biao, y acusado allí de alta traición contra el líder. Su proceso duró cuatro años, hasta 1970, en los que fue objeto de humillaciones públicas y de un maltrato psicológico y físico que le provocó lesiones graves en la espalda. Después de varios juicios debidamente publicitados en los medios estatales y viendo que Peng no se doblegaba a las exigencias del Partido y no reconocía sus supuestos crímenes, Mao y Biao decidieron que estaba mejor en la cárcel, donde murió de un cáncer cuatro años después, a los 76.
Deng Xiaoping y Liu Shaoqi
¿Cuál fue el gran pecado de Peng Dehuai para pasar sus últimos años en la ignominia después de haberlo sido todo para el régimen comunista? Su alianza política con otros dos poderosos líderes de las décadas de los años cincuenta y los primeros sesenta: Deng Xiaoping y Liu Shaoqi. Durante al menos 15 años, estos dos altos cargos del Partido Comunista Chino dirigieron en la práctica el día a día de la política local: el segundo siempre a las órdenes del primero, auténtica mano derecha de Mao Zedong y probablemente el hombre más poderoso del país.
Sin embargo, ese mismo agosto de 1966, Deng y Liu cayeron en desgracia. Se les acusó de intentar recuperar su antigua cordialidad con Peng y conspirar así contra Mao. Deng, el pragmático por excelencia de la política china del siglo XX, el hombre capaz de abrir el país a Occidente con una mano y, con la otra, reprimir salvajemente a los estudiantes concentrados en la Plaza de Tiananmén, fue enviado a un centro de reeducación en una provincia perdida.
En 1970, Mao aceptó su perdón y fue rehabilitado para ocupar altos cargos en la administración. Eso le permitió estar bien colocado en la lucha por la sucesión del líder, algo que consiguió en 1980, cuando fue nombrado primer ministro del país, un año antes de llegar a la secretaría general del Partido.
Peor le fueron las cosas a Liu Shaoqi, tal vez por ser una cara más reconocida. Liu fue depuesto de todos sus cargos en el partido y se le puso, como a Peng, bajo arresto domiciliario. Sin embargo, los guardias rojos le sacaban a menudo de ese arresto para golpearle públicamente entre acusaciones de traidor. Las lesiones producidas por estos espectáculos de crueldad se sumaron a una diabetes y una neumonía crónica para las que no recibió tratamiento alguno por orden de Jiang Qing. Su estado físico se deterioró hasta tal punto que se temió que muriera antes del IX Congreso del Partido Comunista Chino, celebrado en abril de 1969 y uno de cuyos objetivos era precisamente el de humillar públicamente a Liu delante de todo el país.
Deng Xiaoping fue perdonado y rehabilitado para ocupar altos cargos en la administración
Ahí, Qing y Biao decidieron por fin que a Liu había que medicarlo para mantenerlo con vida, pero en una prisión estatal. Efectivamente, llegó vivo al Congreso -o eso se cree, hay quien especula con que Liu ya estaba muerto para cuando se produjo su defenestración definitiva-, pero murió apenas siete meses después, a punto de cumplir los 71 años. Uno de los primeros actos de Deng Xiaoping como secretario general del Partido fue devolver la dignidad a Liu en el XI Comité Central del Partido Comunista Chino. El propio Xi Jinping honró su memoria en un discurso público pronunciado en 2018.
Lin Biao, enésimo purgador purgado
Frente a las historias de los purgados que acaban rehabilitados en vida o en muerte, tenemos el clásico del purgador purgado. Dentro de la historia del comunismo internacional, nadie ha representado mejor ese papel que el temible y temido Lavrenti Pavlovich Beria, encargado por Stalin de dirigir la policía política y auténtico dictador a la sombra del líder. Beria dirigió el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos -una especie de Gestapo a la soviética- desde 1938 hasta 1963, cuando fue acusado de ser un "espía británico" por el nuevo líder, Nikita Jruschov. Moriría asesinado en su casa en junio de ese año.
