Manual de oscuridad
Enrique de Hériz.
29 mayo, 2009 02:00Enrique de Hériz. Foto: Quique García
Es curioso: en estos tiempos de revolución tecnológica y progresos científicos espectaculares, nuestra novela viene prestando inusitada atención al fondo misterioso de la existencia. En los dos últimos años, varias obras han abordado las fronteras de la ciencia con el pensamiento mágico, la parapsicología y los fenómenos suprarracionales. Como si la vida requiriera respuestas no racionalistas ante una saturación de empirismo (planteadas en serio, claro, lejos del esoterismo enloquecido de El código Da Vinci).Tal es el contexto de Manual de la oscuridad, cuyo mismo título insinúa algo misterioso e incógnito, más allá de lo tangible, visible o verificable. Enrique de Hériz (Barcelona, 1964) da paso con esa alusión, de entrada, al mundo de la magia y de los magos profesionales, y establece las esperables confrontaciones entre la capacidad de seducción del puro engaño desarrollado con habilidad e inteligencia, el espiritismo fraudulento o supersticioso y el trampantojo debido a la sofisticación de los recursos técnicos. A dicha preocupación se añade otra distinta, aunque vinculable, la ceguera. La propia estructura de la novela las separa con nitidez, si bien se establecen suficientes nexos argumentales entre ambas: la parte inicial se demora en el arte de los magos; la otra se centra en una experiencia concreta de la ceguera y en la reinstalación en el mundo de alguien a quien una marca genética deja sin visión. Discúlpeseme si lo digo de manera tan imprecisa, pero lo hago a propósito y obligado por no estropear la lectura.
La idea básica del autor para lidiar con tal núcleo de asuntos reside en construir un artefacto de aire clásico, sin rigideces decimonónicas, con dos componentes sustanciales. Por un lado, una historia principal, la de un mago y su maestro, ramificada con otras peripecias, curiosas y alguna excelente, aunque pegadizas. Por otro, unos personajes interesantes que se levantan como seres humanos de precisa, rica y compleja psicología. Y todo ello mostrado a través de una prosa que fluye con una naturalidad absoluta a pesar de su muy exigente elaboración, nada visible. Se suma un trabajo meticuloso en la disposición de los materiales: hoy, cuando precipitación y descuido abundan, debe subrayarse el rigor con que De Hériz pone cada elemento de su complejo mecanismo narrativo en su sitio.
Un serio reparo le encuentro a esta novela ambiciosa y muy seria. La primera parte, necesaria para contextualizar el problema de la ceguera, resulta excesiva en su minuciosidad. Además, no se libra de decir cosas que suenan a ya sabidas. Más breve y apurando el criterio selectivo, ganaría el conjunto. Tendría mayor intensidad el ramillete de motivos que afronta: el reto intrínseco de nuestra especie de progresar en busca de un ideal, la superación como razón de la vida, las muchas caras del engaño y, englobándolos, una reflexión emotiva sobre la condición humana. De Hériz atina a darle encarnadura novelesca a lo especulativo y abstracto en una obra que está muy por encima de la media de lo que se publica.