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Los jardines se han convertido en un verdadero nicho para el mercado editorial español. En la última década, la proliferación de títulos ha sido más que notable. Bien como escenario central de una trama narrativa o como objeto temático de una obra ensayística, el jardín es el motivo que inspira muchos de los libros que hoy se venden en nuestro país.

Resulta más o menos sencillo detectar algunas causas. Por ejemplo, que la conciencia del individuo con respecto a la crisis climática y la celeridad del mundo en el que habita le conduce a nuevas preocupaciones. La práctica de la jardinería, además, promociona valores como la paciencia o la perseverancia que la sociedad contemporánea había relegado, por lo que son también espacios de añoranza: un mundo al margen de lo tecnológico, más apacible y sencillo.

Desde la pandemia, la naturaleza ya no es solo un marco bucólico, sino una vía de escape. Aunque los jardines no reflejan únicamente —tampoco en modo estricto— la vieja relación de pertenencia que el ser humano mantiene con el medio ambiente, el progresivo interés por estos espacios en los últimos años es un fenómeno incuestionable.

La conciencia sobre la crisis climática ha favorecido un nuevo apego por la naturaleza

El Real Jardín Botánico recibió en 2022 el doble de visitantes que en 2021. Hasta 485.440 personas acudieron a los jardines madrileños ubicados junto al Museo del Prado. Esta tendencia tiene su reflejo en el sector editorial. Amén de los manuales de botánica y horticultura o los tratados sobre la jardinería, la creciente demanda de títulos puramente literarios merece una consideración.

Un jardín ha sido siempre un símbolo. En la mitología, encontramos referencias inmarcesibles como el Jardín del Edén, que representa un lugar idílico de armonía y gozo, un paraíso anhelado por el hombre tras la expulsión por desobediencia a Dios: el bíblico pecado original de Adán y Eva. Del simbolismo de los jardines a lo largo de la historia da buena cuenta Santiago Beruete (Pamplona, 1961) en su monumental ensayo Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines, publicado por la editorial Turner Libros en 2016.

“Los jardines encarnan la esperanza en un tiempo cínico y materialista como el de hoy”. Santiago Beruete

Gracias a este libro, que supuso un éxito editorial y un hito primigenio en la bibliografía de los jardines en España, sabemos que estos espacios albergaron las primeras escuelas filosóficas porque son proclives al desarrollo del pensamiento. “La jardinería encarna la esperanza en un tiempo tan desesperado, cínico y materialista como el que vivimos hoy”, dice Beruete a El Cultural. El antropólogo y filósofo (y también jardinero) asegura que el auge en nuestro país corresponde a la última década, en la que ha publicado, además, los ensayos Verdolatría (2018) y Aprendívoros (2021) y el conjunto de relatos Un trozo de tierra (2022), todos en Turner.

“España es un país esencial en la historia jardinera”, asegura Beruete, y nos recuerda que el Patio de los Naranjos de la mezquita de Córdoba es “el jardín occidental más antiguo del mundo”. Sin embargo, reconoce que las referencias literarias en que estos espacios son protagonistas “son difíciles de encontrar”, más allá de las alusiones en poemas puntuales de algunos autores de la Generación del 27 –“El jardín de las morenas”, de García Lorca– o José Ángel Valente, que escribió que “el jardín no es un lugar de soledad, sino lugar de un dialogo apacible”.

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Clara Pastor, editora de Elba, coincide en este apunte. “En España ha habido muy poca atención a los jardines, es una moda muy reciente”, asegura la responsable del sello, uno de los que más títulos esencialmente literarios sobre jardines ha publicado en nuestro país. Estos “remedos del paraíso terrenal”, tal y como acierta a denominarlos Beruete, ofrecen “un contraste a un mundo frenético y antinatural”, dice Pastor.

Con todo, el jardín también es una expresión de la injerencia del hombre en la naturaleza. “La permanente tensión entre el afán de imitarla y el deseo de someterla al control humano inspira toda la historia de los jardines”, asegura Beruete, pues refleja nuestra “conflictiva relación con la tierra”.

“En España ha habido muy poca atención a los jardines, es una moda reciente”. Clara Pastor

Efectivamente, “los libros sobre naturaleza y los de jardines son dos cosas distintas”, tercia Pastor. Y añade: “Los jardines son la naturaleza domesticada, tienen una parte natural y otra más artificial”. La editora, en todo caso, celebra la buena acogida que tienen estos títulos entre los lectores. Beruete, por su parte, considera que “el fenómeno es indiscutible, aunque la Edad de Oro de la jardinería está por venir”.

Entre los del presente más inmediato, encontramos un buen puñado de títulos, presumiblemente publicados con el pretexto primaveral. Elba, sin ir más lejos, edita Mi jardín y otras historias naturales, de August Strindberg, donde la naturaleza refleja la serenidad en el convulso estado de ánimo del eminente dramaturgo sueco.

