Alejandro Zambra y la complejidad de la vida
'Poeta Chileno' aborda las relaciones paterno-filiales, la masculinidad vacilante y el sentido de pertenencia. Es decir, la complejidad de la vida
13 abril, 2020 06:50Como Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) es especialista en provocar mi sorpresa de partida para conducirme, finalmente, a los territorios que sé suyos y en los que acostumbra a ser buenísimo, supongo que no debería resaltar la extrañeza inicial que supuso para mí toparme con una novela extensa firmada por él (sin que llegue al tocho) guiada por un narrador en tercera persona que no se sirve de virguerías formales o estructurales, más allá de su cercanía amable y un tono de complicidad desmitificadora. ¿Por qué no iba Zambra, gran jugón de las posibilidades de cada modalidad textual, a saltarse también su costumbre de la forma breve? Y con mayor motivo, cuando decide escribir una narración sobre poesía y poetas.
Me explico: en una escena clave de esta magnífica Poeta chileno, sus dos protagonistas mantienen una conversación hecha de ritmos alternos, algún silencio significativo, y muchos nombres de autores y títulos de obras enhebrados sin pedantería. En ese diálogo mencionan una carta de Ezra Pound en la que aseguraba que los poemas recogen “la parte buena de las novelas”, y “las cuatrocientas páginas restantes son puro relleno y aburrimiento”. Pues bien, Poeta chileno alcanza las cuatrocientas veintiuna páginas, cifra que no parecen casualidad sino más bien un juego y una confesión irónica del reto asumido por su autor: tal vez hay novelas que se forjan en el relleno y el aburrimiento de la vida, y sacan de ahí una materia sustancial y divertida. En el caso de este nuevo libro de Zambra, ni duda cabe de que contiene bastante más de nueve páginas excelentes.
La novela consta de cuatro partes, que podríamos resumir así: conocemos a Gonzalo, aspirante a poeta chileno; asistimos a su relación adulta con Carla y el hijo de ella, un crío llamado Vicente; nos reencontramos con ese mismo Vicente cuando, ya en sus dieciocho años, aspira a ser poeta chileno; en cuanto a la parte final, tal vez el lector pueda intuirla ya, pero aquí nos abstenemos de desvelarla. En estos movimientos, que a lo tonto nos llevan de 1991 a 2014, el narrador despliega un revelador olfato para el tono menor, íntimo, doméstico, un talento que puntúa con confesiones en apariencia casuales sobre sus propias limitaciones o deseos: es un narrador amigo, consciente de que sus personajes no hacen nada muy distinto de lo que hacemos todos: se enamoran o al menos se convencen de estar enamorados, se traicionan casi sin desearlo, son cretinos o encantadores de un modo que no cabe generalizar del todo, fracasan inevitablemente en algún parámetro o en muchos, tienen sexo bueno o malo…
Hay novelas que se forjan en el relleno y el aburrimiento de la vida y sacan de ahí una materia sustancial y divertida. Es el caso de 'Poeta Chileno'. Un gran Zambra
En ocasiones, asistimos a los momentos importantes de sus vidas, pero otros muchos se nos cuentan de pasada. Hay al menos tres temas que parecen vertebrar el libro por encima de otros, y están íntimamente conectados: uno es el de las relaciones paterno-filiales, con ese padrastro y ese hijastro que no aciertan a definir del todo el vínculo que los une, ni sopesan con demasiada exactitud hasta qué punto los define o influye. Otro es el de una masculinidad vacilante en el cambio de milenio (la eyaculación precoz es el primero de los muchos motivos que la ejemplifican), con un machismo más que superviviente taponando otros modos dubitativos de estar en el mundo.
Y el tercer tema, que como digo tiene una relación íntima con los otros, es el del sentido comunitario, de pertenencia a un país, gremio, generación, género, clase social o familia (cuestiones bastante zambrianas, por cierto, a lo que formalmente se añaden pequeños detalles que también reconocemos típicos del autor: el uso de un boletín psicológico dedicado al comportamiento escolar de un niño como excusa para someter la retórica psicopedagógica oficial a un análisis lingüístico e ideológico demoledor). De ahí la importancia de aludir a la legendaria escena poética chilena en un libro que no trata exactamente acerca de ella, sino que la utiliza como eficaz pivote para sus verdaderas preocupaciones: la vocación de la escritura, la necesidad de reconocimiento en pugna con la voluntad de independencia, el termómetro del éxito o el fracaso, la extraña mezcla de entendimiento y competencia que caracteriza a los miembros de una misma generación, las peculiaridades de una vida dedicada a un asunto improductivo como la literatura, etc.
Y la nacionalidad, asunto determinante pero indeterminado (y disculpen que haga un juego de palabras que no querría ser zapateriano) para tantos escritores latinoamericanos. Por supuesto, que el retrato del mundillo de los poetas no sea lo realmente importante en la novela (como no lo es en la estupenda y reciente Lejos de Kakania, de Carlos Pardo, publicada por Periférica), no quita que el libro se detenga durante un buen número de páginas en trazarlo, con la excusa tal vez facilona de una periodista norteamericana preparando un reportaje.
En este aspecto, es indudable que quien conozca bien las nomenclaturas, jerarquías, interioridades y cotilleos de esa realidad disfrutará más y mejor (es decir, más perversamente) esos pasajes. No es mi caso. Pero eso no ha evitado que me divierta con la estampa de Nicanor Parra, las bromas acerca de la generosidad apadrinadora de Zurita o la mezcla de talento, ingenuidad, compromiso y vanidad que destila ese tejido de egos. Aquí, la escritura de Zambra es cómica, pero no cruel, y en el fondo prima el cariño hacia quienes, pese a todo, se empeñan en escribir versos. Además, las tipologías humanas que nos muestra son universales y es entretenido trasladarlas a nuestro propio ecosistema.
Poeta chileno recuerda, en fin, “la complejidad de la vida”, que es lo que el propio autor demanda a las buenas novelas, me ha emocionado, y me ha hecho reír mucho. Es un gran Zambra.