Image: Sylvia Plath. Diarios Completos

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Letras

Sylvia Plath. Diarios Completos

2 diciembre, 2016 01:00

Sylvia Plath en bata en Haven House, 1952

Sylvia Plath escribió en Ariel que morir es un arte que ella hacía “extraordinariamente bien”. No exageraba: lo hizo de muchas maneras toda la vida, como poeta y como mujer, hasta el que 11 de febrero de 1963 se suicidó metiendo la cabeza en el horno. Antes, desde la adolescencia, había destilado en sus Diarios su desconsuelo, sus esperanzas, amores desesperados y más íntimos temores. Tras años de censuras y ediciones académicas, Alba publica al fin sus Diarios completos, en edición de Juan Antonio Montiel y traducción de Elisenda Julibert. Se trata, explica el editor, de "un libro destinado al publico en general; es decir, lo más parecido a una autobiografía que Plath haya podido legarnos. Así, no incluimos ni excluimos nada, sino que nos concentramos en corregir errores y aclarar pasajes particularmente oscuros”. El Cultural adelanta hoy algunos de los mejores fragmentos.

Sentí que estaba replicando el suicidio de Virginia Woolf

Lunes por la tarde, 25 de febrero de 1957. Hola, hola. Ya iba siendo hora de que me sentara y apuntase algunas cosas sobre Cambridge, la gente, lo que pienso. [...] En Wellesley solía sentarme en las escaleras de la entrada y, mientras lamentaba mi inactividad, mascullaba para mis adentros: “Ah, si pudiera viajar, conocer a personas interesantes, ¡qué cosas escribiría! Los dejaría a todos pasmados”. Ahora he vivido en Cambridge, Londres, Yorkshire, París, Niza, Múnich, Venecia, Roma, Madrid, Alicante, Benidorm. Me zumban los oídos. ¿Dónde estoy? Una novela. Empezar. Los poemas son monumentos a algunos instantes: me propongo hacer estallar las costuras de mi elaborado terceto encadenado. [...] Estaba empezando a preocuparme la posibilidad de convertirme alegremente en una mujer práctica y aburrida: en vez de leer a Locke, por ejemplo, o de escribir… me pongo a hacer una tarta de manzana, o a estudiar The Joy of Cooking [El placer de cocinar], y a leerlo como si fuera una novela interesantísima. “¡Basta! -termino diciéndome-. Te refugiarás en la vida doméstica y te anularás lanzándote de cabeza en el cuenco de la masa de las galletas con mantequilla.” Y solo ahora he cogido el bendito diario de Virginia Woolf que, junto con varias novelas suyas, compré el sábado con Ted. Ella superó su depresión y las cartas de rechazo de Harper's (¡ni más ni menos!... ¡Y yo apenas puedo creer que también a los Grandes los rechazaran!) limpiando la cocina y luego cocinando merluza y salchichas. Bendita sea. Siento que mi vida está unida a la suya de algún modo. Me encanta Woolf [...]. Pero en el verano negro de 1953 yo sentí que estaba replicando su suicidio. Solo que yo sería incapaz de meterme en un río y ahogarme. Supongo que siempre seré excesivamente vulnerable y algo paranoica. Pero también soy condenadamente sana y resistente. Y tengo la sangre dulce como una tarta de manzana. Solo que tengo que escribir y esta semana ya me siento angustiada porque no he escrito nada últimamente. La Novela se ha convertido en una idea tan grande que me da pánico. Sin embargo, sé y siento que he vivido muchas cosas, y que precisamente por eso he acumulado tanta experiencia para mi edad; he dejado atrás la moral convencional y me he forjado mi propia moral, que consiste en el compromiso en cuerpo y alma con la fe en ser capaz de construirme una vida que merezca la pena. No obstante, no tengo otro dios que el sol.

Ted Hughes y Sylvia Plath en Yorkshire, 1956

Jamás seré capaz de escribir un buen poema

Lunes, 4 de marzo. Estoy en el dique seco, atascada, detenida. Una especie de parálisis mental me ha dejado congelada. Tal vez la perspectiva de tener que escribir tres trabajos en una semana y de tener que leer y releer un montón de literatura inglesa en menos de tres meses me ha dejado completamente anonadada e idiotizada. Como si fuera posible escapar a fuerza de insensibilizarse y empecinándose en no hacer nada. Todo parece detenido, ¿qué ocurre? No llega correo, no me han publicado nada desde principios de octubre y ¡he mandado montones de poemas y cuentos! Por no hablar de mi libro de poemas. Ni siquiera ha llegado la carta de Ted con los detalles del premio que ganó, así que hasta del placer indirecto estoy privada. Llegan las facturas. No he escrito nada. [...] Me siento como si estuviera atada a un poste altísimo y alejado de todas partes, intentando escribir con un lápiz romo sobre algo que está más allá del horizonte. [...] Una vez más siento la distancia que existe entre mi deseo o mis ambiciones y mis limitadas capacidades. [...] Ahora vuelvo a tener la sensación de que jamás seré capaz de escribir una historia interesante ni un buen poema, mucho menos uno malo. Todo está detenido. Los exámenes me angustian. Me he metido sola en un atolladero mental y soy incapaz de salir. ¡Cómo me encanta ir a parar siempre al mismo sitio! [...]

