La España que quisimos
Abel Hernández
4 mayo, 2006 02:00Abel Hernández
Los testimonios y los estudios sobre la transición política española a la democracia después de la muerte de Franco siguen aumentando su número y consolidan la imagen de una sociedad que hizo un ambicioso esfuerzo de modernización sobre la base de un amplio consenso.
Este libro es un diario, y los diarios son un género literario que exige un cierto conocimiento del autor, porque siempre es el autor el primero, y el que mejor, queda retratado entre las líneas de un diario. En este caso se trata de un periodista con una prolongada trayectoria en las tareas informativas que, en aquellos años de la transición, le permitió convertirse en una firma autorizada en las páginas de opinión y tener un acceso fluido a los protagonistas de aquellos hechos y, entre ellos, al presidente Suárez, como se pone de manifiesto en el libro. A lo largo de sus cuatrocientas páginas -que habrían merecido una edición más cuidada- sus puntos de vista son siempre los de un testigo equilibrado, comprensivo y, pese a esporádicos momentos de pesimismo, con una visión esperanzada y optimista de la transformación que se estaba produciendo en la vida española.
1978 fue, como el autor advertía en las anotaciones iniciales de La España que quisimos, el año de la Constitución y el proceso de su aprobación se convierte en la gran tarea que recogen estas apasionantes páginas en las que las anotaciones casi diarias apenas exigen la publicación de notas aclaratorias. Como se sabe, el año se cerraría con un referéndum constitucional que, como el autor señala, dejó un sabor "agridulce" porque la abstención fue considerable, especialmente en el País Vasco, donde las cifras sugerían el muy limitado éxito de la política de consenso y, lo que era más preocupante, entrañaban la persistencia de un conflicto -"guerra civil" la habría denominado Tarradellas por entonces- que no presagiaba nada bueno. El comentario a una comida con "el President", en la sede de la agencia Efe, resulta extraordinariamente revelador de la penosa distancia que se ha recorrido desde entonces.
En todo caso, 1978 sería el año del triunfo del consenso, como queda claramente reflejado en este volumen. Un consenso que se construyó sobre diálogos tan fructíferos como los que desarrollaron entonces, infatigablemente, personajes aparentemente tan distantes como Fernando Abril Martorell, vicepresidente del Gobierno, y Alfonso Guerra, la mano "izquierda" de Felipe González. Y como impulsores de todo el Rey y Adolfo Suárez que, con la aprobación del texto constitucional, culminaba la etapa de la devolución de la soberanía al pueblo español.
El libro de Abel Hernández es, en definitiva, un testimonio muy esclarecedor de aquel año vital de la vida española y un instrumento de reflexión y de añoranza, un tanto melancólica, en los momentos que ahora vive la sociedad española.