Pilar Adón. Foto: Luis Niño

Pilar Adón. Foto: Luis Niño

Poesía

'Las huidas', de Pilar Adón: veinticinco años de poesía a través de la literatura y el arte

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Narradora y poeta –además de excelente traductora–, Pilar Adón (Madrid, 1971) se ha desplegado en ambos géneros casi a la par, alimentándose mutuamente en un sistema de vasos comunicantes que refuerza la impresión de los lectores de estar ante un mundo propio, absolutamente personal y coherente.

Las huidas

Pilar Adón

La Bella Varsovia, 2024. 330 páginas. 17,95€

Lo es no solo por las obsesiones que lo recorren, sino también por el lenguaje, su léxico, esa sintaxis que, como señala Elena Medel en un esclarecedor epílogo, “se acumula, se atropella […] el mundo ampliándose conforme se intuye”, y que es el modo de la autora de dar cauce a su horror vacui. Volveremos a ello.

Las huidas. Poesía 1998-2024 reúne en sus trescientas páginas algo más de veinticinco años de escritura poética: nueve entregas de varia extensión, desde el inicial Poems Nipples (1998) hasta el casi inédito Atractivo carnal (2024). Una de las notas distintivas de estos primeros cuadernos es su culturalismo, su afán por leer la vida a través de la literatura y el arte.

Pero es un culturalismo intimista, nada ostentoso, que se busca en los signos de la cultura y los espacios geográficos –Londres, Praga, las casillas de una Europa “ajedrezada”– para huir de la insuficiencia de la propia vida. Hay una levedad atractiva en esta escritura que no excluye un barrunto de los cielos sombríos que le esperan: “Estas piernas no me pertenecen. / Caminan junto a mí, pero no son las mías […] Virajes, latitudes, orientación en brújula. […] Las piernas mías no me orientan. / Observador de mi escasez, háblame. / ¿Cómo sabré que puedo detenerme?”.

A partir de De la mano iremos al bosque (2010), este mundo se complica y se hace más incómodo. Y surge la imagen del bosque, que Adón toma de su gusto por la tradición imaginativa angloamericana, ese gótico que nace con el romanticismo y plasma una idea ambivalente de los espacios naturales.

El bosque en esta poesía es a la vez refugio y amenaza, el dominio mágico al que va la niña que escapa de casa, pero también el que impide que la niña crezca o asuma los signos de su crecimiento. Y lo gótico aflora en esta poesía, como lo hace en la ficción –léase Las efímeras–, como cauce para expresar la pulsión onírica y la fascinación por determinadas formas de violencia, que lo son también de belleza.

Una poesía que oscila entre el deseo de calma, de ataraxia, y la aceptación de sus pulsiones oscuras

La naturaleza (árboles y animales, “la infatigable actividad de los cazadores nocturnos”) es un personaje más: un espacio agreste y proliferante. Y hostil, porque ahí podemos tropezar y perdernos (“Los bosques de flores ciegas”; “El bosque parece silencioso, / pero no lo es”). En este tramo brota la duda sobre el propio existir, una fuerte sospecha de irrealidad: “¿Y si no estuviera viva?”. Consecuencias de mirar de frente a los ojos del sueño.

El trayecto vital comienza a enderezarse en Las órdenes (2018), donde el yo sale del bosque para volver al ámbito doméstico, familiar, y encarar las evidencias de su adultez. Que se resuelven en una moneda de dos caras: el diálogo severo con los padres envejecidos y la renuncia expresa a la maternidad. Los poemas adquieren un tono más confesional y la mirada se traslada al cuerpo, a los estragos que en él hace el tiempo, a su claudicación.

Hay un cierto aire de ajuste de cuentas con los demás y con una misma (“Carintia”), que se adensa sensiblemente en Da dolor (2020). Adón combina el poema extenso con fogonazos casi aforísticos que son como claros en el bosque, grietas por donde entra la luz. El resultado es una poesía que oscila entre el deseo de calma, de ataraxia, y la aceptación de sus pulsiones oscuras. El cuento, por definición, no tiene fin.