Me preocupa sentir envidia de Ted, de su éxito

9 de agosto. [...] Ese es mi problema, ahora lo veo claro: salvar la distancia entre la adolescente brillante a la que le publicaron y murió a los veinte años y la adulta potencialmente talentosa y madura que empieza a escribir hacia los veinticinco. La tentación de apegarse a los antiguos recursos líricos y sentimentales es grande: la prosa pone de manifiesto cuán lejos han quedado. [...] Ayer llegó la carta rechazando mi libro de poemas [...] Fue como si me devolvieran el cuerpo de un amante canceroso que yo ya daba por muerto y cuidadosamente sepultado bajo una corona de flores para conmemorar el pasado. Me lo devolvieron. Y sentí la tristeza de comprobar que la mitad de los poemas, los que ya había publicado, no me parecían dignos, o en dos años dejarían de parecérmelo definitivamente, tanto por la insulsa arrogancia femenina como porque son insignificantes. [...] Lo peor de todo es que me compadezco tanto a mí misma que me preocupa sentir envidia de Ted: de su éxito, algo con lo que tendré que lidiar este otoño -además de con el trabajo- y que tendrá que hacerme feliz. Debo alegrarme de que lo haya conseguido, a pesar de tener tanta necesidad de mis propios éxitos para hacer que los dos nos sintamos mejor. Si solo uno de nosotros puede triunfar, prefiero que sea Ted: por eso pude casarme con él, porque sabía que es mejor poeta que yo y que nunca tendría que moderar mi talento, de por sí escaso, que por más que lo cultivara y trabajara tenazmente seguiría sintiendo que él es mucho mejor. Tengo que esforzarme en conseguir un estado interior estoico: mi antigua actitud de trabajar y esperar.

Sylvia Plath entrevistando a Elizabeth Bowen para la revista Mademoiselle, 26 de mayo de 1953

He tenido la suerte más aciaga: una juventud fulgurante entre los diecisiete y los veinte, y luego la desintegración y el estancamiento a pesar de esforzarme en hacer de las experiencias de mi madurez temprana un material literario.

He ido tambaleándome por ahí, lúgubre, siniestra

Martes, 5 de noviembre de 1957, por la noche Nota breve a mí misma. Es hora de que me ocupe de mí misma. He ido tambaleándome por ahí, lúgubre, siniestra, sombría. Ahora toca construirme a mí misma, darme una columna vertebral, por más que fracase. Si consigo superar este año, por penoso que sea, habré logrado la mayor victoria de mi vida. Todas mis identidades de niña malcriada gritan para escapar ante mis clases espantosas, mi sopor e ignorancia se han manifestado públicamente entre mis antiguos profesores y mis nuevas estudiantes. Si desfalleciera, o me quedara paralizada, o suplicara lastimeramente al señor Hill diciéndole que no puedo seguir, probablemente me libraría: pero ¿cómo podría mirarme a mí misma, seguir viviendo después de hacer una cosa así? [...] ¿Qué es lo primero? Mantener la calma con Ted y no quejarme. Con él a mi lado me siento terriblemente tentada de lamentarme, de compartir mis temores y mis miserias con él. A la miseria le gusta la compañía. Pero solo consigo magnificar mis miedos cuando los veo reflejados en él [...]

Mi voz es como un aullido,¡ay! despiadado

Martes, 21 de enero de 1958 [...] estoy verde de envidia -los ojos inyectados en sangre, echo espuma por la boca- después de leer a las seis poetas seleccionadas como “las nuevas poetas de Gran Bretaña y Estados Unidos”: todas insulsas, pomposas, menos May Swenson y Adrienne Rich. En cualquier caso ninguna otra es mejor que yo ni tiene más obra publicada. Así que siento el legítimo rencor sereno de quien ha escrito mejores poemas que los que han contribuido a la reputación de otras mujeres. Esperaré hasta junio. ¿Hasta junio? Para entonces ya se me habrá oxidado la lengua...[...] ¿Cómo es mi voz? Como un aullido, ¡ay!, despiadado. Sé despiadada, por favor, que tu única moral sea la de que crecer es bueno. La fe también es buena, en el fondo también soy una puritana. Veo la nuca oscura de un desconocido cuya silueta se recorta contra la luz de la sala de estar, la franja blanca del cuello de la camisa, el suéter, los pantalones y los zapatos negros. Suspira, lee algo que no alcanzo a ver, un tablón cruje bajo sus pies. Es el individuo al que he escogido y con el que me uní para siempre. Tal vez el remedio para el talento que languidece consista en convertirte en alguien extravagante: extravagante y aislada, aunque capaz hasta cierto punto de que la propia extravagancia no te impida alimentarte ni hablar con los que forman parte del mundo normal. [...]

