Ignacio Vidal-Folch: "El fantasma del comunismo frenaba los abusos del capitalismo"
El escritor publica Pronto seremos felices, una novela que toma el pulso a la Europa del Este 25 años después de la caída del telón de acero
5 noviembre, 2014 01:00Ignacio Vidal-Folch. Foto: Txema Salvans.
Asoma Ignacio Vidal-Folch por la cafetería del Círculo de Bellas Artes con un libro bajo el brazo: The idea of communism, editado por Slavoj Zizek y Costas Douzinas. El volumen recoge los debates que mantuvieron ambos pensadores con otros colegas en un encuentro que tuvo lugar en Londres en 2009 para repensar el comunismo y sopesar las posibilidades de que vuelva convertirse en una opción política viable. La lectura del libro no es casual. El escritor y periodista barcelonés acaba de publicar Pronto seremos felices (Destino), una novela que nace de la curiosidad por "chequear qué pasó con las eufóricas ilusiones" de la Europa del Este, donde el periodista ejercía de corresponsal, tras la caída del muro de Berlín hace ahora 25 años.El narrador de Pronto seremos felices es un viajante comercial español dedicado a la importación y la exportación que trabaja en la delegación de su empresa en los países del este. "El mundo de los negocios siempre me ha fascinado porque no sé cómo funciona, hay algo en él que parece mágico", confiesa. El autor dibuja muy bien esta sensación en un pasaje de la novela: "Un oscuro leguleyo, que viste un traje arrugado, sin un chavo en el bolsillo, en un despacho prestado, hace dos llamadas con suerte: compra, vende y gana una fortuna. ¡Cuelga el auricular y ya es otro!". Vidal-Folch conoció a mucha gente del gremio a través de los agregados comerciales de las embajadas españolas, que "son como diplomáticos sin toda la parafernalia de los diplomáticos".
El viajante de la novela vivió en aquellos países, como Vidal-Folch, los años convulsos del cambio, cuando los férreos estados de la órbita soviética comenzaron a derrumbarse como si fueran de mantequilla. Pasado el tiempo, con la excusa de un nuevo viaje a Praga para cerrar un trato, el comercial aprovecha para retomar el contacto con las personas más importantes de aquella etapa remota de su vida.
Así, conoceremos a Camila, su adusta secretaria, defensora a ultranza del régimen comunista que quedó obsoleta en la nueva sociedad y desapareció sin dejar rastro por motivos políticos. También a Alina, una encantadora coleccionista de amantes entre los que se encontraba también el protagonista. A Otik, un sacerdote que sobrevivió a la persecución religiosa en Praga; a Petru, considerado un héroe durante la dictadura de Ceaucescu en Rumanía y, tras el cambio de poder, un villano; y, por último, a Felipe, un español que "quedó varado en Bulgaria, como tantos hijos de la guerra civil que, huyendo de la opresión, aterrizaron en realidades igualmente opresoras".
También aparecen en el libro varios personajes pertenecientes a una nueva clase de delincuencia que surgió tras la caída del telón de acero y que apenas existían o se veían en el régimen anterior: "Con la apertura de las fronteras proliferó el tráfico de estupefacientes y todo tipo de artículos, y la mafia rusa se difundió hacia países como Alemania del Este, Bulgaria y Rumanía". A este tipo de delincuencia hay que sumar, prosigue el autor, aquella que nació al calor de la privatización de los bienes del Estado. Pone como ejemplo a Viktor Kozeny, conocido como el Pirata de Praga, "un tipo que llegó con dos mil dólares en el bolsillo y ahora vive en Las Bahamas después de haberse quedado con medio país". Lo hizo aprovechándose del desconocimiento de los checos sobre el funcionamiento del capitalismo. El estado repartió entre los ciudadanos las acciones de las empresas públcias y estos pensaban que tener una minúscula participación en estas industrias obsoletas no valía para nada. Así que el "pirata" compró miles de acciones a los particulares y poco después se comprobó que aquellas industrias no eran tan inservibles, relata Vidal-Folch.
El punto de partida estructural de esta novela, confiesa el escritor, es el Adiós a Berlín de Isherwood, aunque "su libro transcurría en Berlín en un año y el mío en cinco capitales del este de Europa a lo largo de 25 años". Y si reducimos el argumento a temas universales, éstos serían "la sustancia y la persistencia del amor, la traición, la amistad y lo que hay de sólido debajo de estas palabras".
Ilusiones truncadas
Pero, volviendo a la pregunta originaria de la novela, ¿qué pasó con las aspiraciones, con aquellas ilusiones de los europeos del este? "Algunas se han cumplido, por supuesto, y otras se han frustrado. Mi amigo Iván de la Nuez, un ensayista cubano que vive en Barcelona, siempre dice que el muro cayó hacia los dos lados, pero fueron los del este quienes salieron corriendo hacia el oeste y no al revés. Aquello confirmó la victoria total del capitalismo sobre el comunismo", explica el autor de Contramundo."Muchos de aquellos países no son precisamente un paraíso de la democracia, ni de la igualdad de oportunidades. Muchos son un desastre dominado por las mafias y corrupción. Rumanía, por ejemplo, tiene ahora 50 parlamentarios perseguidos por la justicia por casos de corrupción".
Por otra parte, "la falta de libertad de aquella gente le iba muy bien al bloque occidental, porque el fantasma del comunismo frenaba algunas tendencias excesivamente depredadoras del capitalismo. Desaparecido aquel "coco", aquella alternativa, estamos metidos en este permanente menoscabo de las conquistas sociales del estado del bienestar. Es decir, el malestar de ellos garantizaba en parte nuestro bienestar".
"La gran diferencia entre los dos sistemas -continúa Vidal-Folch- es que el comunismo te daba mucho tiempo libre, pero no tenías nada que hacer con él, podías tener mucha vida interior, pero no podías exteriorizarla; mientras que en el capitalismo sucede lo contrario: puedes hablar cuanto quieras, aunque lo que digas no tenga ningún interés".
La razón primera para el hundimiento del comunismo, según el escritor, fue que tenía un sistema económico inviable: "La gente no trabajaba, la inoperancia era total por la falta de estímulos a la creatividad y por el descontento que provocaba la mentira sistemática de los medios de comunicación, controlados por el Estado".
"En cualquier caso, no soy un analista político ni estratégico", matiza el autor de Turistas del ideal. "Esta es una novela sobre cómo el paso del tiempo y el desvanecimiento de esas ilusiones va afectando a las personas". Un retrato colectivo que el autor contrapone a la propaganda del nuevo orden que se fue instalando tras la caída del muro y que tanto se parecía al anterior: "En Uzbekistán vi un anuncio que decía "Prosperidad en 5 años". Simeón de Bulgaria, cuando ganó las primeras elecciones, dijo que su país saldría del pozo en 8 meses. Mucho antes, después de la II Guerra Mundial, Stalin dijo: "Ahora somos más felices, camaradas", al mismo tiempo que pilotaba las purgas más salvajes".