Claude Monet: 'El puente japonés y el estanque de nenúfares, Giverny'. 1989. © Philadelphia Museum of Art

Conviene no olvidar otros libros de la editorial Elba. Los italianos Umberto Pasti y Marco Martella lideran la serie dedicada al jardín. El primero, creador de unos célebres jardines en Rohuna, un pueblo marroquí, es autor de dos libros contenidos en el catálogo. En Jardines. Los verdaderos y los otros establece una tipología en la que distingue los presuntuosos y desapasionados de los auténticos, que pueden surgir en cualquier rincón. Con idéntico impulso, La felicidad del sapo resulta ser más autobiográfico.

Un pequeño mundo, un mundo perfecto y Fleurs, de Martella, editor de la prestigiosa revista Jardins, son dos de los libros favoritos de la editora, cuya motivación para escoger las obras no responde a las tendencias literarias del momento, según asegura, sino al gusto personal. Así libros como Jardines en tiempos de guerra, el conmovedor regreso de Teodor Ceric tras la ocupación de Sarajevo; El jardín perdido, un alegato ecológico de Jorn de Précy; o Los jardines de los monjes, de Peter Seewald y Regula Freuler, que pone de manifiesto la vinculación histórica de estos “lugares sagrados”, tal y como los denominó el filósofo Mircea Eliade, con la religión.

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Entre las novedades más recientes también encontramos El paraíso a pinceladas. Jardines en las obras de arte (Espasa), de Eduardo Barba Gómez, que nos recuerda la íntima relación que siempre han mantenido estas disciplinas. Auspiciado por un prólogo de Antonio Muñoz Molina, el influyente investigador, paisajista y jardinero incluye reseñas de más de treinta jardines aparecidos en algunas obras de arte.

No solo describe las características de las plantas que aparecen, sino que localiza y explica si claveles, caléndulas, violetas, tulipanes o azucenas, entre las incontables plantas que comparecen en este volumen, encierran algún significado simbólico. Como ejemplo, el capítulo “Detalles de un jardín victoriano”, donde el autor desliza apuntes históricos del marco en que tiene lugar el origen de estos jardines: la Inglaterra del siglo XIX bajo el reinado de la reina Victoria.

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Cabe señalar que el jardín inglés destaca por ser amplio y por la abundancia de agua, mientras que el francés es ordenado y tiende a la simetría.

Barba Gómez ya publicó en 2020, también en Espasa, El jardín del Prado. Un paseo botánico por las obras de los grandes maestros, donde sometía a escrutinio cuarenta y tres pinturas pertenecientes a la institución de El Bosco, Tiziano, Botticelli, Rubens, Zurbarán, Velázquez o Goya.

Otra de las editoriales más interesadas en la publicación de libros sobre jardines es Errata Naturae. Hace solo unas semanas, lanzó Viajes por mi jardín, un volumen colosal (24 centímetros de ancho por 32 de alto) ilustrado por el propio autor. A la vuelta de uno de sus viajes a China, país sobre el que ha publicado varios libros, Nicolas Jolivot sintió la necesidad de sumergirse en su jardín familiar, que cuenta con más de doscientos años de historia. Alternando texto e ilustraciones, el autor francés logra una secuencia detallada de su jardín y describe cada elemento que comparece en cualquiera de sus rincones: una hoja, un insecto, un pez… Hasta una cáscara de avellana es susceptible de su asombro y, por tanto, de su recreación y análisis.

Detalle de la ilustración del libro 'Viajes por mi jardín' (Errata Naturae, 2023), de Nicolas Jolivet

Hace solo un año, Errata Naturae publicaba El huerto de una holgazana, de Pia Pera, autora que cuenta con otro libro en el catálogo: Aún no se lo he dicho a mi jardín (2021). La filósofa, fallecida en 2016, reflexiona sobre el sentido de la vida y la enfermedad: su hermoso jardín en Toscana (Italia) florecía mientras ella se marchitaba. En mayo se publicará Las virtudes del huerto, de la misma autora. El otro libro es Un jardín en Brujas (Errata Naturae, 2015), la novela autobiográfica de Charles Bertin, escritor belga apadrinado por Paul Valéry.

No podemos perder de vista los títulos publicados en España durante el último lustro, una nómina que constata la pujanza bibliográfica de los jardines. Recuerdos de un jardinero inglés (Periférica, 2020), de Reginald Arkell, es el recuento vital de un anciano que ha dedicado su vida al mantenimiento del jardín de la mansión de la señora Charlotte Charteris. Cascarrabias, aunque entrañable, Herbert Pinnegar (apodado el Viejo Yerbas) se remonta hasta sus primeros años, cuando era un niño fascinado por las plantas silvestres que ganó el primer premio en un concurso floral. La novela, publicada en 1950, tuvo una adaptación televisiva en 1980.

