Plantas y flores han estado íntimamente relacionadas con el mundo del arte desde sus más remotos orígenes, no sólo en bodegones y representaciones realistas de la naturaleza, sino a través de la heráldica y de la compleja simbología asociada a cuadros religiosos e iniciáticos. Un verdadero lenguaje propio que muchas veces pasa inadvertido ante la magnificencia de las obras maestras del arte, como reivindica el jardinero Eduardo Barba, autor de El Jardín del Prado. “Llevo años analizando las plantas en la historia del arte, en un aprendizaje que continúa generando brotes. De entre todos los lugares en los que he realizado mi labor de investigación, el Museo del Prado ocupa el papel de maestro y padre, de consejero y amigo”, defiende este botánico y paisajista transmutado en historiador del arte que ha catalogado todas las piezas expuestas en nuestra gran pinacoteca que muestren algún detalle botánico.
Entre cuadros, esculturas y artes decorativas, Barba ha catalogado más de 1.050 obras, de las que describe las características de la planta, explica si encierra algún significado simbólico y aclara si el espécimen es raro o común. “Descubrí cómo cada una de las obras era un balcón a una o varias personas, una terraza a un momento detenido, habitada por alguien que vivió antes que yo. Al poco tiempo, fui consciente de que también había un mundo botánico que se derramaba y florecía en las pinceladas de los cuadros”, explica.
Un trabajo minucioso que destila pasión y conocimiento y que, bellamente ilustrado, teje un auténtico relato de identidad y memoria en el que se cuelan viajes, museos y jardines de otros países y experiencias vitales de pintores protagonistas. El autor brinda así la posibilidad de un paseo distinto por el Prado, entre claveles, caléndulas, violetas, tulipanes y azucenas de 43 cuadros de maestros como El Bosco, Tiziano, Fortuny, Botticelli, Rubens, Zurbarán, Velázquez o Goya.