Sylvia Plath, con sus hijos Frieda y Nicholas, en el jardín de Court Green, agosto de 1962

Entre los sargazos de mi imaginación

Domingo por la noche, 23 de febrero. Este es el vigésimo sexto 23 de febrero que he vivido: más de un cuarto de siglo de febreros, pero ¿sería capaz de rescatar un recuerdo de todos ellos y trazar la escalera de caracol que asciende (o desciende) hasta mi vida adulta? Tengo la sensación de que he vivido lo suficiente para pasar lo que me queda de vida rumiando, revisando los encuentros y reencuentros con personas locas y sanas, estúpidas y brillantes, jóvenes y ancianas, hermosas y grotescas, frías y apasionadas, pragmáticas y soñadoras, muertas y vivas. Mi caudal de días y máscaras ya es lo suficientemente copioso para pasarme años pescando, examinando los monstruos de ojos perlados, con cuernos, escamas, cubiertos de algas, que tanto, tantísimo tiempo llevan atrapados entre los sargazos de mi imaginación. Me siento aferrada a mi pasado como si fuera mi vida, tengo que convertirlo en mi ocupación en el futuro. [...]

Estados Unidos me consume, me agota

Sábado por la noche, 8 de marzo. de 1958 Hoy es una de esas noches en las que me pregunto si estoy viva o si alguna vez lo he estado. El ruido de los coches en la autopista es como una fiebre alta. Ted destemplado, desanimado e insatisfecho: “No quiero llevar esta vida: me siento atrapado”. Yo me pregunto: ¿estaríamos menos atrapados en Boston? Detesto los apartamentos y los barrios residenciales: a mí me gusta salir de casa y encontrarme directamente en medio del campo y del aire puro, libre de tubos de escape. Pero ¿qué soy yo sino una autómata pretenciosa que se escucha hablar en medio de una inmensidad de tedio, que habla a través de esa caracola que hace de altavoz y que es mi boca, soltando palabras muertas sobre la vida, el sufrimiento, la sabiduría profunda y los sacrificios rituales? [...] Y Estados Unidos me consume, me agota. Estoy harta de Cape, de Wellesley: todo el país me parece una inmensa fila de coches en movimiento, llenos de gente hacinada [...]. Periódicamente tengo que darme un baño renovador en este joven país vulgar, tosco, activo, exigente y competitivo; pero, en el fondo de mi alma, soy más feliz en los páramos, mi auténtico paisaje anímico son los acantilados del Mediterráneo en España, las ciudades viejas, espaciosas, llenas de historia y de encanto: París y Roma. Como todas las tardes del sábado, he dormido con el sueño resacoso y espeso del agotamiento. [...]

Estoy boquiabierta, entusiasmada, sonriendo

Viernes, 8 de agosto de 1958 Él es la transparencia del lugar en el que está, y en sus poemas hallamos paz. Wallace Stevens Estoy boquiabierta, entusiasmada, sonriendo para mí misma como un gato complacido: el día se ha evaporado, casi desvanecido por completo, en la contemplación extasiada de mi poema “Una mariscadora en Rock Harbor”, que han publicado en el número de agosto del bendito y lustroso The New Yorker (con el título en ese tipo de letra raro, un tanto arcaico, en el que llevaba ocho años soñando en ver los títulos de mis poemas y cuentos). Pero lo más extraño de todo ¡es que anoche soñé que publicaban el poema! Por suerte le conté el sueño a Ted. [...]

Anoche se me apareció Marilyn Monroe

Domingo, 4 de octubre de 1959 Anoche se me apareció Marilyn Monroe en sueños como una especie de hada madrina. Una ocasión para ella de “charlar” con su público, más o menos como sucederá con Eliot [T. S. Eliot], supongo. Yo le contaba, al borde del llanto, cuánto significaban ella y Arthur Miller para nosotros, aunque naturalmente ellos no pudieran saberlo. Ella me hacía una manicura profesional. Como yo no me había lavado el pelo, le preguntaba si conocía buenos peluqueros y le contaba que vaya donde vaya siempre acaban haciéndome un peinado horrible. Ella me invitaba a visitarla en las vacaciones navideñas y me prometía una nueva vida prometedora y floreciente. Terminé el cuento sobre la mamá, que en realidad es un simple relato de fantasías simbólicas y espantosas. Pero esta mañana, cuando me esforzaba por salir de mi letargo, limpiar de una vez las montañas de ropa y lavarme el pelo, me he quedado sobrecogida al descubrir que en uno de los casos clínicos de Jung hay algunos que confirman ciertas imágenes de mi cuento. [...] Ahora olvida los cuentos vendibles. Escribe para recrear una atmósfera, un episodio. Si lo haces con colorido y sentimiento, se convierte en un cuento. Así que trata de recordar: los días de fiebre y agonía en Benidorm; la atmósfera, los sentimientos de entonces; la que eras [...]