Las mejores películas de Lynch: de la perturbadora 'Cabeza borradora' a la totémica 'Mulholland Drive'
De la fascinante 'Terciopelo azul' al humanismo de 'Una historia verdadera', repasamos los títulos de culto del más "artista" de los directores estadounidenses.
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En David Lynch se mezcla como en pocos casos en la historia del cine el artista en el sentido clásico de la palabra con el cineasta. Si el arte es la representación simbólica de la realidad, el estadounidense nunca se contentó con reflejarla tal cual la vemos o la percibimos de una manera convencional.
En sus sensacionales películas no existe diferencia dramática entre la realidad imaginada y la vida porque la experiencia íntima, imaginada, soñada, en toda su grandeza pero también su oscuridad, al revelar nuestros anhelos pero también nuestros miedos, se solapan con la cotidianidad. Muchas películas de David Lynch, o casi todas, no tienen una explicación racional, final y clara.
Gran explorador del subconsciente y la percepción subjetiva de la existencia, la mitología de Estados Unidos dio sustento a sus películas. Del mito del cine negro en Carretera perdida (1997) al bandido de buen corazón en Corazón salvaje (1990), o de la pureza virginal adolescente del puritanismo americano en Twin Peaks (1992) al sueño de Hollywood y la fama en la totémica Mulholland Drive (2001).
Y en su caso, además, a esa capacidad para representar de manera simbólica la realidad, a su condición de cineasta vanguardista, se une una maravillosa sensibilidad de un artista comprometido con los débiles. Lynch no fue un experimentador frío e intelectual, si no un cineasta de la emoción y compasivo con los propios sufrimientos humanos como vemos sobre todo en El hombre elefante (1980) y la hiperemotiva Una historia verdadera (1999).
Cabeza borradora, 1977
Primer largometraje de Lynch, con un presupuesto ínfimo, nos muestra la degradación mental de un tipo nervioso y paranoico pero más bien corriente (Jack Nance) que se casa con su exnovia y se hace cargo del hijo de esta, un bebé monstruoso que desafía la convención de lo que entendemos por humano. Con influencia de Kafka, referente confeso, el cineasta en ciernes se pregunta por un asunto que le preocupa sobremanera, sobre todo en la primera etapa de su filmografía: qué significa la humanidad.
¿Se puede ser humano sin tener forma humana como ese recién nacido bestial y, al mismo tiempo, dejar de serlo siendo un hombre corriente? La alienación de una vida rutinaria sin expectativas, que será uno de sus temas habituales, se hace presente.
El hombre elefante, 1980
La primera obra maestra de Lynch, una película de una sensibilidad y belleza épicas. El director se inspira en la historia real de John Merrick (al que da vida John Hurt), un hombre con un cráneo enorme al que exhibían como monstruo de feria a finales del siglo XIX en la Inglaterra victoriana.
Asistido por un médico obsesionado con “salvarle” (Anthony Hopkins), en una película más clásica y académica de lo habitual en Lynch, el monstruo no es Merrick, un joven de 21 años sensible que ha crecido con una falta de afecto tan brutal que rompe el corazón, sino la propia sociedad que lo observa como un “degenerado” y no es capaz de darle la dignidad y afecto que merece.
Dune, 1984
Al contrario que las recientes películas de Denis Villeneuve, el Dune de David Lynch, su salto fallido a la superproducción, fue un fracaso estrepitoso y es una marcianada. Homenaje a otro de sus ídolos confesos, Federico Fellini, no tiene nada que ver con esas películas de una solemnidad tremenda, sino que es un despiporre, una especie de soap opera de ciencia ficción que es su peor película pero contiene algunas imágenes a la altura de su talento.
Terciopelo azul, 1986
El gran “tema” de Lynch quizá es el reverso del sueño americano, su profundidad más abisal, en cuanto a lo que revela de nuestra propia condición humana y su necesidad de crear mitos como en cuanto a su propia naturaleza perturbadora detrás de una fachada de perfección.
Se trata de un filme noir que marca el camino de la etapa más gloriosa y comercialmente exitosa de Lynch, en la que mezcla una cierta narrativa heredada de los códigos clásicos del cine estadounidense tocando diversos géneros para darles la vuelta con la experimentación y las escenas oníricas y surrealistas que serán marca de la casa.
La aparición de una oreja en el “backyard” de uno de esos suburbios yanquis donde la vida es “perfecta” se convierte en el inicio de un viaje alucinado en el que Kyle MacLachlan, representa de ese mito de la “pureza juvenil americana” que después encarnará la célebre Laura Palmer, confrontada con una realidad en la que el Mal permanece siempre latente.
