Noche de autoafirmaciones personales la de ayer en Almagro. Lluís Pasqual, cuya moral quedó tan baqueteada por su desagradable salida del Lliure, recibió un reconfortante y cálido homenaje al recoger el Premio Corral de Comedias acompañado en escena de su gran amiga Nuria Espert. En su divertido discurso recordó el día que presentó La hija del aire en el pueblo manchego. Frente a él tenía a los dos críticos más influyentes del momento: Haro Tecglen (El País) y López Sancho (ABC). “Dos personas que tenían la capacidad de llenar o vaciar teatros con sus opiniones”, advirtió a los presentes. Ante esas presencias intimidantes, el "pipiolo” (el adjetivo es suyo) que todavía era entonces se vio en la necesidad de dar un paso al frente, firme y que le sirviese para marcar el territorio. “Calderón soy yo”, dijo, con un par.
En el fondo, esa frase aparentemente ensoberbecida quería aclarar que él iba a ser respetuoso con el legado áureo, por supuesto, pero que también iba a modelarlo conforme a sus intuiciones personales; como le latiera, vamos. Para que luego no le vinieran con purismos dogmáticos. Una actitud similar a la que Adolfo Marsillach tuvo que recurrir para blindarse frente al cotorreo maledicente cuando puso en marcha la Compañía Nacional de Teatro Clásico hace casi cuatro décadas. "Marsillach soy yo", se diría para sus adentros antes de afrontar el reto. Una afirmación que da título al espectáculo que abrió anoche la programación del festival (en el teatro, por cierto, que lleva el nombre del dramaturgo y regista barcelonés).
Con un plantel a pedir de boca encima de unas tablas iluminadas con íntima elegancia: Nuria Espert (hay que celebrar y aplaudir cada vez que la podamos ver ahí arriba en este tiempo), Carlos Hipólito, Adriana Ozores, Blanca Marsillach y Natalia Huarte. A los que se sumó Lluís Homar, que se ha encargado da dar concreción escénica a una abigarrada dramaturgia de su cómplice Xavier Albertí, en la que va espigando fragmentos de escritos de Marsillach: artículos, memorias… Ahí estriba el mayor atractivo de la pieza, dada la hondura y mordacidad especulativa del autor de Yo me bajo en Atocha, ¿y usted?
El demonio del aburrimiento
Son gemas sus reflexiones sobre el oficio teatral, que conoció desde todos los flancos. Sobre cómo se ha de decir el verso (¿sonando a prosa?), sobre el público y sus gustos (y disgustos), sobre la vanidad de sus hacedores, sobre los déficits culturales de un país que es por su historia una potencia mundial en cultura (paradojas hispánicas), sobre la vigencia de los clásicos (estaba obsesionado con evitar que la CNTC fuera "un museo" o "un mero estuche"), sobre la ruptura de los códigos aristotélicos (unidad de tiempo, espacio y acción) perpetrada por Lope en su Arte nuevo de hacer comedias, sobre el aburrimiento (ese “demonio sigiloso” que entra en la sala así que te descuidas)...
En fin, un festín para los amantes del teatro, propio de un intelectual con una perspectiva de 360 grados sobre su realidad. Escritura, por otro lado, llana, clara, transparente. En las antípodas de lo abstruso, las ínfulas y la impostación. Un gusto, en definitiva, que se paladea cuando te lo brindan desde las tablas o en la intimidad de la lectura solitaria (Tusquets, por cierto, acaba de publicar sus jugosas memorias, Tan lejos, tan cerca. Bien hecho).
Albertí nada a favor de corriente gracias a esa base. Los actores van reproduciendo las palabras del maestro en una sucesión de monólogos hilvanados por el simbólico traspaso del libreto de mano en mano ante el respetable. Contribuyen asimismo a esta trabazón del conjunto las piezas cantadas (con donaire y frescura) por María Hinojosa Montenegro acompañada al piano por Dani Espasa: el cuplé del Comunista, la habanera L’amour est un oiseau rebelle de la ópera Carmen, el vals de Neptuno ‘De los mares, rey me llaman’ de El año pasado por agua y seguidillas de El chaleco blanco.
[Festivales de Teatro: Clásicos de pompa y sustancia]
Marsillach fue un hombre apasionado, visceral, tímido aunque no lo pareciera, de luminosa inteligencia, irónico, con su veta de mal genio pero alérgico a radicalismos...Todo eso aflora en la confesional velada, dentro de un montaje que se degusta con interés, sin que el demonio sigiloso mencionado prenda al espectador a lo largo de sus 70 minutos de 'metraje', aun a pesar de que algunas piezas del mosaico no estén del todo bien ensambladas o no vengan muy al hilo. Fue pues una apertura de festival mucho más amena que la de las tres horas shakespeareanas de la edición pasada (Antonio y Cleopatra de pe a pa). Y un justo guiño, 20 años después de su muerte, al gran impulsor de la CNTC, siglas que aparecían en la camiseta con que le incineraron. Qué detalle.