'El otro lado': Berto Romero, Iker Jiménez y el fantasma del buen periodismo
La serie estrenada en el Festival de San Sebastián mira al periodismo desde el género y conjuga con acierto chistes, sustos y mordacidad
Con Mira lo que has hecho (Berto Romero, Rafel Barceló & Enric Pardo, 2018-2020), Berto Romero demostraba que era posible abordar la comedia familiar desde una perspectiva adulta que negociaba con el humor sin necesidad de renunciar ni a la reflexión ni al tratamiento de algunos de los problemas que azotan a la España actual, amén de zarandear determinadas instituciones.
Estábamos, pues, ante una excepción que se erigía como una vibrante oposición a un modelo hegemónico marcado por la blancura crítica, la nulidad creativa y el gusto por la fotocopia -títulos y actores intercambiables, remakes de éxitos foráneos-, pero respaldado por un éxito comercial que sanea cada año la taquilla nacional, mantiene tensos los finos alambres de la industria y tiene en Santiago Segura a su máximo adalid.
Lejos de repetir la fórmula, el cómico catalán y su fiel equipo creativo -compuesto por los guionistas Enric Pardo y Rafel Barceló y por el director Javier Ruiz Caldera al que se suma en esta aventura paranormal Alberto de Toro- han cambiado completamente de registro para zambullirse en un subgénero tan escurridizo como la horror comedy.
En tan infrecuente propuesta dentro del panorama nacional seguiremos a Nacho Nieto (Berto Romero), periodista especializado en fenómenos extraños, a mitad de camino entre un Iker Jiménez despeluchado y un Tristanbraker menos atildado que el original, un tipo con menos futuro profesional que un torero en Noruega y con una red de relaciones personales que no daría ni para tender un calcetín, sostenida únicamente por su fiel ex productora Juana (Eva Ugarte).
Hastiado, solo y devorado por su propio fracaso, el otrora periodista de Radio Nacional y ahora titular de un video pódcast con menos seguidores que un canal de YouTube consagrado a Béla Tarr, se autorregala un billete al otro barrio sin darse cuenta de que también ha comprado el de vuelta. Y no volverá solo al mundo de los vivos, sino acompañado por el fantasma de su mentor, el doctor Estrada (Andreu Buenafuente), una mezcla entre el Jiménez del Oso de ‘Más Allá’ y el prototipo de facha que Forges patentó en sus tiras cómicas (ese bigotillo, esas frases embadurnadas en alcanfor, esa soberbia).
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Coincide ese no morirse con su exclusiva implicación en el que quizá sea el caso poltergeist más importante de los últimos años, la sucesión de inexplicables fenómenos que atosigan a una viuda (María Botto) y a su hijo (Hugo Morenilla), ambos residentes en un humilde piso sito en la calle Cardenal Cardona, en pleno extrarradio barcelonés para más señas.
En El otro lado observamos un control casi absoluto de las oscilaciones tonales que vienen definidas en una secuencia de arranque en la que Nieto –en una composición que recuerda tanto al último Marat pintado por Jacques-Louis David como al suicidio forzado de Frank Pentangeli en El padrino- ensaya su propia muerte en la bañera, componiendo una estampa que aúna sordidez, humor negro y patetismo.
Es decir, aquí no solo se pasa del susto al chiste (y viceversa) con naturalidad (los dibujos animados que aparecen en televisión durante el primer episodio paranormal), sino que también se alcanzan instantes en los que lo cómico y lo terrible se tornan indisociables (un policía sosteniendo a un caniche que le lame la cara justo cuando descubrimos el cadáver de su propietaria cuya cabeza ha sido devorada por la afable mascota).
La apuesta pasa, pues, por no obstruir la veta terrorífica de la serie, para lo que resulta decisivo que la parte preternatural sea tomada en serio y desde el guion no se intente apuntalar la tesis de que todo son montajes, trolas bien orquestadas, paparruchas (aunque se hable de eso, la serie va de otra cosa). Y ahí, Ruiz Caldera y de Toro, que vienen de firmar conjuntamente otra horror comedy como Malnazidos (2020), manejan a las mil maravillas los tropos del (sub) género.
Apoyados por un diseño de producción que se mira tanto en el costumbrismo humilde de El vecino (Miguel Esteban & Raúl Navarro, 2019-2021) como en esa pesadilla suburbial que es Verónica (Paco Plaza, 2017), los directores tiran de su particular Larousse audiovisual y, sin aparatosidad alguna, lo mismo nos recuerdan Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), que utilizan con tino el plano secuencia a la manera del Shyamalan de El sexto sentido (199) aunque con mayor recato -la secuencia del cuchillo en el quinto episodio- o que le guiñan un ojo al Álex de la Iglesia de Muertos de risa (1999) mostrándonos una rivalidad (no tan enfebrecida) entre dos reporteros que compartieron programa tiempo atrás.
De hecho, la serie se articula en dos tiempos, el presente y 1993, año decisivo para el futuro profesional de Nieto, enviado al pueblecito mallorquín de Es Fenollar a investigar los milagros curativos obrados por una niña de apenas doce años.
