Tarifa (La venta del alemán)
Eduardo Iglesias
9 diciembre, 2004 01:00Eduardo Iglesias. Foto: Susana Chillida
La aparición de una nueva editorial, en unos años en que otras muchas languidecen, se esfuman o son abducidas y succionadas por grandes empresas, es siempre una noticia alentadora. Ojalá el sello recién inaugurado tenga una trayectoria fructífera.Por el momento, esta novela de Eduardo Iglesias tiene al menos el atractivo de no parecerse a otras, de no ser un producto más, supeditado a falsillas y modos narrativos explotados hasta el agotamiento. Es un relato escueto, reducido a lo imprescindible, un cuerpo que es casi exclusivamente pura estructura ósea. Los capítulos son brevísimos -hay cuarenta en total, distribuidos en tres partes, lo que es mucho si se considera la extensión de la obra- y las acciones se suceden vertiginosamente. Ninguna situación se prolonga demasiado. Hay un rechazo deliberado de lo que podría antojarse retórica de relleno, aunque de vez en cuando, en medio de esta desnudez expresiva, surjan destellos poéticos, nacidos de una mirada sensible ante los valores plásticos y cromáticos del paisaje, junto a alguna audaz prosopopeya expresiva: "La niebla también había introducido su blanquecino morro por los intersticios de troncos, ramas y tierra" (pág. 124). El lector tiene que rellenar informaciones, completar perfiles apenas esbozados, participar en la historia. El modelo de narradores como Hemingway es perceptible en muchos momentos.
¿Quiere esto decir que Tarifa es una buena novela? No exactamente. Es una novela interesante y prometedora. El autor ha manejado elementos de una historia que no ha sido objeto aún de muchos acercamientos literarios, y los ha situado en un enclave esencial: Tarifa. Allí se dan cita inmigrantes llegados en pateras, policías, gentes de vida equívoca, contrabandistas de tabaco, camellos, practicantes del surf y supervivientes de todas clases. Hay delincuentes capaces de secuestrar y maltratar a niños, pero también individuos de ánimo noble, que se arriesgan desinteresadamente ayudando por pura solidaridad humana a emigrantes fugitivos, atemorizados y hambrientos. Pero Tarifa no alcanza la complejidad de una novela como Cuando la noche obliga (2003), de Montero Glez, por citar una historia de ámbito cercano. Por otra parte, la construcción de Tarifa acusa deficiencias en los cambios de narrador, en el ritmo y en la desproporción del capítulo inicial de la segunda parte, un tanto ajena a la historia principal y que, además, no parece bien situada en ese punto de la novela.
Los personajes más interesantes, como Max, Norma, Winston o Michael quedan en meros esbozos, y el final de la historia, antes de dar paso al epílogo, resulta demasiado confuso y precipitado. No se advierte tampoco la necesidad de narrar desde la altura de 2030 unos hechos situados en mayo de 2001. Parece reflejarse en estas páginas cierta discontinuidad que el autor ha mostrado en su quehacer novelístico de estos años. Con todo, se aprecian en Iglesias rasgos, caracteres del narrador típico, virtudes que no se aprenden, pero que es preciso cultivar y desarrollar. En el lenguaje hay pocos errores: "desandaron el camino" (pág. 49), "ninguna de la gente que conocí allí fue..." (pág. 87). Y la nueva editorial debe cuidar más las erratas: "recavar información" (pág. 37); "cachibaches" (pág. 49), "sobretodo" (pág. 54). Nada que no pueda evitarse con una vigilancia mayor.