Image: La División Azul: sangre española en Rusia, 1941-1945

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Letras

La División Azul: sangre española en Rusia, 1941-1945

Xavier Moreno

9 diciembre, 2004 01:00

Soldados descansando en el frente de Leningrado en la primavera de 1943

Crítica. Barcelona, 2004. 553 páginas, 24’90 euros

Si se tratara de una película, el plano inicial abarcaría una multitud enfervorizada mirando hacia un balcón desde el que un hombre, impecablemente vestido con uniforme blanco y con gafas de sol, lanza a voz en grito una frase que será recordada mucho tiempo después como la mejor síntesis de una época y una ideología: "¡Rusia es culpable!".

Rusia es culpable, añadía, de "nuestra guerra civil", "de la muerte de José Antonio", "de la muerte de tantos camaradas"... Enumerados los cargos, dictaba sentencia: "¡El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa!". Quien con tanta contundencia arengaba a las masas era Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro de Exteriores del Régimen. El lugar, Madrid, calle Alcalá, cerca de la confluencia con la Gran Vía, donde estaba la sede de la Secretaría General del Movimiento. La fecha, martes, 24 de junio de 1941. Dos días antes, de madrugada, más de tres millones de soldados del Tercer Reich habían iniciado la invasión de Rusia.

Las anteriores referencias trascienden la mera anécdota porque Xavier Moreno considera que la División Azul fue "ante todo y sobre todo, hija de la Guerra Civil". Más aún, subraya que también los allí congregados, sobre todo los más jóvenes, inflamados por el verbo fácil de Serrano, entendieron que se abría el segundo y definitivo episodio de nuestra guerra. En consonancia con esas premisas, los dos primeros capítulos -más de cien páginas- examinan la génesis de la famosa División en el contexto de las luchas intestinas en el bando vencedor durante la inmediata posguerra. Pero además ese criterio rector se amalgama, muy acertadamente, con una atención constante a la tortuosa marcha de las relaciones diplomáticas hispanoalemanas desde 1941 hasta el fin de la contienda.

Tenemos así una pugna permanente, que se trasladará luego a la propia expedición divisionaria, entre el partido único -la Falange-, fuertemente ideologizado en sentido fascista, y el ejército, situado en una línea tradicionalista, con el Generalí- simo como juez salomónico, teóricamente au dessus de la mêlée, pero en el fondo comprometido con uno de los sectores en liza. De ningún modo estaban dispuesto los altos mandos castrenses -y Franco era, por encima de todo, un militar- a plegarse a los designios falangistas. A este equilibrio, más inestable de lo que hoy podría parecer -Muñoz Grandes se postulaba como alternativa progermánica en la cúspide del Estado-, habría que añadirle las fortísimas presiones y turbios manejos del Tercer Reich, con sus agentes propios y sus peones en España, liderados por el ya aludido Cuñadísimo, para implicar más directamente a nuestro país en las trincheras europeas.

La División Azul surge así como una especie de pacto provisional entre todos esos clanes o camarillas, pues ninguno alcanza con su reclutamiento clara supremacía sobre los demás: España no entra oficialmente en guerra, pero se asocia a una de las partes; la Falange impregna de cruzada su aportación pero cede el mando a los militares profesionales. A su vez, todos tienen claro que la partida está abierta y asumen implícitamente que el rival intentará sacar el máximo provecho de una situación compleja y fluida para conquistar posiciones de poder.

Nos hallamos, por otro lado, ante un importante capítulo de nuestra historia militar: la parte central del libro está dedicada a la campaña de los "voluntarios" españoles en las lejanas e inhóspitas tierras rusas, aunque también en este caso el autor pretende ir más allá de la mera relación de penurias y hazañas bélicas. Considerando que la guerra no se puede entender mirando sólo al frente, analiza el autor con parejo detenimiento lo que se cuece en esa repugnante "retaguardia" de equilibrios políticos y negociaciones diplomáticas. No olvidemos que al tradicional desprecio por la vida humana que suele darse en estas circunstancias se une aquí la consideración por unos y otros de los divisionarios como simple trueque. Como se pagaba en términos de carne de cañón, cuánto mayor fuera el balance de muertos y heridos, más se valoraría la aportación española.

Los datos y las cifras dan fe de ello. De los 45.500 hombres alistados, hubo 5.000 muertos y más de 2.000 mutilados, 9.000 heridos, 8.000 enfermos, 1.500 congelados y 400 prisioneros. "Uno de cada dos divisionarios pagó con la vida, la salud o la libertad su incorporación a la Unidad". Hitler envió a los españoles, no precisamente bien pertrechados, ni con los medios técnicos adecuados, a la zona sep- tentrional de Rusia, con frecuencia pantanosa y con temperaturas inferiores a 30º bajo cero. No parece que ello preocupara mucho a los mandos españoles pues, en el sentido antes mencionado, alardearon de esa contribución de sangre. Por ejemplo, Muñoz Grandes informaba en términos propagandísticos a Hitler de la "gesta" del lago Ilmen en enero de 1942, escenario en el que, tras dos semanas de lucha y penalidades con temperaturas de 50º bajo cero, sobrevivieron 12 hombres de una unidad de 228 (94% de bajas).

