Sorolla. De la academia a la pintura social
Joaquín Sorolla (1963-1923). Comisarios: José Luis Díez y Javier Barrón. Museo del Prado. Madrid. Hasta el 6 de septiembre
29 mayo, 2009 02:00El fotógrafo Christian franzen, 1903. Colección Lorenzana
Es una antológica que reúne un conjunto de 102 pinturas, pertenecientes a una treintena de grandes museos y renombradas colecciones públicas y privadas de España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, Cuba y México, siendo bastantes los cuadros que se presentan por primera vez en Madrid. Esta muestra ha sido seleccionada por José Luis Díez y Javier Barón -especialistas de la Pintura del XIX en el Prado- y es comprensiva de la "obra total" de Sorolla. Abarca desde sus años de formación en Valencia y Roma, hasta los últimos lienzos que el artista pintó sobre motivos del jardín de su casa-taller de Madrid, jardín que él mismo diseñó, y en el cual le sobrevino el ataque de hemiplejía que puso término a su práctica del arte, mientras pintaba el retrato de la esposa del escritor Pérez de Ayala. Aquella enfermedad ensombreció los tres años finales de una biografía tan rica como la suya, muy fecunda -sus obras catalogadas sobrepasan las 2.175 pinturas-, llena de vitalidad y honores. Entre sus 68 premios y cargos, destacan las medallas de oro que ganó en las Exposiciones Universales de Munich (1893) -con el delicioso cuadro costumbrista Ex voto, traído ahora al Prado-, y de Berlín (1896) -por el cuadro Pescadores valencianos, expuesto también en esta antológica-, y de Viena (1898), así como el Grand Prix de la Universal de París (1900), que se le concedió "en especial" por ¡Triste herencia!, una de las pinturas culminantes de la actual exposición.
Tres registros resultan fundamentales en esta antológica: los de la pintura social, el luminismo y el retrato. Así, la muestra se abre con un conjunto de pinturas de tema histórico, social y de costumbres. La sucesión de estos cuadros evidencia el proceso rápido en que se produjo la formación y consolidación del espíritu artístico y del lenguaje pictórico de Sorolla, partiendo de un ambiente académico retardatario, como lo era el de la Escuela de San Carlos de Valencia -donde él se inició-, y el de la Academia Española en Roma, en la que él trabajó, pensionado por la Diputación de Valencia, entre 1885 y 1889, bajo el magisterio de Francisco Pradilla, José Villegas y Emilio Sala.
Resulta revelador observar hasta qué punto influyó sobre el conjunto de la obra de Sorolla el carácter retórico y efectista del género decimonónico de la "pintura de historia", al que -como él confesaba- se sintió impelido, pues era el camino prácticamente imprescindible para ser reconocido en la Exposición Nacional de Bellas Artes, que era nuestro "salón oficial". No en vano se abre, pues, esta exposición con el lienzo de gran formato El Palleter, declarando la guerra a Napoleón (1884), concebido como "composición académica de un pasaje narrativo de argumento histórico". Esa voluntad narrativa, el registro dramático, la detallada dicción realista, la habilidad compositiva del espacio y las figuras, el dominio y movimiento del color -apreciando el contraste entre luces y sombras-, y también el gusto por utilizar los grandes formatos son caracteres que Sorolla tomó de la pintura de historia. Inmediatamente los engrandeció a través del naturalismo -que asumió de su amigo Blasco Ibáñez y de los pintores naturalistas Lepage y Menzel, que conoció en París en 1885-, y logró llenarlos de pasión y emociones profundamente humanas con una temática nueva, entonces al alza: la del realismo social, que Sorolla "aprendió" en los cuadros de Jiménez Aranda, ya en los años de su residencia en Madrid, al retorno de Italia.