Sin embargo, y aunque lo que han leído hasta ahora no les haya proporcionado indicio alguno sobre lo que a continuación viene, El otro lado es una serie sobre periodismo. Sobre ética periodística, más bien. Porque Berto Romero entiende el género como un vehículo en el que la reflexión siempre tiene un asiento reservado (de hecho, quizá uno de los problemas de la serie sean sus numerosos apuntes sobre muy distintos temas, de la violencia de ETA a la machista, como si hubiese una agenda que cumplir).
La chispa discursiva de la serie surge del choque deontológico entre Nacho Nieto y Gorka Romero (Nacho Vigalondo), los dos criados bajo los pantalones de campana del profesor Estrada, nacidos con un pecado original inconfeso (Es Fenollar, 1993, recuerden), cara y cruz de una profesión que ha dejado al primero mendigando en los arrabales del periodismo y al segundo saboreando las mieles del share.
Este Iker Jiménez partido en dos -la versión Hacendado frente a la del Club del Gourmet: los dos fabricados por la misma empresa, solo cambia el packaging- funciona como el epítome de las lacras de un oficio debilitado, herido de muerte, casi un fantasma de lo que fue.
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Entre ataques entresacados de El exorcista (William Friedkin, 1973) y diálogos agudísimos (atención al cura exorcista-enterpreneur del quinto episodio, fiel a los dictados económicos de la iglesia católica), como quien no quiere la cosa se van filtrando comentarios a propósito del ERE de Radio Televisión Española (que terminó con la carrera de Nieto), se cuestionan los referentes informativos (de Forocoches a los programas de misterio como espacios válidos para leer la actualidad) y se crítica sin ambages un modelo depauperado de periodismo basado en la no contrastación de las fuentes, la demagogia barata y la explicación simplista.
De hecho, la serie va más allá y no renuncia a tomarle el pulso al impacto que ese modelo periodístico – el que representa el Iker Jiménez real- tiene en la opinión pública, en esas audiencias que no son de izquierdas ni de derechas, que ensalzan a los que, supuestamente, dicen aquello que nadie se atreve a decir, que aplican una lógica causal que une los chemtrails con la necesaria dimisión del presidente del gobierno y que elevan a la categoría de tótem a alguien como el presentador de Cuarto Mile… perdón, de Nueva Era. Tampoco faltan las coñas a propósito de los nuevos formatos, la monetización de contenidos, la obsesión por la viralidad o el poder de la vieja televisión frente al streaming.
Con todo, lo más interesante lo encontramos en la manera en que, desde las imágenes, se plasma esta oposición –la de la ética versus la audiencia, la verdad versus de los hechos adaptados a los intereses empresariales, la responsabilidad versus el negocio, el periodismo contrastado versus el amarillismo falaz– que concentra el verdadero meollo de El otro lado (una serie que, en ocasiones, está más cerca de The Newsroom de lo que parece).
Vayamos al episodio primero, justo a ese instante en el que se nos presenta a Gorka Romero, el antagonista. Tras una desastrosa fiesta de cumpleaños, Nacho Nieto regresa a su casa y enciende el televisor. La cámara realiza un ligero paneo desde su posición en el sofá hasta el aparato, en el que vemos la emisión de Nueva Era, el programa conducido por Romero que esa noche habla de Charles Manson (¿un loco o alguien que tenía acceso a otro plano de realidad?).
Un brusco corte directo a un primer plano del rostro de Nieto, que pronuncia un “tú no, esta noche no”, marca la fehaciente oposición entre ambos. Acto seguido, le veremos en el baño cogiendo un bote de Diazepam de un pequeño armario que, al cerrarse, nos ofrecerá el rostro partido del periodista, un juguete roto.
De vuelta en el salón, pero esta vez con la cámara situada en el eje contrario al del inicio de este bloque secuencial, Nieto empezará engullir tranquilizantes como si fueran gominolas y a enjuagarse con whisky para que las pastillas rueden con mayor facilidad esófago abajo. Antes de iniciar su viaje al más allá, nuestro protagonista se pone un viejo VHS del programa que conducía su mentor, el doctor Estrada, y en el que él (y Gorka Romero) ejercían como reporteros de campo.
Más allá del gag al que da pie, lo importante es ese radical cambio de emplazamiento de la cámara (si no se intercalase la escena del baño se produciría un salto de eje) que señala la oposición entre dos maneras radicalmente opuestas de entender la profesión: la de Romero y la de Estrada, de la que Nacho Nieto se siente heredero; el periodismo emocional y sentencioso frente a su reverso luminoso, el periodismo taquigráfico que se limita a acumular pruebas y exponerlas (y no a juzgar).
Sobre esa disyuntiva, y sobre la defensa de ciertos ideales deontológicos y derivas del oficio, se levanta la teleficción que Movistar Plus + presentó en el Festival de San Sebastián y que llegará próximamente a sus pantallas. Una serie a contracorriente, que mira su objeto de estudio de manera oblicua (desde el género), que, pese a lanzar algún que otro sermón en el tramo final siempre desinfla cualquier atisbo de gravedad con una descarga humorística y que, aun teniendo alguna salida de tono un tanto forzada (el desenfreno sexual del capítulo tercero), conjuga con acierto chistes, sustos y mordacidad.