Cuando los forenses soviéticos desenterraron los restos de Iván el Terrible a principios de la década de 1960, les sorprendió descubrir que estaban saturados de mercurio. En el siglo XVI, esta sustancia tóxica se utilizaba como analgésico, y con toda probabilidad se administró para aliviar los síntomas de una enfermedad artrítica debilitante que había fusionado parte de las vértebras del zar. El significado más importante del descubrimiento es que la mayoría de las historias sobre Iván –que hablan de diabólicos ataques de ira– no habrían sido posibles físicamente. Son leyendas.
En Rusia esto es algo que viene de lejos. Pocos observadores del Kremlin de Vladímir Putin cuestionan la predilección del presidente por hacer pasar la pura ficción por verdad oficial, como vemos en la propaganda emitida para justificar su masacre en Ucrania. Sin embargo, se sabe demasiado poco sobre el papel clave que el ofuscamiento ha desempeñado desde el principio de sus más de dos décadas en el poder y sobre cómo el presidente ha aprovechado tropos de la cultura política tradicional de Rusia para presentarse como el salvador de su país.
En su nuevo y extenso estudio sobre la historia rusa, Orlando Figes (Londres, 1959) ofrece valiosas lecciones sobre la importancia de mitificar el pasado del país. El historiador, entre cuyos libros anteriores figuran obras de historia social y cultural rusa, se propone en este último explicar cómo se han elaborado y explotado a lo largo de los siglos los relatos utilizados para justificar el liderazgo actual. El libro se basa en gran medida en trabajos anteriores, incluida la caracterización de la autocracia rusa como “patrimonial”, asociada al historiador Richard Pipes.
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Figes empieza con la inauguración en 2016 en Moscú de una estatua del gran príncipe Vladímir de la Rus de Kiev, una civilización cuyo centro se situaba en la actual capital de Ucrania y que precedió en un par de siglos a la formación de lo que más tarde sería Rusia.
Los ucranios consideran a Volodímir –Vladímir en ruso– fundamental para su cultura y su independencia del dominio ruso y soviético. Los rusos, a su vez, reivindican la Rus como la cuna de su propia cultura, los cimientos de una civilización eslava más amplia con Moscú en el centro. “En el conflicto sobre Volodímir/ Vladímir”, escribe Figes, “no hay que ver una disputa histórica, sino dos mitos fundacionales incompatibles”.
Según Figes, los mitos fundacionales de rusia son esenciales para la concepción de su historia
Aunque el libro entró en imprenta a finales de abril, poco después de la invasión de Ucrania, la relación entre los dos países vecinos ocupa en él un lugar central. Durante los últimos siglos, Rusia ha utilizado su versión como fundamento para legitimar su expansión. “Estos mitos”, explica Orlando Figes, se convirtieron en esenciales “para la concepción rusa de su historia y su carácter nacional”.
Esta invención ha sido posible debido a la escasez de documentos históricos reales, también sobre Vladímir. “No se sabe casi nada de él”, afirma el autor. “No hay documentos contemporáneos, solo crónicas posteriores obra de monjes, leyendas hagiográficas de su conversión que sirvieron como mito sagrado que legitimaba a sus descendientes”. Lo mismo ocurre con gran parte de lo que creemos saber sobre la historia rusa.
© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips