Un escuadrón de cazas estadounidenses Mustang en un ataque sobre Alemania en 1944.

Un escuadrón de cazas estadounidenses Mustang en un ataque sobre Alemania en 1944. IWM

Historia

La semana en la que los Aliados aniquilaron a la Luftwaffe y ganaron la II Guerra Mundial

El historiador James Holland revive en un extraordinario ensayo cómo Estados Unidos y Gran Bretaña lograron la superioridad aérea, clave para el éxito del Día D.

16 septiembre, 2024 01:29

El general Henry "Hap" Arnold, comandante en jefe de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, envió el 27 de diciembre de 1943 desde Washington una breve carta a los líderes de la Octava y Decimoquinta Fuerzas Aéreas, que operaban respectivamente desde el este de Inglaterra y la zona de Foggia, localizada a un tercio de la caña de la bota de Italia. La directiva era clara: la industria del país, que funcionaba veinticuatro horas al día, estaba proporcionando las herramientas para combatir a la Luftwaffe de Hitler y había que atacar de forma despiadada y sin vacilaciones para garantizar el éxito de la Operación Overlord, el desembarco de Normandía.

"Mi mensaje personal para ustedes —esto es IMPRESCINDIBLE— es: destruyan la Fuerza Área enemiga dondequiera que la encuentren, en el aire, en tierra y en las fábricas", reclamaba Arnold. Comenzaban así los preparativos de una ambiciosa operación, bautizada como Argument, para machacar los principales centros de la industria aeronáutica del Tercer Reich. Al mismo tiempo, los Aliados pretendían diezmar a los escuadrones de cazas nazis con un nuevo aparato de mayor alcance, maniobrabilidad y rendimiento general: el P-51 Mustang.

Los ataques y los bombardeos sobre las fábricas y ciudades alemanas se concentraron en unos pocos días de febrero de 1944: entre el sábado 19 y el viernes 25. Fue La Gran Semana, título un extraordinario ensayo del historiador James Holland, convertido ya por méritos propios en uno de los mejores y más interesantes narradores de la II Guerra Mundial, que publica ahora en español Ático de los Libros.

Cerca del objetivo, los bombarderos entran en el territorio de flak.

Cerca del objetivo, los bombarderos entran en el "territorio de flak". National Archives and Record Administration, College Park (Maryland)

Las cifras, que Holland maneja de forma abrumadora, son reflejo de la monumentalidad de la operación. Unos 3.300 bombarderos de la Octava, más de 500 de la Decimoquinta y unos 2.750 del Mando de Bombardeo de la Royal Air Force británica habían lanzado unas 22.000 toneladas de bombas, 4.000 más de las arrojadas por los alemanes durante los ocho meses del Blitz. Se perdieron en torno al 6% de las aeronaves y más de 3.600 tripulantes, pero se confirmó la eficacia de los ataques diurnos gracias a la efectividad de los nuevos cazas de escolta.

Las pérdidas fueron catastróficas para la Luftwaffe, sobre todo en términos de aviones destruidos o dañados —el 62,7% de la fuerza real disponible ese mes—. Se calcula que se arrasó el 70% de los edificios de las fábricas de los Messerschmitt atacadas en lugares como Leipzig, Ratisbona o Augsburgo y se aniquiló la producción de cazas nocturnos de un nuevo tipo equipados con el radar más avanzado del mundo. Aunque muchas máquinas se recuperaron y volvieron a funcionar —en marzo se fabricaron 2.672 aviones—, la reorganización del sistema productivo de la Fuerza Aérea nazi, que no logró recuperar los rendimientos previstos, requirió más mano de obra y más presión sobre la red ferroviaria en un momento en el que su esfuerzo bélico estaba cada vez más constreñido.

"Si se considera la Gran Semana como una sola batalla, fue la mayor de toda la Segunda Guerra Mundial, pero hoy en día está en gran parte olvidada, al igual que la importancia de los épicos enfrentamientos que tuvieron lugar en el aire durante el otoño de 1943 y los primeros meses de 1944", analiza el historiador. "Para ambos bandos fue un momento crucial en la guerra aérea, y esa tercera semana de febrero fue el momento en el que se salvaron los planes aliados del Día D. En abril, los cielos de Europa occidental estaban prácticamente despejados y los Aliados disponían de la importantísima superioridad aérea que tanto necesitaban".

Historias humanas

El autor de El auge de Alemania o El contraataque aliado ofrece un dato revelador: el 31 de mayo, solo una semana antes del desembarco de Normandía, la fuerza real combinada de los cazas diurnos y nocturnos de la Luftwaffe era de 2.686 aviones. Frente a ellos había 16.956 bombarderos y 25.416 cazas aliados. La derrota definitiva de Hitler solo era cuestión de tiempo y en la Gran Semana se había logrado esa imprescindible superioridad aérea. El propio general Dwight D. Eisenhower garantizó a sus soldados que "si veis aviones volando sobre vosotros, serán nuestros".

Si bien Holland ha sacudido las narrativas tradicionales de la II Guerra Mundial poniendo el foco de sus análisis en el plano operacional, todos sus libros se entretejen con historias humanas de personajes épicos, idealistas o atormentados. En La Gran Semana el reparto es igual de formidable, y además permite revivir el infierno que los pilotos de ambos bandos presenciaron a miles de metros de altura, sabedores de que podía ser más fácil explotar en el aire que regresar con vida a las bases. Lo extraordinario son biografías como la de Gabby Gabreski, quien sumó más de 300 horas de vuelo en su P-47 Thunderbolt hasta ser derribado en julio de 1944 y pasar el resto de la contienda en un campo de prisioneros.

Portada de 'La Gran Semana'.

Portada de 'La Gran Semana'. Ático de los Libros

Las veinticinco —luego ampliadas a treinta— misiones que debían completar los pilotos estadounidenses de los bombarderos eran un desafío titánico, casi una quimera. Pero combatir en el otro bando reportaba todavía menos esperanzas de salir con vida. Se dieron algunos milagros, como el de Heinz Knoke, que fue derribado en más ocasiones de las que podía contar con los dedos de una mano, aunque su caso refleja la precariedad de los aviadores de la Luftwaffe, liderada por un Hermann Göring que se fue de permiso durante tres semanas tras la crisis de febrero: "Eran como corderos enviados al matadero; llegaban a sus escuadrones de primera línea con un promedio de en torno a 110 horas de vuelo y a menudo solo entre 10 y 15 horas en naves de primera línea", recoge el historiador.

El libro de Holland, construido a base de mucha documentación oficial, diarios, relatos orales y alguna entrevista a los propios protagonistas, es fundamental para conocer en profundidad un teatro de operaciones clave de la II Guerra Mundial. Una lectura rica por la cantidad de detalles militares minúsculos y en episodios de combates aéreos sobrecogedores, con un realismo tan electrizante que parece que hubiesen metido al propio autor en un Mustang o en un Messerschmitt y hubiese descrito lo vivido nada más pisar tierra.