Sobresalen en este apartado lienzos tan perturbadores como los de las dos famosas composiciones -localizadas expresivamente en interiores sombríos de vagones de tren- Otra Margarita (1892) y Trata de blancas (1895), de tono miserabilista, en los que se sintetiza la esencia misma del realismo social. Son pinturas de firme dibujo descriptivo, de composición armoniosa, equilibradas en el tratamiento de un espacio difícil y dominadas por una atmósfera de color-luz muy particular. En ese mismo dramatismo severo y hondamente sentido se desenvuelven las nuevas composiciones sociales en que Sorolla decidió introducir la temática valenciana, como lo hizo en el lienzo paradigmático de ¡Aún dicen que el pescado es caro! (1894) -escena de accidente laboral en la bodega de una barca-, y en la obra admirable ¡Triste herencia! (1899), cuadro que, premiado en París, supuso la definitiva consagración internacional de Sorolla, con la amplitud de sus pinceladas horizontales, con sus tonos profundos de colorido de atardecer, con su facilidad para la captación del movimiento en el agua, con su acierto infalible en combinar la palidez de los cuerpos con la expresividad de las sombras proyectadas en la arena, y con su facilidad escalofriante para comunicar sus sentimientos íntimos. En esta triste, abigarrada, movida y soberbia escena de baño en la playa de niños disminuidos -herederos de las taras de ajenas enfermedades venéreas-, culmina la pintura social de Sorolla, género certeramente destacado en esta exposición.
Espacio más conocido e igualmente subrayado en la muestra es el de la creación extraordinariamente colorista del maestro, presidida aquí por La vuelta de la pesca (1894), obra de enorme formato -prestada por el parisino Museo de Orsay- en que la crítica actual fija el momento de inflexión entre la pintura social de Sorolla y su estilo más característico: el luminismo. Es un cuadro en el que el Sorolla prototípico queda plasmado: con toda su grandeza de pintor soberano, signado por el atractivo de ese punto hedonista tan mediterráneo y sincero, que carga de sensualidad y vitalidad irresistible a su pintura, por más que aquí también se manifiesten los excesos irreprimibles de su retórica y su regionalismo.
El tercer registro superior de este arte se encuentra en el género del retrato. Suele decirse -y es verdad- que si Sorolla sólo hubiese pintado retratos, sería estimado como el mismo pintor y maestro que hoy es. Así lo proclama esta vez toda una larga galería de efigies veraces de sus amigos, de los artistas que lo rodearon y de sus familiares. Con todos ellos contactamos aquí, con su individualidad más penetrante, inclusive con su respiración más inmediata. Toda una serie de maravillas, inspiradas en Velázquez y en Goya, que confirman la altura decisiva de pintor que alcanzó Sorolla para siempre.
Sorolla protagonista (también) en las subastas
El 3 de junio en Londres Sotheby’s pone a la venta una cuidada selección de arte español encabezada por una pintura de Sorolla que pertenece a una colección privada y que nunca ha salido a subasta pública. En el momento de su adquisición, el artista valenciano entregó una fotografía de la obra firmada a su primer propietario, el marchante Justo Bou, quien vendería la obra a María Bauzá, viuda de Rodríguez, bibliófila y gran coleccionista de arte, de quien lo adquirió el padre del propietario actual. Niña entrando en el baño, que maneja un precio estimado de 1,9 a 2,8 millones de euros, está fechado en 1915 y se mantiene en la estela estética de La hora del baño, adjudicado por Sotheby’s en 2003 a un coleccionista privado por 5.300.000 euros, el récord del artista, y que se exhibe en la exposición del Museo del Prado. Elena, la hija del pintor, es la protagonista de ambos cuadros, según asegura la máxima experta y bisnieta del artista Blanca Pons-Sorolla. Como curiosidad, hay que decir que el cuadro que vende Sotheby’s fue firmado dos años después de ser pintado por Sorolla. La presencia de Sorolla en las subastas internacionales ha crecido durante la última década. En ese periodo han salido a la venta 87 acuarelas, 555 pinturas y 6 grabados, con remates millonarios para Las tres velas, de 1903 (3.300.000 euros), y María mirando los peces. Granja, de 1907 (2.350.000).
C. GARCíA-OSUNA