20 millones de móviles al año a la basura en España: el desastre de cambiarlo cada año y medio
Se generan 2.000 toneladas de residuos electrónicos al año en el país. Reducirlos pasa por acabar con la obsolescencia programada.
19 julio, 2020 02:55Noticias relacionadas
La Unión Europea ha presentado su nuevo Plan de Acción para la Economía Circular. Uno de sus principales objetivos es que los productos fabricados duren más y sean fácilmente reutilizables a partir de su reparación o reciclado. Se busca así un modelo de producción sostenible donde los residuos pasen a ser nuevos recursos.
Sin embargo, a día de hoy, la gestión de los residuos a través de las 3 erres (reducir, reciclar y reutilizar) dista mucho de cumplir los objetivos planteados. En este artículo, y a modo de ejemplo, destacamos las deficiencias en el ámbito de los residuos electrónicos.
La disponibilidad y asequibilidad de productos electrónicos ha creado una cultura de artículos de alta tecnología que cambian rápidamente.
Por ejemplo, el ciclo de renovación de móviles se ha reducido a 18 meses. Se estima que en España se desechan cada año 20 millones de teléfonos, lo que supone un total de 2.000 toneladas de residuos.
Las cantidades de residuos electrónicos han aumentado de forma exponencial. La generación mundial se estimó en 41,8 millones de toneladas en 2014, alcanzó los 53,6 millones en 2019 y se espera que para 2030 lleguemos a 74 millones. A nivel europeo, la cantidad de residuos electrónicos que produce cada persona al año es de 15,6 kg.
Entre las medidas para lograr reducir este tipo de residuos está el aumento de la vida útil de los productos mediante la eliminación de la obsolescencia programada y la fabricación de artículos que sean reparables, reutilizables y actualizables.
Francia ha publicado la Ley contra el despilfarro y para la economía circular. La norma establece que si no se dispone de piezas de recambio y estas se pueden reproducir mediante impresión 3D, los fabricantes deben proporcionar la información técnica para hacerlo. Asimismo, prohíbe cualquier técnica, incluido el software, que imposibilite la reparación o reacondicionamiento de un dispositivo.
¿A dónde van los residuos electrónicos?
Los residuos electrónicos son reconocidos como un recurso debido al potencial de recuperación de materiales valiosos. Por ejemplo, en la fabricación de un teléfono móvil se utilizan alrededor de 60 elementos diferentes, incluidos metales básicos (cobre, hierro o aluminio), especiales (cobalto), preciosos (oro, plata o platino) y tierras raras (indio o rutenio).
Algunos materiales, como el platino, el indio y el rutenio, se usan ampliamente en la electrónica moderna, pero su disponibilidad en la naturaleza es limitada. De ahí el valor económico de estos residuos que mueven cantidades en torno a 57.000 millones de euros. A pesar de ello, solo el 15 % de los residuos electrónicos se reciclan por completo.
Recuperar esos materiales en los países occidentales implica un elevado coste de mano de obra, por lo que se trasladan a países en vías de desarrollo donde sale más rentable. El reciclaje informal de estos residuos se ha convertido en una fuente de ingresos fundamental en muchos de esos territorios.
China, India, Pakistán, Malasia, Tailandia, Filipinas, Vietnam, Ghana y Nigeria reciben el 80 % de los residuos electrónicos del mundo. Parte de ellos llegan como equipos eléctricos o electrónicos (EEE) para su reutilización. Sin embargo, aunque el 70 % de importaciones de EEE en Ghana se designaron en 2009 como productos de segunda mano, gran parte estaba cerca o al final de su vida útil y se reasignaron rápidamente como residuos.
OIT / The global impact of e-waste: Addressing the challenge
Riesgos para la salud
Los residuos electrónicos contienen elementos químicos como el plomo, el cadmio, el cromo, el mercurio, el cobre, el manganeso, el níquel, el arsénico, el zinc, el hierro y el aluminio, muchos ellos peligrosos. También contienen compuestos orgánicos persistentes muy nocivos utilizados en plásticos, como retardantes de llama, o que se encuentran en los fluidos, lubricantes y refrigerantes del producto.
