Image: Traductores en la sombra, los olvidados de la literatura

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Letras

Traductores en la sombra, los olvidados de la literatura

29 septiembre, 2017 02:00

Ilustración: FDQ

Sin su esmerado trabajo, en la mayoría de los casos mal remunerado y poco reconocido, no nos sería posible acceder a buena parte de la cultura del mundo. Con motivo de la II Semana Europea de las Lenguas y del Día Internacional de la Traducción charlamos con cinco traductores españoles, el sector más olvidado dentro del mundo del libro.

Tras la celebración estos días de la II Semana Europea de las Lenguas, ésta culmina con el Día Internacional de la Traducción, fecha conmemorada desde 1953 que este año ha sido declarada oficial por la ONU. Un hecho que remarca la importancia de la figura del traductor, sin la cual nos sería prácticamente imposible acceder a buena parte de la información, el conocimiento y la cultura del mundo. Pese a ello, los traductores son los grandes olvidados de la literatura, una profesión sutil y compleja sobre la que siempre han planeado sombras como la precariedad o la falta de reconocimiento. Con este panorama en el horizonte, ¿qué es lo que lleva a dedicarse a la traducción, qué impulso motiva a la gente, la mayoría también escritores de sus propios textos, a comenzar a traducir y a continuar en la profesión? Todo un referente del sector como Ramón Buenaventura, Premio Nacional de Traducción 2016 que además de su propia obra ha legado a nuestro idioma las de escritores como Rimbaud, Silvia Plath, Philip Roth o Don DeLillo, asegura que la traducción llegó a su vida "por pura casualidad, nunca entró en mis planes de futuro. Me puse a traducir porque se me presentó la oportunidad de hacerlo y necesitaba añadir ingresos". Éste fue también el caso del escritor Andrés Barba, que ha bregado con clásicos como Melville, Conrad, Henry James, Dylan Thomas o Defoe, y que accedió al mundo de la traducción debido a "la necesidad de un sueldo relativamente estable y de encontrar un trabajo paraliterario que me permitiera seguir formándome como escritor". Ese componente literario presente en la traducción también fue el gancho que atrajo a Berta Vias Mahou, cuyo dominio del alemán le ha permitido compaginar la publicación de su obra con la traducción de autores como Stefan Zweig, Arthur Schnitzler o Joseph Roth. "Comencé a traducir para cambiar de vida, para dedicarme a la literatura. Y para tratar de mejorar la recepción en castellano de autores clásicos en lengua alemana, además de tal vez por mi incorregible tendencia al masoquismo". A Mercedes Cebrián, recién nombrada editora de Caballo de Troya y traductora de Georges Perec y Alan Sillitoe, el impulso le parece "similar al que conduce a un artista visual a las artes aplicadas, al diseño textil o industrial. Al tener unas destrezas que te proporciona el oficio de escritora, surge el deseo de traducir literatura". Sobre este deseo habla otro de los grandes veteranos de nuestro país, Miguel Sáenz, Premio Nacional y académico que combina a los grandes del siglo XX germanoparlante como Bernhard, Günter Grass o Sebald con otros como Faulkner o Salman Rushdie. "Creo que, si se tiene afición a la literatura y se conoce un par de idiomas, traducir es casi irremediable. Mucha gente empieza a traducir para sí misma, sin ningún propósito de publicar. Y ese fue mi caso".

Rentabilidad vs. placer

Es evidente que en este oficio, las razones emocionales están por encima de cualquier otras, pues el 70% de los traductores que trabajan en España tiene que ejercer otra profesión para redondear sus ingresos. Es decir, no son traductores a tiempo completo, a pesar de que las cifras de libros traducidos en nuestro país son bastante elevadas, apenas bajan del 25%, y de que de los 25 libros más leídos en España en el último año 20 fueron traducciones, según datos del Libro Blanco de la traducción editorial. Una situación que no es novedad. "Traducir no es rentable y no lo será nunca, como no lo es escribir de cierta manera", asegura Vias Mahou. "Si me hubiera querido dedicar a un tipo de traducción algo más lucrativa, me habría decantado por la técnica, o la jurídica. De todos modos, para que este mundo funcione mejor tiene que haber gente dispuesta a hacer cosas que no sean rentables". Buenaventura está de acuerdo en que "nadie puede vivir de su trabajo como traductor literario", aunque apunta que "tampoco es que haya muchos escritores que puedan vivir de lo que publican". Sáenz, por su parte, alude de nuevo a la parte sentimental. "Traducir es, no nos engañemos, una profesión ruinosa. Pero si se alterna con otras actividades, es también una de las que hace más feliz la vida". Como solución, Barba propone que "deberían acordarse unos mínimos para ciertos autores". En su opinión, "los editores tendrían que entender que no es lo mismo traducir a Conrad que a Harry Potter. Los autores particularmente difíciles tendrían que estar mejor pagados. Pero esa es una lucha perdida".

