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Lídia Jorge: “La humanidad se salvará de sí misma por sus lecturas”

Considerada, junto con António Lobo Antunes, la narradora más destacada de Portugal, la autora de 'La costa de los murmullos' publica en España 'Estuario', crónica de un mundo que se desvanece

21 enero, 2020 02:52

Acostumbrada a convivir con los fantasmas de sus relatos futuros, Lídia Jorge (Boliqueime, Algarve, 1946) recuerda ahora que Estuario (La Umbría y La Solana) surgió de un recuerdo que la había perseguido durante años, “hasta que encontró su momento”. Todo comenzó un día en el que la escritora estaba sentada en la terraza de un restaurante asomado al estuario del Tajo y descubrió en la mesa de al lado a un niño muy pequeño que tenía la mano derecha completamente vendada y que parecía sufrir mucho, porque alargaba el brazo y hacía movimientos muy expresivos. En su mano izquierda, levantada, sostenía el libro que estaba leyendo. En un momento dado el niño dejó el libro, y con los dos dedos libres de su mano derecha, el índice y el pulgar, comenzó a dibujar letras en un cuaderno que mantenía abierto con mucha dificultad. “Entonces –afirma– tuve la certeza de que estaba presenciando una verdadera pelea, y que, con el simple acto de escribir, el chaval estaba derrotando al dolor de la herida. El tiempo pasó sin que pudiera olvidarlo hasta que en 2014, cuando la sociedad portuguesa atravesaba lo peor de nuestra crisis, pensé que esta imagen que me había acompañado tanto tiempo ilustraba perfectamente el tiempo inestable que vivíamos. Y que también señalaba su solución”.

A partir, pues, de esa imagen concreta, la del niño herido que se defiende escribiendo, Estuario narra la historia de una familia lisboeta, los Galeano, que atraviesa una profunda crisis, moral, económica, social e incluso física, porque Edmundo, uno de los hijos, vuelve de una misión de paz en un país indeterminado de África con la mano derecha mutilada y una nueva visión del mundo y sus problemas ecológicos y sociales.

Pregunta. Aunque al principio a Edmundo no le importan los problemas de su familia, acaba comprendiendo que solo si aprende a salvar a los suyos podrá ayudar a los demás… ¿Cuesta mucho ese aprendizaje? ¿Cuál es el precio que se debe pagar?

Respuesta. En Estuario, Edmundo tiene veintisiete años pero vive en esa especie de adolescencia perpetua tan común en nuestros días, así que su aprendizaje vital es el de un verdadero principiante. En los campos de Dadaad, donde compartió la experiencia del dolor ajeno y la pérdida física, no solo aprendió a conocer el dolor de los demás sino que además comprendió que la experiencia de su mundo cercano y familiar era simplemente un reflejo del mundo distante que había vivido en África. El aprendizaje de Edmundo nace por la incisión de varios surcos que dejaron una marca profunda. Y su necesidad de transmitirla a los demás constituye el cuerpo de este libro.

“La literatura altera poco a poco. Al contrario que en economía, sus efectos no se miden trimestre a trimestre, año a año”

P. En la novela refleja el asombro y la angustia de una familia empobrecida y abandonada por el Estado: ¿hasta qué punto refleja la forma de ser portuguesa? ¿Cree que si los personajes fueran franceses o griegos hubieran reaccionado de otra manera?

R. Sí, sin duda alguna. A pesar de la proximidad territorial e histórica, somos muy diferentes. Decía James Joyce que toda nación tiene su ego, lo que significa que todos los países son fenómenos especiales. El caso portugués, siempre tan cerca de España, da que pensar. Alguna experiencia en nuestro pasado remoto nos transformó en seres silenciosos, poco reivindicativos, circunspectos. Durante la reciente crisis que castigó sobre todo a los países del Sur de Europa, se sucedieron en Portugal manifestaciones gigantescas, pero todas ellas fueron pacíficas. En 2012, un periódico extranjero se preguntaba: “¿Que gente es esta que reivindica cantando y se manifiesta con flores?” Debo decir que no sólo veo virtudes en esta actitud calmada. Es una marca de identidad positiva, pero también explica parte de nuestro atraso en varios aspectos cívicos, incluyendo el excesivo peso de la burocracia y nuestra fragilidad económica. El Estado, claro, paga discreción con silencio. Y así muchos sectores de la sociedad están abandonados. Y espero que en Estuario se sienta ese abandono como uno de los elementos fundamentales.

