Cuento todo esto para advertir que es entre la erudición y la maledicencia por donde discurre la escritura de este libro. Lo que le convierte también en un breve tratado de gusto, sin pretensiones pero sin concesiones, para moverse en los salones y sobre todo en los jardines de este siglo recién empezado. Umberto Pasti (Milán, 1957) dedica la mitad de sus páginas a criticar distintos tipos de jardines y a sus jardineros. El jardín del coleccionista es el de un neurótico. El del millonario un capricho de obligado cumplimiento. El del diseñador, una creación sin alma. El de la señora (que es una categoría, aunque lo cultive un señor) una agotadora sucesión de ocurrencias. El de la rotonda es una aberración (evidentemente) y el parque público una prolongación botánica de la burocracia. Me dejo algunos más, que también son fulminados por el bombardeo de argumentos de peso. Del juicio sumarísimo de Pasti se salvan sus dos jardines marroquíes y los de sus amigos. Y algunos más, claro, por los que pasa de puntillas, sin dedicar tantas páginas a describir sus aciertos como las que ha dedicado a describir los errores de otros.
En fin, Pasti está encantado de haberse conocido. Yo también, la verdad, porque aunque su severidad no me resulte simpática, comparto su afición y muchas de sus opiniones acerca de esa forma de destrucción del mundo que se llama desarrollo turístico. Cuando habla de que el modelo al que quiere parecerse Tánger es al de los trescientos kilómetros ininterrumpidos de cemento de la Costa del Sol, afirma que España debería ser multada por la Unión Europea. Y añado yo: el dinero que se evaporó como resultado de las tramas inmobiliarias acabará compensándose, pero el daño que produce en la calidad de vida de tanta gente se perpetuará para siempre.
Pasti enumera las virtudes de un jardinero: capacidad de observación, coraje para enmendar los inevitables errores, sabiduría para entender que realizas un trabajo conjunto con fuerzas que en nada dependen de tu voluntad... y sobre todo, propensión a ser feliz al aire libre, en soledad, bajo cualquier clima. El gusto de Pasti es el resultado de combinar la sabiduría del especialista en cerámica islámica que es (y las culturas persa y otomana se cuentan entre las más apasionadas por las flores) con una genuina capacidad de identificar la belleza en lo menos sofisticado. Es natural que haya encontrado en Marruecos su paraíso. Allí, en compañía de sus extravagantes vecinos (de los que ofrece un retrato memorable) ha creado su jardín privado como una versión doméstica del paraíso. Recuperando plantas que desprecian los viveros, utilizando soluciones populares donde otros emplean las de diseño, en fin, manteniendo viva una preciosa y frágil herencia de siglos. Vale la pena recordar que la etimología de la palabra cultura procede de cultivar el alma.