Los trabajadores de las instalaciones para su gestión ubicados en terceros países no tienen acceso a tecnología de minimización de exposición ni a equipos de protección personal. Y los niños se emplean comúnmente porque sus manos pequeñas los hacen ideales para desmontar equipos electrónicos.
Las prácticas que se utilizan incluyen el uso de baños ácidos, la quema de cables, la separación de soldaduras tóxicas y el vertido del material de desecho resultante. Cuando se usan baños ácidos para extraer metales preciosos como el oro, la falta de ropa protectora pone a los recicladores en riesgo de lesiones químicas.
El procesamiento de cables para recuperar cobre implica quemar el revestimiento de plástico. Se liberan dioxinas e hidrocarburos aromáticos policíclicos, todos ellos muy dañinos: pueden aumentar el riesgo de enfermedades respiratorias y de la piel, infecciones oculares e incluso cáncer.
Las poblaciones de las localidades donde se ubican las plantas de tratamiento entran en contacto con estos compuestos peligrosos por exposición directa durante el trabajo y por exposición indirecta al medio (aire, agua, suelo), que recibe un gran aporte de contaminación.
Por ejemplo, en los sedimentos de los ríos en Guiyu, una ciudad china, se han encontrado niveles de contaminantes orgánicos persistentes y metales pesados que superan el umbral de riesgo para la salud humana. Estas zonas ya no son adecuadas para cultivar alimentos y no se puede beber el agua debido a las toxinas lixiviadas en el agua subterránea y la tierra.
Un estudio concluye que la exposición de niños chinos al plomo presente en los residuos electrónicos provoca retraso y daños en el desarrollo físico y nervioso. Esta exposición ambiental permanecerá durante largos años y será heredada por generaciones futuras.
Gestión: más cerca y más limpia
La situación actual debe hacernos reflexionar sobre dos aspectos importantes. Por un lado, si buscamos un modelo de producción sostenible donde un residuo pase a ser un nuevo recurso, es importante controlar el camino que sigue en este proceso.
Aunque los desechos electrónicos no son generados exclusivamente por países ricos, estos contribuyen sustancialmente a los problemas en los países en vías de desarrollo. Además, el transporte de los residuos provoca emisiones de gases de efecto invernadero.
Si no somos capaces de evitar estas fugas de residuos, nunca lograremos un modelo de producción sostenible. Debemos dejar de usar a los países en vías de desarrollo como vertederos, y gestionar los residuos dentro de las fronteras de la Unión Europea.
Por otro lado, debemos ser capaces de controlar qué ocurre con los compuestos tóxicos presentes en los residuos durante los diferentes procesos de reciclado, así como en el producto final. Debemos asegurar que los procesos de reciclado no contaminan el agua, el aire y los suelos de zonas colindantes y que los materiales reciclados no estén más contaminados que los materiales nuevos.
También debemos evitar que compuestos tóxicos legislados sean reintroducidos de nuevo en el mercado a través de los productos reciclados, como hemos constatado en un estudio publicado recientemente.
En la investigación comprobamos que la mayor exposición de trabajadores de desmantelamiento de residuos electrónicos en Bangladesh se debía a un retardante de llama bromado (el BDE-209), prohibido en Europa en 2008 e incluido en la lista de contaminantes orgánicos persistentes prohibidos a nivel internacional por la Convención de Estocolmo en 2017. Sin embargo, su presencia en los residuos reciclados provoca su reintroducción en el mercado, y en consecuencia, un impacto en el medio ambiente y en la salud humana.
El control de las sustancias peligrosas durante todo el proceso de transformación de un residuo a un recurso, así como la calidad final del recurso obtenido, son aspectos a considerar no solo en el caso de los residuos electrónicos, sino en todo tipo de residuos. También en los plásticos. Solo así lograremos un modelo de producción sostenible con el medioambiente.
*Ethel Eljarrat, investigadora científica del departamento de Química Ambiental, Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA - CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.