[La vida en el jardín de Reginald Arkell]

Vida en el jardín (Impedimenta, 2019) también son unas memorias, pero esta vez, reales. Penelope Lively consigna los principales jardines que ha visitado a lo largo de su vida: desde el que pertenecía a la casa donde creció, en El Cairo (Egipto), hasta el de su abuela, en el suroeste de Inglaterra, donde pasó momentos inolvidables. Además, la escritora británica pone en conocimiento del lector las relaciones que algunos escritores mantuvieron con los jardines. No faltan nombres como el de Virginia Woolf, Elizabeth Bowen o Philip Larkin. Tampoco el de John Milton, que escribió El paraíso perdido, un clásico de la literatura anglosajona cuajado de resonancias bíblicas.

En 2018, Debate publicó El mesías de las plantas, título que hace referencia al propio autor, Carlos Magdalena, conservador del Real Jardín Botánico de Kew (Londres), uno de los más importante del mundo. Este horticultor asturiano se dedica a salvar cualquier especie vegetal que se encuentre en peligro de extinción. Gracias a su tenacidad, conocemos a través de este libro la Nymphaea thermarum, la flor más minúscula sobre la faz de la Tierra.

Mario Satz publicaría en Acantilado, un año antes, Pequeños paraísos. El espíritu de los jardines, un breve ensayo que pretende ser ameno sin renunciar a la erudición propia del poeta y ensayista argentino. Como una versión en miniatura (176 páginas) de la Jardinosofía de Beruete, aunque también con una mayor voluntad de ligereza, Pequeños paraísos es un itinerario histórico y cultural de los jardines. Desde Grecia, donde Beruete nos recordaba que la academia platónica y el liceo aristotélico eran zonas verdes con pretensiones ajardinadas, hasta Babilonia, pasando por China o Japón. Es Beruete quien también nos descubre que las primeras influencias estéticas de los jardines son orientales.

También Acantilado publicaría el mismo año El país donde florece el limonero, de Helena Attlee, si bien es cierto que la sustancia temática —la historia de los cítricos en Italia— es lateral respecto a lo que fundamentalmente nos ocupa. La ecuatoriana Natalia García Freire publicó Nuestra piel muerta (La Navaja Suiza) en 2019: todo gira en torno a la conversación de Lucas, el protagonista, con su padre muerto, que está enterrado en el jardín. Aunque es un elemento que nos remite al contacto con la tierra, este duro e incómodo relato se aleja un tanto de la concepción del jardín como sustrato literario: una necesidad de equilibrio entre dos mundos –el analógico y el digital; el privado y el público– que parecen irreconciliables.

El simbolismo de las grandes obras

Raro es el gran libro que no esconda entre sus páginas un elemento simbólico. Los jardines y su encuadre vegetal, tan proclives a la fantasía y los sueños, han sido escenarios de obras literarias inolvidables. Algunas bajo el paraguas de la mitología y otras proyectando un atributo de índole moral, en todas ellas subyace la condición humana como impulso de escritura.

Por ejemplo, Desde el jardín, novela de Jerzy Kosinski publicada en 1971, cuenta la historia de un hombre sencillo que se gana la vida cuidando el jardín de un millonario. Las exitosas trivialidades de Chance, que fue interpretado por Peter Sellers en la gran pantalla (Bienvenido Mr, Chance, Hal Ashby, 1979), constituyen una crítica de la superficialidad norteamericana en la época.

Manuel Mujica Lainez se remonta hasta el siglo XVI para retratar a la sociedad aristocrática italiana en Bomarzo (1962). El duque Pier Francesco Orsini, que tiene la columna deformada, ofrece el aspecto de las rocas con forma de monstruos mitológicos que pueblan los jardines de su castillo, ubicado en Bomarzo (Viterbo, Italia). Hacia este lugar se había desplazado antes el escritor, también conocido como Manucho, y le sirvió de inspiración. A su muerte, el duque comprende que los verdaderos monstruos están al otro lado de su jardín: son humanos.

El jardín de los Finzi-Contini (1962), de Giorgio Bassani, también se ocupa de las clases pudientes. Esta vez, los judíos de la familia burguesa que protagoniza la tercera entrega de la saga La novela de Ferrara son perseguidos por los fascistas de Mussolini, aunque alguno antes militaba en sus filas. La adaptación al cine de Vittorio de Sica le valió el Óscar a la mejor película de habla no inglesa una década más tarde. El majestuoso jardín de la villa familiar sirve como escenario del romance entre Micòl, una de las hijas, y el protagonista, un judío de clase media que cuenta la historia en primera persona.

Siguiendo con la literatura italiana, Italo Calvino sube al protagonista de El barón rampante (1957) a la encina de un jardín de su casa para esgrimir un alegato en favor de la libertad individual. El argumento de El jardín secreto (1911), de Frances Hodgson Burnett, recuerda al de Alicia en el país de las maravillas (1865), de Lewis Carroll. Ambas protagonistas son unas niñas que anhelan ingresar en un jardín prohibido.

Por otro lado, Elizabeth y su jardín alemán (1898) son las memorias de Elizabeth Von Arnim, cuya publicación supuso un escándalo. Entre el buen gusto y el lujo, asomaba una defensa de la autonomía femenina. A propósito, bajo el castaño de Indias del jardín de Thornfield acontece una de las grandes escenas de Jane Eyre, de Charlotte Brontë.