Ernesto Caballero
Director, autor y gestor teatral
De aquellos polvos de oro
En 1982 el PSOE gana las elecciones y en materia cultural, como en tantas otras áreas, se ve abocado a desplegar políticas de integración europea. Adopta modelos estatalistas como el francés o el alemán para poner en marcha un ambicioso proyecto (creación de instituciones, museos, festivales...) cuyos puestos de gestión son ocupados por afines al partido, entre los que se hallan algunos intelectuales y artistas.
Por su parte, las formaciones de derechas ni estaban ni se las esperaba. A su desinterés se añadía la incomodidad de tener que lidiar con un sector mayoritariamente de izquierdas, hegemónico en el espacio cultural (desde el canon artístico y literario hasta las artes escénicas, por no hablar del abominado cine español). La derecha asumió sin reparos que “la cultureta” quedara en manos del adversario político; lo simbólico resultaba prescindible para una gestión económica basada en el turismo de playa y la industria inmobiliaria.
Las administraciones socialistas se convirtieron, pues, en contratistas y mediadoras de una vasta oferta cultural que ventiló el denso y pacato provincianismo de la España postfranquista. Cultura a golpe de talonario y con precios populares; una política conocida coloquialmente como “de relumbrón”, provechosa para el usuario, aunque desentendida del tejido cultural autóctono. Llegó la crisis financiera con su drástica reducción de recursos, pero las estructuras públicas lograron mantenerse a flote al acaparar la mayor parte de los mermados presupuestos en detrimento de la contratación artística.
Se trataría de crear un ecosistema que hiciera posible la eclosión de una cultura de primer nivel sostenida y demandada por una sociedad que hubiera adquirido su plena y responsable madurez ciudadana
Luego vino la pandemia y la debacle de las industrias culturales no fue menor que la de otros sectores. La Unión Europea, entonces, libró partidas para configurar nuevos modelos. Acaso la triste y elocuente metáfora de nuestra dificultad de reconversión sea la incapacidad manifiesta de hacer llegar esos fondos a sus naturales destinatarios.
Sea como sea, aquella esmerada iniciativa ha devenido en un sistema difícilmente sostenible donde los recursos están destinados a mantener estructuras cuya razón de ser es su propia subsistencia. En este caldo de cultivo clientelar, en el que la injerencia en los contenidos está a la orden del día, los creadores tienen que someterse al frustrante ejercicio de la autocensura para evitar ser cancelados por activa o por pasiva.
Ahora bien, el papel del Estado en la promoción y difusión de la Cultura sigue siendo fundamental, aunque sin un replanteamiento radical del sistema educativo no será posible vincularla a la sociedad. Este habría de ser el punto primordial de un proyecto global de largo alcance. Sobre esta base, se plantearían otras cuestiones, como el establecimiento de una leal y equitativa relación entre lo público y la privado, la fluida circulación de obras entre las comunidades autónomas, una tributación acorde con la especificidad de la actividad, la decidida promoción cultural en el exterior… y tantas otras que no caben en este Dardo.
Se trataría, en fin, de crear un ecosistema que hiciera posible la eclosión de una cultura de primer nivel sostenida y demandada por una sociedad que, finalmente, hubiera adquirido su plena y responsable madurez ciudadana.
Ignacio Amestoy
Dramaturgo, periodista, profesor y gestor cultural
Salvaguardar la libertad
Hay tres años cruciales en nuestro último desarrollo cultural: 1972, con los Encuentros de Arte de Pamplona; 1982, con la victoria socialista, y 1992, con la Expo y los Juegos. Y de ahí deriva todo, en vísperas de ese 2023 que viene cargado de elecciones determinantes. ¿Determinantes para la cultura?
1. 1972. En los Encuentros se resume el hecho de la participación de la sociedad civil en la cultura. Patrocinados por los Huarte, mecenas de Chillida o Paco Oiza, y organizados por el músico Luis de Pablo y el plástico Alexanco, pudimos ver a John Cage, al trío Hidalgo-Marchetti-Ferrer de ZAJ y a los cien espectadores de Equipo Crónica. Sociedad civil en la cultura también por la Prensa. En Diario 16, verbigracia, primero el suplemento Disidencias, luego Culturas; los premios Ícaro y Dédado para jóvenes y seniors, y El Salón de los 16. Las salas teatrales alternativas de Madrid y Barcelona. UCD puso en marcha, con Marsillach, Espert-Gómez-Tamayo y José Luis Alonso el Centro Dramático Nacional (CDN), y con Gades, el Ballet Nacional. Las transferencias de cultura y educación. Y en el 81, el Guernica de Picasso está en España.
2. 1982. Tras la muerte de Franco, “el desencanto” y el 23F, el triunfo del PSOE fue un balón de oxígeno. A un conjunto de autores de teatro se nos encuadra en la Generación del 82 porque ya escribimos sin censura. Comienza la acción de Solana, primero en Cultura, luego en Educación, seguido de Rubalcaba. En artes escénicas y música, con Garrido: el INAEM, fortalecimiento del CDN; creación, por Marsillach, de la Compañía de Teatro Clásico; el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Estéticas; la rehabilitación con el MOPU de un centenar de teatros, y la recuperación del Real para la ópera. Los Goya. En Educación, la LODE y la ambiciosa LOGSE. En 1983, la refundación del Círculo, hoy Casa Europa.
Ante 2023, ahí estamos en cultura (y en educación), con las autocensuras por lo correcto de unos y de otros, y por la censura de los canceladores. Buen reto para la política
En 1979 llega a la alcaldía de Madrid Enrique Tierno Galván, con los Carnavales o los Veranos de la Villa. ¡Y la Movida! En el 80 estrena Almodóvar Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. En 1984, el Festival de Otoño, y el Teatro Español homenajea a Lorca y aporta su estatua a la Plaza de Santa Ana. El 82 también fue el año del Mundial de Naranjito, estudiado por Alberto Ojeda en Cuero contra plomo. Por medio, siempre, los terribles atentados...
3. 1992. El año de la proyección de España por la Expo y los Juegos. Junto al desarrollo de los artefactos establecidos, es importante el impulso del Instituto Cervantes. De 2018 es el libro de Eduardo Maura, Los 90. Euforia y miedo a la modernidad democrática española. Maura fue portavoz de Podemos en la Comisión de Cultura del Congreso y en su libro habla de la crisis de 2008, que aún soportamos, y de su consecuencia: el “miedo a la pérdida” en los “ciudadanos-demócratas-consumidores (con patrocinio estatal)”.
Creo que, ante 2023, ahí estamos en cultura (y en educación), con las autocensuras por lo correcto de unos y de otros, y por la censura de los canceladores. Buen reto para la política, la salvaguarda de la libertad.