P. Algunos personajes tienen reacciones sorprendentes: Charlote se desnuda para hacerse más fuerte, otros se defienden lanzando mensajes en botellas. ¿Es el triunfo del pensamiento mágico frente a la realidad?

R. La proximidad de la amenaza, el miedo y la impotencia hacen renacer el pensamiento mágico, adormecido bajo la estructura racional del pensamiento cartesiano. Lanzar al mar una botella con un mensaje para invertir la suerte o creer que un niño lleva dentro de sí las características del amante de la madre y no las del verdadero padre biológico no son locuras, son manifestaciones del pensamiento prelógico hechas de la misma materia que nos hace escribir sin parar sobre el peligro del fin de la humanidad para que este no ocurra. En la película de Wim Wenders El cielo sobre Berlín el personaje de Homero, el poeta, dice algo así como: “si perdemos la literatura el mundo perderá su infancia”. La literatura da voz a la infancia, esa edad inicial en la que de toda la materia que nos rodea se desprende un espíritu que nos habla como si fuese el padre o la madre. Mantenemos parte de esta percepción hasta el final de la vida, pero solo el arte no siente vergüenza de revelarla. Suele estar oculta.

P. Sí, pero ¿qué puede la literatura en estos tiempos de crisis, en los que la idea misma de Europa parece estar en cuestión?

R. La literatura es una carta que enviamos al futuro. Quien piensa que una obra literaria puede alterar el recorrido de una sociedad de un momento a otro no es consciente de la naturaleza ni del poder real de la palabra poética. La lectura altera poco a poco, prepara a las generaciones de modo lento, demorado. Hoy somos el reflejo de lo que se creó y se leyó hace cincuenta, treinta, veinte años. Creo que la configuración de las democracias europeas, a pesar de todos los defectos que tiene y de los riesgos con los que se enfrentan –ahora que las relaciones paritarias entre hombres y mujeres juegan un papel tan importante– es el resultado de infinitas lecturas de la poesía y la narrativa de la alteridad desde el siglo XIX. Y la humanidad se salvará de sí misma en virtud de las lecturas que se realizan en la actualidad. Al contrario que en economía, los efectos de la literatura no se miden trimestre a trimestre, año a año. La Europa de hoy, a pesar de todo, mantiene vivos los mensajes de Dante, de Shakespeare, de Cervantes, de Pessoa. No podemos dejar de leerlos, de lo contrario seríamos otros.

“Tal vez la lectura pueda evitar que los creadores de la inteligencia artificial se aparten del respeto por lo humano”

Maestra en su juventud, el empeño ético y literario de Lídia Jorge se afianzó mientras daba clases de secundaria en Angola y Mozambique durante los duros años de la descolonización. Allí descubrió cómo se ocultaban “los muertos, los sacrificios, la verdad”, mientras “los soldados ni siquiera eran enterrados públicamente”. Y conoció también “la mentira histórica. Fue una experiencia fundacional para todos mis libros, una especie de bautismo de la edad adulta”. La huella de esta experiencia late en toda su obra.

“Sí –confirma–, era muy joven y vi desaparecer a mucha gente, niños todavía, y aldeas enteras. Ya entonces escribía, pero esta experiencia me condujo a puntos de observación que me llevaron a comprender lo que era el choque entre diferentes culturas manejadas por el poder político. Aprendí que las sociedades serían cada vez más nómadas, que todos estaríamos más cerca unos de otros, pero que las herencias ancestrales iban a pesar mucho. Y así ha ocurrido. En África aprendí, en aquellos años 70, la gramática de las relaciones humanas, lo que tiene de excitante la fraternidad sin fronteras y lo que hay de oscuro cuando el etnocentrismo, el racismo y el nacionalismo son más fuertes que los lazos de amistad. Creo que en el fondo escribo sobre esta perplejidad. La perplejidad que traje de allí, y que hoy continúa, desarrollada y aumentada.