Entre el sol y la sombra

Otra lucha que parece perdida es la del reconocimiento. En muchos casos, la silenciosa y esforzada tarea, que conjuga sólidos conocimientos lingüísticos y literarios con paciencia y humildad, pasa desapercibida. Aunque al parecer esto no es un problema para los traductores con más experiencia. "El lector de mis traducciones no me interesa, porque sé que yo no le intereso a él, que no tengo por qué interesarle", afirma Buenaventura. "Si me empeño en hacer bien el trabajo es por amor propio. Y para que me encarguen más". A Sáenz también le tiene sin cuidado "estar al sol o la sombra. En los toros, el tendido de sombra es el más preciado. Sin embargo, es cierto que el olvido del traductor es endémico en España, aunque poco a poco la gente se va dando cuenta de que alguien ha escrito el libro traducido que está leyendo". Esta es la percepción y la esperanza de los más jóvenes, que aseguran que el punto medio es la clave. Para Cebrián, "el traductor debe ser como un ventrílocuo al que no se le tiene que notar que está abriendo la boca para hablar. Pero, no obstante, me alegra ver que en muchas editoriales ya figura el traductor en la cubierta". Con esa idea comulga Vias Mahou, a quien el exceso le parece "contraproducente e incómodo. Sin embargo, es fundamental que el trabajo del traductor se valore y una de las maneras más fáciles de hacerlo es poner siempre su nombre en la portada del libro". En este sentido Barba opina que "la gente está cada vez más atenta a esas cosas. Los buenos lectores nunca compran los libros a ciegas, y si hay varias ediciones disponibles cotejan siempre las traducciones".

Una delgada línea roja

Otro tema espinoso de la traducción es la frontera que hay entre traducir y crear, pues muchos traductores, todos los protagonistas de este texto, son escritores a la vez que traductores. Buenaventura se muestra tajante al asegurar que "la traducción es recreación". Cebrián lo explica con un ejemplo: "Para mí la traducción es como el dibujo del natural, hay una realidad externa que hay que resolver. Hay que representar esas tres dimensiones en un dibujo bidimensional. La escritura equivaldría a dibujar desde la imaginación, sin modelo delante". Por su parte Sáenz suscribe una frase del maestro Octavio Paz: "Las diferencias entre traducción y creación no son menos vagas que las fronteras entre prosa y verso". "A mí me gusta completar la cita con otra de Los Tigres del Norte", añade Sáenz: "Quiero recordarle al gringo: yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó". Vias Mahou alude al mismo peligro al asegurar que esa frontera es "una delgadísima línea roja. Cuando escribo ya no sé si me estoy traduciendo a mí misma a otro idioma. Y cuando traduzco unos días me aterra la idea de acabar escribiendo como Stefan Zweig y otros la de mirarme en el espejo y encontrar reflejado el rostro de Arthur Schnitzler en lugar del mío". Pero a pesar de los inconvenientes y dificultades, los traductores no parecen dispuestos a abandonar el barco, e incluso miran el futuro, y el presente, con cierta esperanza. Barba opina que "en la última década todo el mundo se ha vuelto más atento con las traducciones en la cadena de la edición: los editores las supervisan más de cerca, los traductores son más cuidadosos y los lectores más exigentes". Cebrián apunta que además de ampliarse el número de lenguas a algunas menos comunes "como el noruego o el chino", ha habido un cambio de carácter ideológico, "las traducciones se notan más extranjerizantes, sin darle tan masticadas al lector ciertas referencias. Digamos que con internet la traducción se ha hecho algo menos 'paternalista'". Este papel de la red es apuntado también por Buenaventura, para quien "la traducción en realidad no ha avanzado nada. Son las herramientas de que dispone el traductor las que han cambiado por completo, gracias a la red". Para Vias Mahou y Sáenz, es evidente que ahora se hacen más traducciones, de las que este último distingue dos tipos: "unas, apresuradas, en las que lo que importa es que el libro salga rápidamente al mercado. Y otras, más reposadas, en las que el traductor escribe buena literatura o se esfuerza por hacerlo". Por su parte, Vias Mahou asegura optimista que es en el vértice del lector donde se ha reforzado la idea de la importancia del traductor, "esa persona que, siendo casi invisible, tiene en sus manos la llave que abre la puerta de entrada a la obra de todos esos autores extranjeros a los que él no puede acceder en su idioma original".