Ensayo de 'Las bodas de Fígaro' en el Teatro Real.

Ensayo de 'Las bodas de Fígaro' en el Teatro Real. Efe

Crítica

'Las bodas de Fígaro' en el Teatro Real: ¡Qué mal envejece lo que envejece mal!

La obra de Mozart esconde una enorme complejidad teatral que no logra resolver Guth.

23 abril, 2022 08:56

Hace poco menos de un año, cuando se presentó la temporada 21-22 y se habló de estas Bodas, se resaltaba la novedad de que la producción que veríamos sería el fruto de la colaboración del Teatro Real con el Festival de Aix-En-Provence, donde se estrenaría durante las funciones programadas en julio. Pero tras el escándalo mayúsculo y la tremenda polémica que la producción firmada por la regista holandesa Lotte de Beer provocó en la ciudad francesa, de repente aquella puesta en escena delirante y fallida, financiada por el Teatro Real, con todos los personajes enfundados en trajes de macramé llenos de penes desapareció.

En su lugar, el Teatro Real se ha traído una añeja producción de Claus Guth, estrenada en el Festival de Salzburgo en 2006 que ha girado bastante y que fue objeto de una grabación muy afortunada, especialmente por la relevancia de los intérpretes de aquel verano: Anna Netrebko, Ildebrando d’Arcangelo, Marie McLaughlin… Funcionó tan bien que el Festival repitió producción en 2007 con otro reparto extraordinario donde brillaron Damrau y Pisaroni.

Pero si hace 16 años la propuesta de Guth fue muy bien recibida porque era sencilla, clásica en su concepción, tradicional en su escenografía, simple en su vestuario y con algún gag simpático, los años pasados han sentado malamente a esta propuesta, que ha envejecido sin piedad. Hoy día a uno le parece aburrida, simple, con una escenografía que funciona los primeros diez minutos pero que satura tras tres horas y media, con un vestuario mediocre y una definición de los personajes entre el abandono y el histrionismo.

André Schuen, en el papel de El conde de Almaviva, y Uli Kirsch, en el de ángel.

André Schuen, en el papel de El conde de Almaviva, y Uli Kirsch, en el de ángel. Efe

La presencia constante de un ya talludito Cupido vestido igual que Querubino sorprende las primeras veces y agota el resto. Algunas ideas son simpáticas, como verlo aparecer en escena en un monociclo repartiendo plumas pero otras son aberrantes: hacer cantar al Conde Almaviva su aria principal, Vedrò mentr'io sospiro con el Cupido a cuestas e interactuar con él físicamente debe ser agotador para el cantante y una canallada. Una boutade escénica, una falta de respeto por el cantante que en vez de centrarse en dar lo mejor de sí mismo en su escena protagonista acaba haciendo equilibrios para que no se le caiga el actor que lleva encima. Inaudito lo que algunos tienen que aguantar.

El anodino vestuario impide y confunde especialmente en el último acto; el blanco inmaculado de la escenografía es contrastado y ensuciado por todo tipo de despojos que van tirándose al suelo durante la función: arena, pétalos, plumas, más arena, más plumas. Plumas por doquier… La ausencia total de mobiliario alguno durante toda la representación -solo aparece un hacha en las manos del Conde cuando intenta forzar el vestidor de la Condesa donde supuestamente se esconde Querubino- obliga a los personajes a tirarse al suelo para la mayor parte de las interacciones, ya sea para leer, flirtear, esconderse… Ni siquiera una cama o una triste mesa para escribir la Canzonetta sull'aria.

Las Bodas esconden una enorme complejidad teatral, que con talento e ideas puede conseguir una velada divertida y chispeante. Pero hay tres escenas que deben quedar especialmente bien resueltas: los constantes escondrijos que encuentra Querubino mientas el Conde corteja a Susana en el primer acto, el largo finale del acto segundo en el que van añadiéndose personajes: primero tres, luego cuatro, cinco, seis y hasta siete y todo el acto cuarto en el jardín.

Guth no resuelve ninguna de estas escenas, se le escapan de las manos sin aprovecharlas y deja pasar la oportunidad de lucir un talento que le hemos visto en otras producciones. La ausencia de sentido adolece durante casi toda la representación y Guth solo logra arrancar la sonrisa en el sexteto en el que Susana descubre la vinculación familiar de Figaro con Marcellina y Don Bartolo. Una pena en un título donde cada línea puede exprimirse escénicamente.

Julie Fuchs (Susanna), Vito Priante (Fígaro), María José Moreno (La condesa de Almaviva), André Schuen (El conde de Almaviva) y Uli Kirsch (el ángel).

Julie Fuchs (Susanna), Vito Priante (Fígaro), María José Moreno (La condesa de Almaviva), André Schuen (El conde de Almaviva) y Uli Kirsch (el ángel). Efe

Al menos vocal y musicalmente la noche vuela. Ivor Bolton es un apasionado mozartiano y en estas funciones demuestra su talento, su conocimiento y su apego al compositor salzburgués. La falta de gracia de Guth la compensa Bolton con una dirección chispeante, redonda y luminosa. En escena hay sombras y poca luz pero en el foso Bolton y la Orquesta Sinfónica de Madrid vuelan con brío.

El reparto en general está más que bien. Pero hay tres intérpretes que destacan del resto. André Schuen, que en Aix-En-Provence encarnó Figaro con ciertas incomodidades, se siente en su salsa ahora como Conde Almaviva, un rol que le va mucho mejor por su excelencia en el canto, con una voz plena y muy armónica, buenos agudos, graves seguros y cuerpo, y confirma su buen momento vocal que descubrimos en el Capriccio de hace tres años. El histrionismo de su personaje, inexplicable, es más cosecha de Guth que del barítono italiano, que recibió una más que merecida ovación.

La granadina María Jose Moreno consiguió los mejores momentos vocales de la noche, y estuvo realmente maravillosa en sus dos endiabladas arias, Porgi Amor y Dove Sono, aunque quizá su voz es demasiado lírica para un personaje como la Condesa pero aún así resuelve bien los pasajes más centrales y graves, y se luce en la zona alta, donde se muestra segura y dominante.

Finalmente, el Querubino de Rachael Wilson destacó sobremanera. Julie Fuchs como Susana tiene una elegante línea de canto y es una interprete excelente. Viene de hacer una magnífica Melisande en el Liceu pero la emisión fallida de algunas notas ensombrecen una actuación que podría haber sido memorable. Muy encajados El Don Curzio de Moisés Marín y el Basilio de Christophe Montagne y más justa la Marcellina de Monica Bacelli.

El Teatro Real ha programado nada menos que 13 funciones de este Mozart, que sobresale y emociona.

EQUIPO ARTÍSTICO: 

Director Musical: Ivor Bolton
Director de Escena: Claus Guth
Escenógrafo y figurinista: Christian Schmidt
Iluminador: Olaf Winter
Director del Coro: Andrés Máspero
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real

REPARTO:

El Conde de Almaviva: André Schuen
La Condesa de Almaviva: María José Moreno
Susanna: Julie Fuchs
Figaro: Vito Priante
Cherubino: Rachael Wilson
Marcellina: Monica Bacelli
Bartolo: Fernando Radó
Basilio: Christopher Mortagne
Don Curzio: Moisés Marín
Barbarina: Alexandra Flood
Antonio: Leonardo Galeazzi