Parejas e hijos
Y a les dije desde aquí mismo que soy un boomer de manual, qué se le va a hacer. Me eduqué sentimentalmente, y no sólo intelectualmente, en la estela del 68 y del hippismo, que en España se prolongó y complicó con los estertores del franquismo y la etapa heroica de la Transición. Tenía quince años cuando murió Franco. Pese a pertenecer a una familia numerosa y muy tradicionalista, crecí por mi cuenta en un entorno en el que la institución familiar era muy contestada, cuando no repudiada. Las relaciones paternofiliales eran conflictivas por antonomasia; el matrimonio, poco menos que un arcaísmo, y tener hijos un problema de conciencia. Supongo que exagero, pero espero que me entiendan. Cuento esto sólo para encuadrar convenientemente mi extrañeza ante ciertas actitudes y conductas que prosperan de un tiempo a esta parte, sobre todo en la franja generacional de quienes cuentan en la actualidad entre 35 y 45 años, digamos.
Asumo que las cosas han cambiado mucho, aunque me resisto a admitir que el cambio operado sea de amplitud y profundidad superiores al que se produjo en el conjunto de la sociedad y de la cultura españolas entre los comienzos de los 70 y finales de los 80, es decir, en un lapso de tiempo proporcional a la diferencia de edad entre mi promoción, vamos a llamar la así, y la de quienes acaban de ingresar en la madurez, dejando definitivamente atrás una juventud cada vez más prolongada.
Supongo que la transformación más importante la han inducido internet y las redes sociales, con la consiguiente desinhibición del pudor que es la marca de fuego de las nuevas generaciones.
El caso es que, para mi asombro, no dejo de asistir, en toda clase de contextos, a lo que se me antoja un arrobado “descubrimiento” de la paternidad, y de todo el aparato que conlleva, por parte de toda clase de hombres y de mujeres que parecen crecidos en un Jardín del Edén en el que estaba por inventar la reproducción y el amor parental. Como asisto, a su vez, intrigado y asombrado a la vez, a la pública exhibición de la propia complicidad como pareja (a la propia “institucionalización” como pareja, ya sea matrimonio mediante o no), patente en dos libros recientes: La rebelión del matrimonio anarquista (Hurtado & Ortega), de Begoña Méndez y Nadal Suau, y Un año con los ojos cerrados (papeles mínimos), de Andrés Barba y Carmen M. Cáceres. Se trata de dos libros de inspiración sobre todo lúdica, de talante provocador el primero, más ensimismado el segundo, pero ambos testimoniales de una remitificación de la pareja comparable a la remitificación de la paternidad entonada ya por un caudaloso número de libros sobre la materia en los que la industria editorial parece haber encontrado una veta suculenta.
Preguntado tiempo atrás, con motivo de la publicación de su excelente novela Poeta chileno (Anagrama), en la que aborda tanto la cuestión de la pareja como la de la paternidad, sobre el nuevo “cliché” generado en torno a esta última, contestaba Alejandro Zambra: “Si es que esa moda existe, la prefiero a la moda previa de no pagar la pensión alimenticia y a la inveterada moda de abandonar a los hijos. Más bien pienso que hacen falta reflexiones públicas sobre la paternidad. No faltan hombres en prensa y literatura hablando de paternidad, pero lo que dicen es demasiado obvio”.
Uno diría que de lo que se trata es de problematizar y de refundar estas dos instituciones, la pareja y la familia, en lugar de remitificarlas y de rearmarlas ideológica, estética y sentimentalmente, que me parece que es la tendencia principal. Méndez y Suau apuntan a ello, si bien con un grado de autosatisfacción que me resulta –dicho sea con toda simpatía– algo embarazoso, y que me parece que desactiva en cierta medida su operación.
Ya en su momento, la justa y acaso necesaria apropiación de estas dos instituciones por la cultura gay se saldó, a mis ojos, con una importante domesticación del potencial de disidencia y experimentación de ésta. En un orden mucho más amplio, la nueva y a menudo jactanciosa reasunción de una y otra me temo que apunte a efectos en definitiva semejantes.