El equivalente chino sería sin duda el mil veces citado Lin Biao. Hasta 1970, el país fue suyo, pero algo dejó de funcionar en su relación con Mao Zedong, que empezó a verlo como una amenaza. A partir de ahí, las versiones sobre su propia caída en desgracia varían. La oficial, en su momento, le ligó a las autoridades de Taiwán, lo que le habría valido una orden de encarcelamiento. Ante esa circunstancia, Lin habría intentado urdir un golpe de Estado con el fin de matar a Mao, pero ante la falta de éxito de su plan habría decidido huir a la Unión Soviética, por entonces en ruptura de relaciones con el régimen de Pekín.
El avión que le llevaba a Moscú habría caído por falta de combustible en algún punto indeterminado de Mongolia el 13 de septiembre de 1971. Parece una versión algo forzada, propia de quien quiere desacreditar a un enemigo político. La otra opción deja en peor lugar a Mao: enfrentado políticamente a Lin, el líder supremo de la República China le habría invitado a exiliarse, le habría preparado el avión para hacerlo y después habría ordenado al EPL que abatiera el aeroplano. Cuadra más con lo que sabemos de Mao y de su falta absoluta de escrúpulos.
Las purgas modernas
Desde entonces, las luchas internas han caracterizado el día a día del Partido Comunista Chino. Como decíamos, Deng se convirtió en 1981 en el hombre más poderoso del país tras cinco años de turbulencias en los que tuvo que acabar con Hua Guafeng, que a su vez había acabado en su momento con la llamada "Banda de los cuatro", de la que él mismo había formado parte esporádicamente y que suponía un poder a la sombra ya en los últimos años de un Mao enfermo e impedido.
La transición entre Deng y Jiang Zemin tampoco fue fácil. Justo después de la intervención en Tiananmén, en uno de sus últimos actos como líder del partido, Deng ordenó la detención de Zhao Ziyeng, máximo rival político de su primer ministro, Li Peng. Ziyeng, que había apoyado, megáfono en mano, a los protestantes de Tiananmén, se pasó los siguientes 15 años de su vida bajo arresto domiciliario, hasta su muerte en enero de 2005 por una neumonía.
["Gato negro, gato blanco", así ha cambiado China 25 años después de la muerte de Deng Xiaoping]
El traspaso de poder en 2002 entre Jiang y Hu fue histórico precisamente por la ausencia de ajuste de cuentas alguno por primera vez en la historia del Partido, pero antes de marcharse en 2013, el ahora represaliado Hu dejó su huella en la lista de agravios con la depuración de Bo Xilai. Bo, miembro del politburó del Partido Comunista Chino, estaba relacionado con el envenenamiento del británico Neil Heywood, presunto amante de su esposa. En su momento, sonó como sustituto de Hu al frente del país.
La llegada de Xi en 2013, como decíamos al principio del artículo, supuso la vuelta a los viejos tiempos de la suspicacia y la lucha intestina. Xi lleva diez años intentando limpiar todo lo que huela a Jiang y Hu. Si no ha intentado nada contra el primero es por su avanzada edad (96 años) y su precario estado de salud. Veamos qué pasa con Hu, a quien se acusa de estar en contra del proyecto imperialista de Xi y, en concreto, del uso de la fuerza en Taiwán.
Puede que lo de este sábado sea una simple advertencia o que acabe sus días como tantos antes de él: encerrado en casa o en una cárcel. Tal vez en algún momento del Congreso se descubra algún "documento secreto" involucrando a Hu en alguna operación contra la patria. Tal vez, su nombre se borre de los archivos para siempre y se le deje morir en paz. En manos de Xi está el futuro del hombre al que sucedió, un caramelo demasiado apetitoso para un hombre con una ambición desmedida. Un hombre que no necesita ocultar que es humano para ser igualmente temido.