Inolvidable Isabella Rossellini como cantante de jazz en problemas y Dennis Hopper como villano. Y aparece por primera vez el enano en un escenario, imagen recurrente a partir de entonces.
Corazón salvaje, 1990
Palma de Oro en el Festival de Cannes, Lynch sigue deconstruyendo el noir americano en una película donde el subconsciente, los recuerdos y la propia “realidad” objetiva se mezclan sin solución de continuidad. En su desvelo por deconstruir la mitología americana, en este caso se trata del mito del “outlaw”, el bandido que como Jesse James o Bonnie & Clyde fascinan en Estados Unidos como encarnación también de una vida libre, sin ataduras ni reglas, la “libertad pura” del sueño americano.
En la película, vemos a Niclas Cage y Laura Dern huir por esas carreteras interminables de Estado Unidos de un malo con la cara de Willem Dafoe. Y suena la mítica canción Wicked Game de Chris Isaak.
Twin Peaks. Fuego camina conmigo, 1992
Lanzada como película dos años después del éxito de la serie, se plantea como una secuela en la que conocemos a Laura Palmer (Sheryl Lee) en los últimos días antes de ser asesinada. En la serie, la imagen de Palmer, la “belleza del pueblo”, en un altar se convierte en el leit motiv visual, representación de ese sueño americano cumplido, de esa “pureza anglosajona puritana” que aspira a la eternidad.
Aquí, la virginal Palmer se mete en un torbellino de drogas y sexo que culmina con su asesinato, con esas “fuerzas del bosque”, esa llamada de la selva autodestructiva y purificadora, se la llevan por delante. Lo más gracioso del asunto, para decepción de millones de televidentes, es que el director sigue sin darle una solución convencional al asunto.
Carretera perdida, 1997
Si en sus primeras películas Lynch se pregunta sobre lo que significa ser humano, a partir de aquí el asunto de la identidad cobra un gran protagonismo. Es imposible entender Carretera perdida porque ni tiene ni aspira a tener un sentido lógico.
El protagonista es un saxofonista de jazz (Bill Pullman) que comienza a recibir amenazas en forma de vídeos grabados en la intimidad de su casa. Aparentemente bien casado con una bella rubia (Patricia Arquette), en un momento dado, de manera inconsciente, la mata (se entera por un vídeo), es encarcelado pero después liberado cuando, mágicamente, se convierte en otra persona.
“Contengo multitudes”, dijo el poeta Whitman, y Lynch se interroga sobre el peso de la realidad mental sobre la realidad tangible. Al explorar el subconsciente del protagonista, penetra en esa realidad imaginada que converge con la real. De alguna manera, lo que soñamos o anhelamos forma parte tanto de nuestra vida como lo que vivimos.
Una historia verdadera, 1999
Como en El hombre elefante, vemos a un Lynch más clásico que se acerca a la sensibilidad pura. Es una historia sencilla emotiva, la de un hombre anciano (Richard Farnsworth) que recorre medio Estados Unidos en una cortadora de césped para ir a visitar a un hermano enfermo (Dead Stanton) con él está peleado desde hace diez años.
Morosa, gozosamente interminable, es un canto de amor de Lynch a Estados Unidos, un homenaje a la belleza infinita de su paisaje y su cultura en la que el mito del sueño americano tiene otro matiz, quizá más cálido y humano, más trascendente por momentos.
Mulholland Drive, 2001
La gran obra maestra de David Lynch, una de las mejores películas de la historia del cine. La idea de la identidad, presente en Carretera perdida, se complica aún más en esta muy intrigante película. En este caso, el mito del sueño americano se localiza en su propio centro neurálgico, Hollywood, donde llega una ingenua aspirante a actriz (Naomi Watts) decidida a triunfar. Allí se encontrará con una enigmática joven (Laura Helena Harring), quien padece amnesia y no recuerda quién es.
Poco a poco, la película nos irá introduciendo en un mundo cada vez más extraño e hipnótico en el que cada misterio parece conducir a otro. La idea del bien y el mal, de doctor Jekyll y Mr. Hyde, alcanza su cénit en este filme sobre los peajes del éxito y la cara oscura de los anhelos más bellos. Es inacabable, monumental.
Inland Empire, 2006
Último largometraje “convencional” de David Lynch, quizá está más cerca del videoarte que de la película habitual. Con tres horas de duración, no es plato fácil pero sí uno se deja perder en sus imágenes, por momentos alcanza lo sublime.
Laura Dern, una de sus musas, interpreta a una actriz que rueda en Los Ángeles una película con fama de maldita, y lo cierto es que poco a poco va perdiendo la cabeza. La idea del miedo, de cómo este, sin existir, nos transforma y nos hace comportarnos como si fuera real, cobra todo su sentido en ese filme sobre el poder del subconsciente. Es magistral.