El tono, un tanto frío y enumerativo, se mantiene en el último capítulo, en el que se trata del precio -humano y material- que supuso la aventura rusa. Las autoridades españolas concibieron la División Azul, además de todo lo dicho, como medio ideal para saldar la deuda contraída con el nacionalsocialismo por su ayuda durante la guerra civil. Estamos, como dice Moreno en varias ocasiones, ante un fenómeno muy complejo, porque aquel peculiar destacamento de voluntarios "fue muchas cosas a la vez". Por aludir a los aspectos más tópicos, ni todos los alistados fueron por propia voluntad ni -aún menos- todos eran unos fanáticos fascistas. Las páginas dedicadas a los pormenores del reclutamiento nos revelan aspectos inéditos desde el punto de vista sociológico e ideológico. A todo ello habría que añadir la larga estela de la División que, cuando fue teóricamente repatriada, siguió batallando contra los soviéticos desde finales de 1943 con el nombre de Legión Azul. Y por si fuera poco, aún después quedaron españoles residuales luchando en Rusia encuadrados en la Wehrmacht.

Puede decirse que desentrañar la mencionada complejidad es el objetivo prioritario del autor, que pretende por ello trazar un fresco no ya de la División en sentido estricto, sino de todo el ambiente que la rodeaba. De ahí que dedique tanta atención a los aspectos políticos, diplomá- ticos, doctrinales o incluso cotidianos como a las operaciones de índole militar. En la línea de las grandes obras recientes de la historiografía anglosajona sobre similar temática, se persigue aquí una historia total del fenómeno, sin dejar aspecto alguno en el tintero, por nimio que parezca. Y, en efecto, puede hallarse aquí un panorama impresionante de información en todas las direcciones apuntadas que, dicho sea de paso, para que nadie se llame a engaño, no siempre hace fácil la lectura. No faltará quien subraye que tanta documentación no lleva empero a arrojar en última instancia grandes novedades respecto a lo ya sabido, salvo en aspectos menores o secundarios, pero sería injusto hacerle esta imputación al investigador, que se limita a dar cuenta de sus pesquisas y que en aras del rigor profesional renuncia a sacar conejos de la chistera.

Para terminar, no debe dejar de mencionarse el pulso firme de Moreno a la hora de estructurar y dotar de sentido esa catarata de datos y cifras, gráficos, mapas, estadísticas y documentos de la más variada índole (hay más de setenta páginas de apretadísimas notas). Este orden estricto en la exposición se combina además, muy adecuadamente, con las necesarias consideraciones generales que hacen posible que el no espe- cialista pueda ubicarse en cada momento. Incluso el lector apresurado puede beneficiarse de la generosidad del autor, que resume al final en unas veinticinco páginas modélicas las principales conclusiones de su estudio. Es verdad que se le puede reprochar que resulta patente una gran investigación en los archivos alemanes y españoles (e ingleses en bastante menor medida), pero que la informa- ción de fuentes rusas brilla por su ausencia. No sabemos en qué medida el análisis exhaustivo de los expedientes soviéticos puedan alterar en un futuro nuestra percepción de lo que fue y significó la División Azul. Mientras tanto, este libro es hoy por hoy la mejor obra disponible sobre este asunto.


Cifras españolas en Rusia
45.000 combatientes españoles fueron enviados a los frentes de Rusia. La mitad de ellos pagaron la aventura con la vida, la salud o la libertad. En febrero de 1942 componían las fuerzas de la División Azul en el frente 16.937 efectivos: 603 oficiales, 2.061 suboficiales y 13.733 miembros de la clase de tropa. Además llevaban consigo 752 vehículos a motor (360 coches, 104 camiones y 288 motocicletas) y 5.701 caballos (1.451 de silla, 3.271 ligeros de tiro y 5.701 de tiro). Los sueldos que cobraban (a cargo de las arcas alemanas) iban desde las 534’2 pesetas de un soldado de 2ª (661’4 si era casado) a las 4.960’8 (6.105’6 previo matrimonio) de un general de división. No fue raro el pago con condecoraciones: el general Emilio Esteban-Infantes condecoró a un soldado distinguido en un golpe contra posiciones soviéticas el invierno de 1942; y el general jefe de la División Azul, Agustín Muñoz Grandes fue condecorado con las Hojas de Roble de la Cruz de Hierro. En enero de 1944 130 soldados españoles figuraban como voluntarios para luchar clandestinamente en la Wehrmacht o en las Waffen SS en un informe secreto de la embajada alemana en Madrid. En abril de 1954, 286 soldados que habían sido hechos prisioneros por las tropas soviéticas regresaron a España a bordo del buque Semíramis.