P. ¿Qué ha prestado a los personajes de Estuario de sí misma? ¿De qué manera volvió herida de Mozambique?

R. Creo que todo escritor sabe que no escribe con cinco dedos, sino con menos. Una parte de tu mano no alcanza las palabras que buscas, no describe las escenas con las que sueñas ni organiza el razonamiento que ansías. El secreto oculto de la creación, ese nivel absoluto de belleza profana, no lo consigue alcanzar nuestra mano. Mientras escribimos un libro, podemos imaginar, acaso, que lo estamos obteniendo, pero una vez terminado, nos damos cuenta de que nos quedamos cortos. ¿Qué hacer? Comenzar de nuevo y subir otra vez a la montaña de la ilusión. Por supuesto, solo hablo por mí misma. Me imagino que otros escritores se sienten todopoderosos y en lugar de la incapacidad subrayan la audacia. Yo estoy habitada por la audacia, pero aún siento en mí la mano disminuida de Edmund Galeano. Empecé hace largos años y todavía lo estoy intentando.

P. ¿De qué manera la literatura podría abrir una ventana al futuro y salvarnos?

R. La literatura enriquece la vida de quienes leen el mundo desde un teclado más amplio de lo habitual. El teclado de un piano dispone de ochenta y ocho teclas. La lectura permite que su número aumente a ochocientas ochenta y ocho. Este inmenso teclado no aporta más riquezas concretas, ni tal vez más consuelo, pero abre ventanas más amplias para interpretar la vida. Tal vez la lectura de algunas narrativas del siglo XX pueda evitar que los creadores de la Inteligencia Artificial se aparten de la fidelidad al respeto por lo humano. Quizá la lectura de poesía ayude a los ecologistas a mantener la idea de que el ser humano no es un animal, toda vez que accede al rostro de la belleza y procura crearla. La literatura es un salvoconducto que no se puede desperdiciar en los tiempos que corren.

“En África aprendí lo que hay de oscuro cuando el nacionalismo es más fuerte que la fraternidad. Escribo sobre esta perplejidad”

P. ¿Qué relación tienen entonces para usted escritura y compromiso?

R. Toda la literatura es un cuerpo comprometido, aunque hay varios grados de compromiso. Hay textos centrados más claramente en el campo ontológico que buscan un sentido a la experiencia humana. Freud descubrió algo maravilloso, el poder que juega la libido en el comportamiento humano, lo que permitió interpretar la vida de forma extremadamente abierta. Pero pasados cien años ese modelo de análisis se está agotando. Hoy, sabemos que la libido es apenas una inscripción en el paisaje de algo más profundo, el significado. Lo que queremos es vivir para un propósito con valor intrínseco. La literatura de hoy busca un sentido del destino humano que parece temblar entre la tierra marchita y el espacio sin fin. En este momento, cientos de escritores están escribiendo en sus ordenadores sobre esta perplejidad. Sin saberlo, estamos creando un panfleto colectivo para reclamar ese sentido, así que todos estamos comprometidos.

P. ¿Cuáles son las razones por las que las literaturas española y portuguesa siguen ignorándose mutuamente, a pesar de excepciones como Saramago, António Lobo Antunes o Fernando Pessoa?

R. Probablemente porque tiene que ser así. Somos vecinos y el vecino no atrae, es similar a ti y el parecido es aburrido. Otra de las cosas que provoca esto, a pesar de nuestra gran capacidad creativa es que nuestras dos culturas están colonizadas, son puntos de la cultura anglosajona que funciona a escala global. Por lo tanto, la legitimación de lo que es nuevo y válido no se realiza en nuestros propios territorios culturales sino que proviene de fuera de la península: de Estados Unidos, Alemania, Francia… Es allí donde reside nuestro espejo de grandeza o decadencia. Los indicadores de autovalidación son importados y se necesita un carácter enorme para romper esta barrera. Superarlo requiere varios saltos mortales.

P. ¿A qué joven narrador o poeta portugués no deberíamos ignorar?

R. Quiero llamar la atención sobre un joven narrador, Bruno Vieira Amaral, especialmente sobre sus dos libros de ficción. Además de una escritura poética que refleja mucho dominio, es un observador extraordinario del comportamiento humano y tiene la gran cualidad de poder hablar de los inmigrantes que vienen a refugiarse en el espacio europeo. Comenzando con el título de la primera novela, As primeiras coisas, Premio José Saramago en 2015, un libro rebosante en evasión, compasión y una mezcla de comedia y tragedia que anunciaba la llegada de un gran escritor.

@nmazancot