Ciudad propia: poesía autorizada
Francisco Ferrer Lerín
4 mayo, 2006 02:00Francisco Ferrer Lerín. Foto: Jonathan Lamb
Durante años el nombre de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) ha estado asociado a todo tipo de leyendas -la más repetida y básica: "¿pero de verdad existe Ferrer Lerín?"- y a ser lectura de culto para unos pocos, además de trasunto de El Buitre en Diario de un hombre humillado de Félix de Azúa y personaje de un capítulo en Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas.
Y hay que decir que se trata de un libro de no poca relevancia. Lo es, por una parte, por su significación histórica y al respecto hay que repetir lo dicho por Pere Gimferrer, quien dio a este poeta el título de nada menos que "pionero y fundador" "del ala extrema de la poesía novísima", lo que obliga, al menos ahora que están disponibles estos textos, a reescribir ese capítulo de la literatura española de la segunda mitad del siglo pasado. Pero, sobre todo, está la lectura, una verdadera experiencia de lectura, de esta obra destacadísima, original, novísima sin saber que lo era y que, incluso en sus poemas más antiguos, está llena de novedad.
Formalmente, hay dos tipos de textos: unos en verso y otros en prosa. Algunos de estos últimos se escribieron cuando esa forma era una extrañeza en la poesía española y eso ya les da un valor singular. La mayoría, además, desarrollan una narratividad inusual en poesía y en un estilo neutro donde los haya, el del informe, y un grupo de ellos narra en su historia una escena de violencia y a menudo un asesinato -o varios, tal como sucede en el inolvidable "Obras públicas"-, que se leen como si fuesen micronovelas, o pasajes, de la serie negra, lo que supone toda una apertura en lo que a la temática del poema se refiere. Y otra apertura más se da en aquellos casos en los que el poema se presenta como una mínima obra dramática, con sus personajes y diálogos. El poema es, entonces, el lugar de la escritura sin más, escritura liberada de las ataduras genéricas, de las temáticas y formales -constricciones que aquí quedan desbaratadas-, como auténtico hecho artístico, fruto de una voluntad de escribir libre que estuviese fundando la literatura.
Si las poéticas novísimas incluyen el llamado culturalismo, el practicado por Ferrer Lerín es, además de anterior, de lo más peculiar, pues las menciones de autores u obras, etc. son insólitas: de Ossián y Fénélon a Tzara o Truman Capote, pasando por otros más tópicos como Mallarmé, y todo ello antes de que este estilema se convirtiese en un gesto repetido y manierista.
Toda la escritura de Ferrer Lerín se funda, aparte de en lecturas de lo más diverso que van de los clásicos a las vanguardias, en un ejercicio de imaginación plena, obra trazada al margen de lo que hayan sido las modas a lo largo de las más de cuatro décadas que recorre, y en una variedad de registros y formas tal que hay que hablar de una auténtica reinvención de la literatura, y de ahí su radical actualidad.