David Lynch, el monstruo impenetrable
El cineasta norteamericano fue, ante todo, un hombre libre que se atrevió a mostrar las costuras del mundo ante la incredulidad del espectador.
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Lynch fue siempre un director y guionista inquietante. El zigzagueo psíquico en el que sumergía a sus artistas, hasta convertirlos siempre en personajes inquietantes y cómplices de cualquier episodio macabro de la película o de la serie en cuestión, era un mecanismo que provocaba hipnosis constante en los espectadores. Las pistas para descifrar los enigmas de sus películas estaban siempre bañadas por sangre y sexo, en historias donde todo el que se movía en la pantalla era cómplice de los horrores de inmediato: asesinatos, raras desapariciones, investigaciones policiales interminables, sospechas de todo género.
En cuanto el espectador de Twin Peaks caía bajo la influencia de las primeras secuencias de la serie se sentía partícipe de aquella rara matemática que le ofrecía el monstruo impenetrable de David Lynch.
En una entrevista que le hacen a Guillermo Cabrera Infante en la revista El Paseante en aquellos tiempos gloriosos donde nos parecía que todos formábamos parte de todo en lo que participábamos como algo más que figurantes, el escritor cubano, profundo estudioso del cine, afirmó, con esa contundencia caribe-británico-oriental que había en en sus definiciones, que David Lynch era, en efecto, el Williams Faulkner del cine contemporáneo.
Hasta en Twin Peaks aparecen los versos de los poetas norteamericanos como si fueran delicadas adivinanzas lanzadas desde el escenario al espectador para que los descifre en momentos y lugares menos tensos que una sala de cine.
Debo haber visto Blue Velvet al menos diez veces, pero no me canso de verla y, encima, descubro nuevos datos escondidos en recónditos rincones del filme que me hacen dudar de mis visionados anteriores. Incluso viéndola diez veces resulta como si cada una de esas ocasiones fuera una nueva visión de la película la que se me queda en la retina y en la cabeza.
Un hito de la televisión
Las temporadas de Twin Peaks fueron para este espectador ansioso de que llegara el día de la emisión por televisión un regalo de la vida artística del siglo XX. La totalidad del argumento bailaba entre cortinas de colores morados y rojos, azules y blancos, sin que ninguno de ellos llegara a mezclarse con ninguno: como si cada color bailara su son particular en la música de Baladamenti.
Tengo que añadir que Lynch se empeñó cinematográficamente en una nueva manera de contar las cosas y de mostrarlas con la acritud vital que cada uno de los episodios llevaba dentro ¿Sabía Lynch adónde iba cuando inició Twin Peaks mostrándole al espectador hipnotizado el horrible crimen de Laura Palmer y tratando de engañarlo desde el principio sobre el verdadero asesino?
Hay quien ha interpretado Twin Peaks, y antes Blue Velvet, como páginas arrancadas suavemente al Antiguo Testamento, donde los crímenes iban más allá de la muerte para llamarse de otra manera, donde los crímenes no eran lo peor sino que lo peor eran todas las porquerías y miserias que se descubrían durante la instrucción del crimen.
Un padre loco y pederasta pudo ser el asesino, pero mostrar a la pantalla los desnudos morales de ese loco lo convertía en un pobre ser humano que desvariaba a cada golpe de respiración. El enano que baila en tantas escenas de Twin Peaks, el enano de Twin Peaks, era y es el aviso constante de la inminencia: cuando el enano baila entre bambalinas, el espectador debe estar muy atento porque se van a dar instrucciones para seguir entrando en la cueva del enigma.
¿Qué decir de El hombre elefante? A mí, que lo que me gusta del cine es el blanco y negro, esta película de Lynch me marcó para siempre y nunca dejé de preguntarme cuál era la verdadera intención del genio cinematográfico que te brinda una obra maestra mientras te está llenando tu cabeza de espectador con todos los complejos de culpa que en el mundo haya habido. Y los actores, ¿se prestaron los actores a ser manipulados de una manera tan cabal por un genio cuya locura creativa venía a descubrir un nuevo cine, anclado éste en los modos y maneras de la cultura popular (y hasta rural) norteamericana?
Y el tipo, tan campante, se ha ido para siempre como ha vivido con nosotros: como le ha dado la gana, enganchado a una estética propia que desarrollaba un lenguaje visual tan importante como el verbal en actores y actrices que se consagraron en sus secuencias. Cuando enfermó, hace unos años, dijo que tenía un enfisema, pero que por nada del mundo iba a dejar de fumar, lo que hacía a toda hora y en todo lugar sin respetar hospitales ni iglesias. Lynch fue un hombre libre, que luchó contra un mundo que se creyó incomprensible desnudándolo de toda incomprensibilidad y dejando al rey desnudo ante el espectador que no acababa de creérselo.